Intolerancia a la mentira: la bondad frente al egoísmo

Rian Johnson es un cineasta con tendencia a revivir los géneros, a los que sin embargo acaba dando la vuelta para experimentar con sus códigos: ciertos giros apartan sus películas de lo esperado, con lo que a veces estimula odios y pasiones por igual.

Puñales por la espalda, además de un homenaje en tono de comedia a las novelas de Agatha Christie, a La huella, a Cluedo. El juego de la sospecha, a Se ha escrito un crimen y a La trampa de la muerte, contiene un elemento anómalo que, ya de entrada, la distingue del resto y nos invita a la reflexión: Marta Cabrera (una impecable Ana de Armas), la enfermera y auténtica protagonista del filme, padece una especie de intolerancia a la mentira… si falta a la verdad y suelta algo falso, en unos segundos acaba vomitando, lo que constituye oro puro para Benoit Blanc, el detective al que interpreta Daniel Craig con su habitual solvencia. Blanc sabe que los interrogatorios serán sencillos porque todo lo que hieda a embuste saldrá de inmediato a la luz.

Ésa es la reflexión más importante de la película, que algunos pasarán por alto si sólo se fijan en la trama de investigadores y sospechosos y no son capaces de ver más allá del entretenimiento. Si todos padeciéramos esa reacción física, visceral, tras decir mentiras, viviríamos en un mundo muy diferente, tal vez menos cruel y dañino.

Para empezar, la política quedaría desmontada porque quienes la ejercen suelen soltar innumerables bulos (perdón: verdades maquilladas) por sus bocas, y no hacerlo les obligaría a moverse por terrenos de honestidad que los apartarían de sus verdaderas intenciones.

Rian Johnson contrapone el personaje de Marta, que proviene de una familia de inmigrantes de clase baja y está sometida a la verdad, con un grupo de personajes con tendencia al engaño, a la mentira, a la infidelidad, a la impostura, al interés centrado exclusivamente en el dinero y en la prosperidad… por eso mismo todos son sospechosos de haber asesinado al patriarca de la familia, Harlan Thrombey (Christopher Plummer), célebre escritor de novelas de misterio, cuyo legado es apetitoso porque incluye un caserón, una línea editorial, ahorros…

Mientras esos personajes que pululan alrededor de Thrombey son expertos en ardides y fingimientos, es la propia Marta quien se convierte en el ejemplo a seguir: una persona preocupada por hacer el bien, la única que de verdad quiso y cuidó a Thrombey.

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Que su personaje sea una inmigrante que huye de las mentiras supone un revulsivo para la política de Trump y compañía. Una especie de bofetada de ficción. Es Ana de Armas quien, junto al carisma de Daniel Craig, termina sosteniendo la película, por otro lado un festival de guiños, pistas falsas, diálogos cómicos, reconstrucción de escenas, flashbacks y otros estímulos propios del género.

Si echamos un vistazo a la filmografía de Rian Johnson, comprobaremos esa necesidad de transformar el noir, la comedia y la ciencia ficción y convertirlos en algo muy personal: véanse Looper, Los hermanos Bloom, Star Wars: Los últimos Jedi y la que, a mi entender, es su mejor obra: Brick.

Apoyado, de nuevo, por un reparto espléndido: más o menos todos destacan, pero además de los ya citados hay que mencionar a Jamie Lee Curtis, Michael Shannon, Toni Colette, Chris Evans y Don Johnson, algunos de los parientes directos y políticos de Plummer.

También es necesario destacar su crítica hacia el festival de odios, puñaladas y exabruptos que despierta la lectura de un testamento… Nunca está todo el mundo conforme porque unos se ven beneficiados y otros salen perjudicados, y en esos momentos a muchos les estimula más la vía económica que el recuerdo del finado.

No se pierdan Puñales en la espalda si, aparte de pasar un buen rato buscando patrones de sospecha, quieren formarse sus propias reflexiones sobre mentiras, verdades y herencias.