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¿Cómo encontrar satisfacción en mi vida?

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Luisa Restrepo - publicado el 23/10/19
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En ese instante en el que comprendes lo amado que eres empieza todo

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Cuando nos encontramos auténticamente con el tesoro de la fe, nos invade un torbellino de alegría. Somos amados.

Este encuentro puede darse en muchos contextos: una adoración al Santísimo, un retiro, un momento de servicio. Es ese instante en el que comprendes lo amado que eres.

El momento en el que Dios mismo lo susurra en tu corazón o el momento en el que presencias este amor en los demás.

feelings

fizkes – Shutterstock

En ese minuto comienzas a entender tu vida desde la fe, se transforma el significado del servicio y del amor.

Se empieza a tratar más sobre encontrar almas y construir relaciones auténticas, centradas no en tener y no tener, sino en compartir la humanidad.

Recibes más que lo que das, caes en la cuenta de que no tienes todas las soluciones, te reconoces pobre en tu propio corazón, abres los ojos a la verdad de las cosas y admiras la dignidad de los otros.


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Esta noción de ayudar a los demás es una de las partes más bellas de nuestra fe. Asegura que no seamos complacientes, sino que permitamos que Cristo no solo viva en nosotros, sino que también actúe en nosotros.

De ese desbordamiento de amor por nosotros, es de donde brota el amor que estamos llamados a compartir.

Para comprender la experiencia de estar tan lleno del amor de Cristo y saber qué puedo hacer con ese amor, podemos recurrir a la experiencia de los santos.

Madre Teresa, Pier Giorgio Frassati, San Alberto Hurtado… testigos modernos de la santidad gozosa, una santidad que se mueve hacia el sufrimiento y no se encierra.


SAINTS
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San Alberto Hurtado una vez escribió a un amigo que estaba “tan feliz y contento como uno puede estar en esta tierra”.

Entonces, ¿qué tenía la vida de estos hombres que en medio de las dificultades de la vida sintieron tanta alegría? ¿Y cómo podemos nosotros, como los jóvenes de hoy, encontrar esa misma satisfacción en nuestras vidas?

Ser luz

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Shutterstock / MJTH

El papa Francisco, en Christus Vivit, ofrece a san Alberto como ejemplo de un valiente misionero:

“Ser apóstoles no significa llevar una insignia en el ojal de la chaqueta; no significa hablar de la verdad, sino vivirla, encarnarse en ella, transformarse en Cristo. Ser apóstol no es llevar una antorcha en la mano, poseer la luz, sino ser la luz […]. El Evangelio […] más que una lección es un ejemplo. El mensaje convertido en vida viviente” (CV 175).

Ser movidos a la acción. Ver una necesidad y reconocer nuestras propias capacidades para abordarla.

Las acciones de amor muestran que el mensaje de Cristo es real y alcanzable, y que Cristo está esperando que cada uno reciba su amor en la vida diaria. No tener miedo de ser instrumentos para derramar luz y esperanza.


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Enraizados en la oración

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© Jeffrey Bruno

El Papa en la Christus Vivit continúa diciendo:

“A veces he visto árboles jóvenes, bellos, que elevaban sus ramas al cielo buscando siempre más, y parecían un canto de esperanza. Más adelante, después de una tormenta, los encontré caídos, sin vida. Porque tenían pocas raíces, habían desplegado sus ramas sin arraigarse bien en la tierra, y así sucumbieron ante los embates de la naturaleza. Por eso me duele ver que algunos les propongan a los jóvenes construir un futuro sin raíces, como si el mundo comenzara ahora. Porque «es imposible que alguien crezca si no tiene raíces fuertes que ayuden a estar bien sostenido y agarrado a la tierra. Es fácil “volarse” cuando no hay desde donde agarrarse, de donde sujetarse»”.

Al aconsejar a un joven sacerdote, la Madre Teresa dijo una vez:

“¿Crees que podría ir por las calles buscando a los pobres si Jesús no comunicara el fuego de su caridad a mi corazón? Sin Dios, somos demasiado pobres para poder ayudar a los pobres“.


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Para derramar amor, primero debemos poseerlo en abundancia. Necesitamos el fuego de Dios en nuestros corazones. Esto es lo que nos permite ver el sufrimiento bajo una luz diferente.

Arraigados en la oración aprendemos a amar con nuestras acciones y no con nuestras ideas, pero tener mucho cuidado en -como está de moda- vivir una espiritualidad sin Dios, o una afectividad sin comunidad auténtica y sin compromiso con los que sufren.

El camino de nuestra fe está hecho de libertad, de entusiasmo, de creatividad, de horizontes nuevos, pero cultivando al mismo tiempo las raíces que nos alimentan y sostienen.

El sí a Dios

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© GODONG / BSIP

Por último, no olvidar la alegría de nuestro sí a Dios.

El Papa nos dice:

“Para cumplir la propia vocación es necesario desarrollarse, hacer brotar y crecer todo lo que uno es. No se trata de inventarse, de crearse a sí mismo de la nada, sino de descubrirse a uno mismo a la luz de Dios y hacer florecer el propio ser: «En los designios de Dios, cada hombre está llamado a promover su propio progreso, porque la vida de todo hombre es una vocación». Tu vocación te orienta a sacar lo mejor de ti para la gloria de Dios y para el bien de los demás. El asunto no es sólo hacer cosas, sino hacerlas con un sentido, con una orientación. Al respecto, san Alberto Hurtado decía a los jóvenes que hay que tomarse muy en serio el rumbo: «En un barco al piloto que se descuida se le despide sin remisión, porque juega con algo demasiado sagrado. Y en la vida ¿cuidamos de nuestro rumbo? ¿Cuál es tu rumbo? Si fuera necesario detenerse aún más en esta idea, yo ruego a cada uno de ustedes que le dé la máxima importancia, porque acertar en esto es sencillamente acertar; fallar en esto es simplemente fallar” (CV 257).

Dios tiene planeado un viaje emocionante para ti. Todo lo que se necesita para que tu sí cambie vidas es entregarte a Dios como instrumentos.



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