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Morir con una sonrisa, sembrando santidad hasta en el Hospital

LEANDRO LOREDO

Facebook | Leandro Loredo

Esteban Pittaro - publicado el 07/01/20

Padre afectivo de jóvenes discapacitados que acompañaba desde un hogar, incansable promotor de capillas de adoración perpetua en su ciudad, este joven dejó una huella imborrable en aquellos con los que se cruzó, y sembró semillas de conversión hasta su último suspiro

Leandro Loredo murió como vivió: acercando almas a Dios. De 46 años, profesor de biología en varios colegios y promotor del Hogar Granja Esperanza, que da cobijo en La Plata a jóvenes y adultos con discapacidades mentales que no tengan posibilidad de sustento, era además un activo promotor de las Adoración Perpetua en su ciudad, La Plata.

Enfermo de leucemia, ingresó en el Hospital Interzonal General José de San Martín el 5 de noviembre del año pasado. En 44 días su cuerpo fue perdiendo lo que su espíritu fue ganando, y aun así, débil, supo acercar más almas a Dios.

Para acompañarlo y rezar por él, las comunidades parroquiales en las que él promovía la Adoración Eucarística Perpetua comenzaron a asistir a la Misa que en la capilla del Hospital se celebra a las 6 de la mañana. Hacía años que la Misa no tenía concurrencia activa. Y en esa cantidad. La capilla cobró vida mientras la de Leandro se iba apagando. Pero no fue todo.

Muchos mensajes de audio circulan entre sus amigos por Whatsapp y reflejan la serenidad con la que enfrentó sus últimos días, y la fortaleza que encontraba en la oración. “Estoy protegido con la medallita de María que siempre me acompaña. La fe mueve montañas. Nosotros tenemos la mejor medicina. Que se haga su divina voluntad”, le decía a una amiga suya que compartió el mensaje con Aleteia.

Rezando y meditando sobre el “camino de preparación para terminar en las manos de Dios, ahora o más adelante, o cuando sea” iba transcurriendo su internación. “Es un camino de preparación. Siempre se lo pedí al Señor”, decía. La oración le daba fuerza y ánimo, porque “Dios sabe, Dios sabe todo”. “Lo importante es estar a la altura de las circunstancias e ir abandonándome en su amor, eso no tengo dudas. Y si él me llama ir corriendo a sus brazos”, le relató a otra amiga.

Profundamente mariano, cantaba canciones que le evocaban su peregrinación a la Virgen del Cerro en Salta, devoción que marcó su vida, para pasar el momento de los “pinchazos”. Alegre y trasparente, se mostraba feliz con sus amigos, disfrutando cada cosa, cada día, y ofreciendo su padecimiento, sin quejarse.

“Eso también tiene mucho valor. Por las almas, por la conversión. En paz, que eso es lo importante. Que se haga la voluntad de Dios, que eso es lo mejor que me puede pasar. Ojalá que toda la gente entienda eso, porque a veces la gente no lo entiende (…) pero vos y yo sabemos que el Paraíso existe, y tarde o temprano nos ´tenemos que encontrar ahí’. No queda otra. Hay que perseverar hasta el final”, le decía a una amiga.

“Sacudía la cabeza de muchas personas que viven livianamente esto de ser católicos”, lo evoca otra amiga cercana a él. “Los católicos tenemos esto de no vivir a Dios; separamos las cosas, ir a Misa, actuar, vivir en comunidad como él tenía la idea. Somos muy de separar estas cosas. No tenemos la presencia continua a de Dios en nuestra vida. Leandro la tenía. Por eso lo querían tanto en tantas comunidades”, decía. Y no era de ninguna comunidad en particular porque “veía a cada persona como una comunidad, y tenían que estar unidos”. La fraternidad, la vivencia como familia, como hermanos, más allá del vínculo de sangre era uno de los temas que más recalcaba sus últimos días.

Quién era

Paola, una amiga suya, de cuyo hijo Leandro era padrino, traza algunos rastros de él: “Lo describiría como un hombre con la simpleza de los humildes de corazón, cercano y amable con todos, un hombre de Dios, un enamorado de Dios a quien encontró vivo en el cerro de Salta donde la santísima Virgen se lo dio a conocer. Un incansable adorador en espíritu y en vida… Que supo contemplar el rostro de Jesús no solo en la Eucaristía que adoraba sino en los hermanos a quienes desde cada uno de los lugares q frecuentaba llevaba una palabra especial, una palabra de Dios.

Pero sobre todo un hombre que supo ver en el rostro de los jóvenes del hogar Granja Esperanza- jóvenes con discapacidad y la mayoría sin familia biológica- el mismo rostro de Cristo, un Cristo simple alegre y tierno… allí en el hogar dedicó gran parte de su tiempo y compartió la vida con ellos. Leandro a lo largo de los años puso en el centro de su vida a Cristo y todo lo demás fue por y para el amor. Fue y sigue siendo testimonio de entrega y amor al Dios de los amores al que seguirá llevando almas con su ejemplo de vida, pero sobre todo por su intercesión”.

El grano de trigo que cae

Su pascua fue el19 de diciembre. “Si el grano de trigo cae y no muere, da muchos frutos”, escribieron en la página de los Adoradores de La Plata tras compartir 24 horas de adoración en la capilla del Hospital. “Seguiremos si Dios quiere todos los últimos fines de semana de cada mes con la adoración de 24 hs en la capilla”, anunciaron, poniendo en marcha una nueva iniciativa apostólica nacida del impulso de Leandro.

En el Hogar Granja Esperanza recuerdan cómo fue para los jóvenes “convirtiéndose en el papá que a ellos le faltara. Cuidándolos, preocupándose, mirando que todo esté bien para mejorar su calidad de vida, sacrificando horas, sin importarle sus propias necesidades”.

“El Hogar va a seguir, Leonor (la fundadora) y él dejaron su semilla, su corazón puesto en él. Nosotros junto con los chicos les debemos mantener y respetar ese legado. Lo vamos a extrañar inmensamente, pero con ese dolor tenemos que seguir construyendo el Hogar que él siempre quiso. Donde estés, nos vas a guiar”, escribieron.

Que la gente no piense que Dios no escuchó las oraciones

“Ser sacerdote te da estos regalos de Dios: conocer personas que lo buscan con todo el corazón. Y Dios se deja encontrar. Y el camino es siempre el mismo, la cruz y la puerta estrecha. Leandro estaba hecho para Dios y lo sabía. Tenía sólo 45 años y una feroz leucemia se lo llevó en unos días. Él aceptó su enfermedad y su muerte con la docilidad de quienes aman las Voluntad de Dios y saben que él busca sólo nuestro bien mayor. Simplemente porque tenía su corazón en el cielo donde debe estar nuestro tesoro”, escribió el Padre Eduardo Pérez, quien acompañaba espiritualmente a Leandro desde una conversión muy fuerte vivida a partir de una confesión.

Otro sacerdote, el Padre Emiliano, contó en un mensaje que su gran preocupación era que si moría la gente “pensara que Dios no hizo nada, que no escuchó sus plegarias”; “por eso querías dejar en claro que estabas feliz, que estabas entregado y en las manos de Dios”.

Una amiga suya nos recuerda su último encuentro con él, marcado por una sonrisa: “La última vez que me vi con él, se quitó la máscara de oxígeno, me sonrió y me pidió que le sonriera. Veía que me iba triste y no quería que me fuera así. Y sé que esa sonrisa y ese pedido de sonrisa que solo lo pudo hacer gestual porque prácticamente no hablaba, demostró su generosidad. Su ‘andate feliz y contenta porque estoy bien y feliz’”.

LEANDRO LOREDO
Gentileza

Simple, sencillo, amante de la naturaleza al punto de reciclar los residuos para no dañar la creación de Dios, promotor de la defensa de la vida, Leandro se definía como un pequeño instrumento del amor transformador de Dios, ese del que hablaba hasta en los cumpleaños, como evocan sus amistades. Disfrutaba viendo la transformación de las personas que se acercaban a Dios. También por eso Leandro murió como vivió. Alegre, sin quejarse, confiado en María y adorando a su hijo, sembrando semillas de santidad. Hacerlo le hacía feliz. Murió feliz.

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