La alegría de vivir agradecidos es contagiosa
El papa Francisco pregunta: ¿Somos capaces de dar gracias? ¿Has pensado a quién tienes que darle las gracias hoy por algo? Decir ‘Gracias’ abre puertas inesperadas, mejora la salud emotiva y física.
La soberbia cose bocas, golpea con anomia, es decir impide pronunciar un gracias desde el profundo del corazón. El orgullo paraliza porque crea rigidez en el cuerpo y el alma, se corre el riesgo de perderse un abrazo. La amnesia rompe con la gratitud, pues se pierde la memoria de dar gracias, incluso en los momentos más malos, agradecer puede ser un bálsamo que alivia del dolor y lleva a encontrar aliados.
Francisco invita a salir de la distracción de quedarnos en nosotros mismos, sin dar gracias a Dios y a los demás. Casi como una ceguera selectiva que nubla la vista de las cosas maravillosas y pequeñas que nos rodean y llenan de sentido la vida misma.
Un examen de los movimientos del corazón, como lo llama el Papa, sería muy útil para comprender las infinitas ocasiones que perdimos para dar gracias por algo o a alguien. Pero, nunca es tarde y se puede comenzar ahora mismo. Madre Teresa decía que necesitamos ser las manos y quizás los pies de Jesús y una caricia o una palabra dulce pueda calentar el corazón de alguien y alegrar su vida. El peligro de esto es que es contagioso. ¡Atención!
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“Mamá, gracias por tus manos que prepararon mi plato preferido; papá, gracias por romperte la espalda en el taller por nuestra familia; gracias, esposa mía, por ser mi fortaleza en días oscuros; gracias, amigo mío, por sacarme de ese apuro que me desvelaba; gracias, hijo mío, porque estudiando supiste valorar los esfuerzos que hicimos con tu mamá; gracias, abuelo, por tus sabios consejos cuando nadie más me comprendía; gracias, querido colega porque aunque no te lo diga frecuentemente no sé que sería de mi sin tu ayuda o escucha; y, sobre todo, gracias a Dios, por todos los dones, gratuitos e inmerecidos recibidos hoy y siempre”.
Decir gracias eleva de un centímetro del terreno, porque se sale de lo convencional y se entra en lo extraordinario, en lo divino, de sentirnos parte de algo más grande o de alguien que nos hace mejores. Allí donde comienza el ‘nosotros’, dejamos el ‘yo’ y agradecemos por ser parte de esta empresa, esta familia, esta comunidad, este grupo, esta sociedad, en fin, parte de este mundo.
Agradecidos de lo que somos, de lo que fuimos y de lo que seremos. Esto puede solo llevar a la plenitud emocional y espiritual.
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Sin dudar, vivir agradecidos, es el principio de una vida llena de esperanza. Francisco nos dice que no es optimismo, el cristiano se alimenta de la esperanza del amor incondicional. Es como el grano de mostaza. Es como ese brinco en la mañana al despertar para ir esperanzados al encuentro de la jornada y sus desafíos, con una actitud renovada y vital, sin importar los obstáculos y las dificultades.
Estudios científicos y la neurociencia demuestra que la salud mental goza de ese beneficio, menos estrés y mejores relaciones, aumentan la serotonina en el organismo, la llamada ‘hormona de la felicidad’ y la creatividad. Los pensamientos negativos, en cambio, son asesinos de neuronas.
Entonces, un ejercicio para el alma y el corazón puede ser tres veces al día manifestar la alegría de vivir agradecidos con lo mucho o lo poco que tengamos y donarla a alguien más a través de un pequeño gesto dirigido a: un compañero de trabajo, un familiar o un conocido. Y terminar el día con una oración de agradecimiento como invita el papa Francisco. Así, la palabra clave es: ¡Gracias!