¿Cómo ser humilde y controlar el amor propio? Aquí tienes dos modos prácticos de hacerlo. Las virtudes no caminan solas. Están entrelazadas y eso es algo muy estimulante. Cuando alguien se propone ser mejor en una virtud, al luchar por conseguirla resulta que mejora también el resto.
Para lograr la humildad, todos sabemos que es difícil luchar. Todos tenemos nuestro ego, que se expresa de mil maneras. Si hacemos autoexamen, enseguida detectamos que en un solo día:
-hemos valorado más la opinión nuestra que la de los demás.
-hemos organizado el día pensando en nuestro propio beneficio, en primer lugar.
-no hemos mirado lo suficiente a nuestro alrededor para detectar lo que otros podían necesitar.
Todo eso son manifestaciones de orgullo, y me dejo muchas en el bolsillo.
¿Cómo subir un peldaño en el terreno de la humildad? ¿Cómo mejorar en el olvido de sí y poner coto a la soberbia?
Hay dos valores que al ponerlos en práctica nos ayudan a ser humildes. Son la sinceridad y la obediencia.
Sinceridad
Cada vez que soy sincero, pongo mi ego en su sitio. Eso significa que no siempre voy a quedar bien, que incluso estoy dispuesto a quedar mal, a reconocer mis errores ante otras personas y a manifestar mis limitaciones.
Que no sea necesario emplear una máquina de la verdad para saber lo que pienso de las cosas. Y que reconozca cuándo he cometido un error: ya habré dado el primer paso para pedir perdón.
La sinceridad consiste en decirlo todo, no solo medias verdades. Y eso aplica al noviazgo, a la amistad, al matrimonio, al trabajo, a la vida de relación con Dios…
Cuando uno es sincero, experimenta una sensación de quedar liberado. La sinceridad aporta paz. Aquella cosa mala que me ataba, ya la he soltado. Aunque luego tenga que pagar un precio por lo que he hecho.
Ser sincero es estar dispuesto a entrar en uno mismo como quien entra en una casa que ha estado cerrada mucho tiempo, con una linterna o dando la luz, y va descubriendo telarañas, suciedad que había quedado acumulada en un rincón y que no queríamos destapar.
Ser sinceros nos hace transparentes y eso permite que los demás conozcan cómo somos. Así se puede ser más humilde, porque uno no carga pesos que pueden ser un lastre: algo que no he contado a mi novio o a mis padres, algo que no digo a mis colegas…
Si somos sinceros con los amigos, si les mostramos nuestros sentimientos y les damos la oportunidad de saber quiénes somos, seremos más amigos de verdad.
Quizá no contarles algo para no exponernos o no mostrar nuestra vulnerabilidad, nos hacía permanecer en una amistad superficial. La sinceridad, en cambio, nos ayudará a profundizar y ser verdaderos amigos.
Decía el poeta Rubén Darío: “Ser sincero es ser potente: de desnuda que está, brilla la estrella”.
Obediencia
Con la obediencia nos sometemos a otra persona: nuestros padres, nuestro jefe… Como somos adultos, obedecer implica querer obedecer, estar dispuesto a hacer lo que esa persona me diga y, además, ser responsable de las consecuencias de lo que hago obedeciendo.
Al obedecer, reconozco la autoridad de una persona sobre mí y eso me hace más humilde. Porque implica que previamente he valorado a esa persona y la considero por encima de mí (en ese aspecto).
Obedecer significa, a veces, dejar de remar en la dirección que uno quería y seguir otra ruta que me han indicado. Es fiarse. Implica replantear cosas, dar prevalencia a los demás, dejar mis planes aparcados y volcarse en otras metas… Y practicar todo eso es una forma de hacerse humilde.
Cuando te cueste ser humilde y no sepas por dónde empezar, practica la sinceridad y la obediencia. Si los trabajamos, incluso en pequeñas metas, serán como dos ruedas que nos ayudan a avanzar.
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