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El Papa denunció la “religión del yo” y creerse superiores a los otros

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Ary Waldir Ramos Díaz - publicado el 27/10/19
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“Y tantos ilustres grupos cristianos, católicos, van por esta senda”, sostuvo en una contundente homilía de cierre del Sínodo Amazónico realizado en el Vaticano (6-27 de octubre). El Papa Francisco lamentó que en la “religión del yo”, vivan tantos llamados cristianos, católicos, quienes consideran a otros hermanos o hermanas “inferiores y de poco valor”. Pues, esa persona, como el fariseo “desprecia sus tradiciones, borra su historia, ocupa sus territorios, usurpa sus bienes. ¡Cuánta presunta superioridad que, también hoy se convierte en opresión y explotación!”. 

Para decir esta palabras, Francisco ha querido que estuvieran en primera fila los representantes de las pueblos originarios y los enfermos asistidos en la comunidad de Arché. La misa sirvió de cierre del Sínodo de Amazonia en la Basílica de San Pedro. Una celebración que dijo fue “también por los más pobres de la sociedad desarrollada… Ellos están con nosotros en primer plano”, expresó entre aplausos. 

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Antoine Mekary | ALETEIA

La religión del yo

“Los errores del pasado no han bastado para dejar de expoliar y causar heridas a nuestros hermanos y a nuestra hermana tierra: lo hemos visto en el rostro desfigurado de la Amazonia. La religión del yo sigue, hipócrita con sus ritos y “oraciones”, pero tantos son católicos, tantos se confiesan católicos, se olvidaron de ser cristianos y humanos, olvidando que el verdadero culto a Dios pasa a través del amor al prójimo”.

En su homilía del domingo invitó a reflexionar sobre tres personajes del Evangelio de hoy (Lc 18,11): “en la parábola de Jesús rezan el fariseo y el publicano, en la primera lectura se habla de la oración del pobre”.

También los cristianos que rezan y van a Misa el domingo están sujetos a esta religión del yo. Podemos mirarnos dentro y ver si también nosotros consideramos a alguien inferior, descartable, aunque sólo sea con palabras. Recemos para pedir la gracia de no considerarnos superiores, de creer que tenemos todo en orden, de no convertirnos en cínicos y burlones. Pidamos a Jesús que nos cure de hablar mal y lamentarnos de los demás, de despreciar a nadie: son cosas que no agradan a Dios”, sostuvo. 

El Papa que recibió las ofrendas en la misa por parte de un hombre indígena que llevaba en la cabeza un bordado tradicional de plumas de aves amazónicas hasta la cintura, cabe recordar que en la primera misa de apertura del Sínodo el pasado 6 de octubre había repetido el mismo gesto y pidió perdón el lunes siguiente por las burlas de algunas personas a ese ‘pío hombre’. 

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Antoine Mekary | ALETEIA

Despreciar al prójimo 

Así, recordó que el fariseo se olvida de Dios, porque “se olvida el prójimo, es más, lo desprecia. Es decir, para él no tiene un precio, no tiene un valor”. Entonces, “se considera mejor que los demás, a quienes llama, literalmente, “los demás, el resto” (“loipoi”, Lc 18,11). Son “el resto”, los descartados de quienes hay que mantenerse a distancia”. 

Francisco invitó a reflexionar sobre esa religión del yo, que descarta a los otros. Pues, considera a los demás inferiores. “También lo hemos visto hoy en el Sínodo cuando hablábamos de la explotación de la creación, de los habitantes de la Amazonia, el tráfico de personas, del comercio de personas”. 

 Tantos ilustres grupos cristianos, católicos, van por esta senda 

¿El drama del fariseos? No tiene amor, dijo el Papa. “Pero, como dice san Pablo, incluso lo mejor, sin amor, no sirve de nada (cf. 1 Co 13). Y sin amor, ¿cuál es el resultado? Que al final, más que rezar, se elogia a sí mismo”. 

De hecho,  afirmó el fariseo, “no le pide nada al Señor, porque no siente que tiene necesidad o que debe algo, sino que, más bien, se le debe a él. Está en el templo de Dios, pero practica la religión del yo. Y tantos ilustres grupos cristianos, católicos, van por esta senda”. 

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Antoine Mekary | ALETEIA

La oración del corazón 

En contraste con la oración del fariseo, Francisco expone que en la oración del publicano, en cambio, se puede “comprender qué es lo que agrada a Dios”. “Él no comienza por sus méritos, sino por sus faltas; ni por sus riquezas, sino por su pobreza. No se trata de una pobreza económica —los publicanos eran ricos e incluso ganaban injustamente, a costa de sus connacionales— sino de una pobreza de vida, porque en el pecado nunca se vive bien”. 

“Ese hombre se reconoce pobre ante Dios y el Señor escucha su oración, hecha sólo de siete palabras, pero también de actitudes verdaderas. En efecto, mientras el fariseo está delante en pie (cf. v. 11), el publicano permanece a distancia y “no se atreve ni a levantar los ojos al cielo”, porque cree que el cielo existe y es grande, mientras que él se siente pequeño”. 

Auto canonización 

En su amplia homilía, describe que la oración que agrada a Dios es con el corazón. El publicano “se golpea el pecho” (cf. v. 13), porque en el pecho está el corazón. Su oración nace del corazón, es transparente; pone delante de Dios el corazón, no las apariencias. Rezar es dejar que Dios nos mire por dentro sin fingimientos, sin excusas, sin justificaciones. Cuántas veces, nos hace reír los arrepentimientos llenos de justificaciones, que más que un arrepentimiento, parecería una causa de auto canonización”. 

Del diablo viene la falsedad 

Porque del diablo vienen la opacidad y la falsedad, de Dios la luz y la verdad”, afirmó. En este sentido, agradeció a los 184 padres sinodales “por haber dialogado durante estas semanas con el corazón, con sinceridad y franqueza, exponiendo ante Dios y los hermanos las dificultades y las esperanzas”. 

Sentirse necesitados de salvación

“Hoy, mirando al publicano, descubrimos de nuevo de dónde tenemos que volver a partir: del sentirnos necesitados de salvación, todos. Es el primer paso de la religión de Dios, que es misericordia hacia quien se reconoce miserable”. 

En cambio, sostuvo, “la raíz de todo error espiritual, como enseñaban los monjes antiguos, es creerse justos. Considerarse justos es dejar a Dios, el único justo, fuera de casa”. 

Es tan importante esta actitud de partida que Jesús nos lo muestra con una comparación paradójica, poniendo juntos en la parábola a la persona más piadosa y devota de aquel tiempo, el fariseo, y al pecador público por excelencia, el publicano”. 

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Antoine Mekary | ALETEIA

El presuntuoso fracasa siempre 

El Papa indicó que el juicio se invierte: “el que es bueno pero presuntuoso fracasa; a quien es desastroso pero humilde Dios lo exalta. Si nos miramos por dentro con sinceridad, vemos en nosotros a los dos, al publicano y al fariseo”. 

Todos somos un poco publicanos, y un poco fariseos 

Somos un poco publicanos, por pecadores, y un poco fariseos, por presuntuosos, capaces de justificarnos a nosotros mismos, campeones en justificarnos deliberadamente. Con los demás, a menudo funciona, pero con Dios no. 

Con Dios el truco no funciona. Recemos para pedir la gracia de sentirnos necesitados de misericordia, interiormente pobres. También para eso nos hace bien estar a menudo con los pobres, para recordarnos que somos pobres, para recordarnos que sólo en un clima de pobreza interior actúa la salvación de Dios”, expresó. 

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Antoine Mekary | ALETEIA

Orar como el pobre

Por último, el Papa reflexionó sobre la oración del pobre. Esta, dice el Eclesiástico, «atraviesa las nubes» (35,17). Mientras la oración de quien presume ser justo se queda en la tierra, aplastada por la fuerza de gravedad del egoísmo, la del pobre sube directamente hacia Dios. El sentido de la fe del Pueblo de Dios ha visto en los pobres “los porteros del cielo”. 

“Ellos son los que nos abrirán, o no, las puertas de la vida eterna; precisamente ellos que no se han considerado como dueños en esta vida, que no se han puesto a sí mismos antes que a los demás, que han puesto sólo en Dios su propia riqueza. Ellos son iconos vivos de la profecía cristiana”. 

Sínodo fue para escuchar a los pobres  

En este Sínodo hemos tenido la gracia de escuchar las voces de los pobres y de reflexionar sobre la precariedad de sus vidas, amenazadas por modelos de desarrollo depredadores”, abundó. 

Así invitó abrazar el testimonio que proviene de Amazonia “acogiéndola con las manos abiertas como un don, habitando la creación no como un medio para explotar sino como una casa que se debe proteger, confiando en Dios”.

No burlarse de los pobres 

“Él es Padre y, dice también el Eclesiástico, «escucha la oración del oprimido» (v. 16). Cuántas veces, también en la Iglesia, las voces de los pobres no se escuchan, e incluso son objeto de burlas o son silenciadas por incómodas. Recemos para pedir la gracia de saber escuchar el grito de los pobres: es el grito de esperanza de la Iglesia. Haciendo nuestro su grito, también nuestra oración atravesará las nubes”, concluyó. 

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