Ser humilde no siempre tiene buena prensa. Pero si has escogido leer este texto es porque la cuestión de la humildad te ha tocado por dentro.
¿Probamos a ser más humildes?
Para comenzar, nos ayudará saber qué significa esta palabra. O, por lo menos, saber de dónde viene. Humildad viene del latín humus, que significa “tierra”. ¿Hemos oído alguna vez eso de que hay que estar con los pies en el suelo? Pues eso: la humildad, no la vida, pone a cada uno en su sitio.
La humildad es un baño de realismo, de saber realmente lo que valemos y no lo que creemos que valemos o nos dicen que valemos.
En la vida aspiramos a cosas grandes. Son ambiciones lógicas: en la profesión, en la familia, en la ciudad o el pueblo donde vivimos queremos ser alguien relevante. Pero a veces esa ambición podría ser insana y desordenada. Podría hacer que desatendiéramos los aspectos de nuestra vida que son más importantes. Con la humildad, se corrigen las ambiciones exageradas y nos tomamos cada cosa en su justa medida.
Aviso: no es fácil. Cuando uno se encuentra sumergido en algo que le apasiona, aquello se expande como un gas y va ocupando otros espacios de la vida. Por ejemplo, el trabajo que nos encanta comienza a ser obstáculo para atender a la familia. O pasarlo bien con los amigos hace que no estudiemos lo necesario. En esos casos, ser humilde implica reconocer que nos hemos pasado.
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