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¿Por qué vale la pena casarse?

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Cecilia Zinicola - publicado el 21/10/19
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¿Qué diferencia hay entre irse a vivir juntos y casarse? ¿Te planteas dar un paso más en tu relación? El matrimonio nos abre nuevas posibilidades para amar y ser amados

Aunque en el amor no existan garantías, el matrimonio crea un ambiente propicio para aumentar las posibilidades de la felicidad. A diferencia de una relación libre o convivencia, responde de manera natural y auténtica a la invitación que nos hace el enamoramiento.

Cuando dos personas se enamoran no son llamadas a vivir cualquier tipo de unión. El amor los invita a una relación en donde se quiere y expresa una donación recíproca, un amor comprometido, exclusivo, permanente, altruista y fecundo.

BRIDE AND GROOM UNDER UMBRELLA
SHUTTERSTOCK

Eleva nuestra capacidad para amar

La diferencia entre irse a vivir juntos o casarse no es el papel, que es un instrumento de prueba, o una ceremonia, que es hacer público lo que los novios viven, sino el hecho de que los que se casan realizan un nuevo acto de amor por el cual se comprometen a amarse para siempre.

Esa medida de entrega, de compromiso, de querer querer, genera energías, ideas, esfuerzos y actitudes que no se realizan si el planteamiento de la relación es estar juntos hasta que se acaben las ganas de estarlo o  de prueba o por un tiempo pasajero.

El acto de casarse con esa medida de entrega, aunque no elimina las limitaciones o defectos de las personas, en sí mismo es un hecho que genera un bien para los novios y eleva las capacidades de la pareja para amar a un nivel que no se llega sin ese acto voluntario.

Amantes son los que simplemente se quieren, cónyuges son los que además de quererse y porque se quieren con esa medida que les propone el amor, deciden comprometerse a quererse. Esa es la gran diferencia.

Hay un acto de amor, de entrega total en un momento presente de todo lo que uno es y lo que puede ser.

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David Thomaz-Unsplash

El "para siempre" fortalece el compromiso  y el amor

El amor auténtico invita a una unión permanente y no pasajera para vivir  “siempre con el otro”.

El simple deseo de querer estar con el otro es algo meramente afectivo. Un amor muy frágil, que tiene fecha de caducidad muy rápido. El casarse es un paso para decidir concretar esa unión con un claro “siempre contigo”.

Mediante un acto concreto del presente, la boda, los enamorados se proyectan en el tiempo. La palabra comprometer significa “meterse en el futuro con esa otra persona”. Esa forma concreta es entregándose comprometidamente.

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Studio Firma/Stocksy United

Motiva a dar lo mejor de nosotros

Otra tendencia del enamoramiento es el altruismo que es el darle lo mejor de uno mismo al otro. Una actitud que se genera en uno mismo y que diferencia al soltero del casado: enriquecerse con la diversidad de la persona que ha elegido para compartir la vida.

El matrimonio es aquello que la humanidad ha llamado en toda cultura y todo tiempo histórico una unión entre un hombre y una mujer que tienen toda la riqueza para complementarse en su diversidad sensual, racional, fisiológica, emocional y espiritual.

El bien de los cónyuges como fin del matrimonio son esos cambios que se hacen en la manera de ser persona para vivir una relación de dos como uno, porque casarse es “uno pero todavía dos” donde las individualidades no se absorben. Es una realidad de ser dos como uno. No es una pareja, es un matrimonio.

Incrementa la celebración familiar

Lo que ha sido festivo en la historia de la humanidad con matices diferentes en la forma de festejar ha sido el matrimonio. Es decir, que alguien decida que uno es tan valioso que merece que el otro le entregue su vida. Y encontrar a alguien que es tan valioso que merece nuestra entrega. Ese es el gran motivo de festejo.

Por la misma razón se celebran los aniversarios. Ese motivo que remite a ese acto concreto en el que los enamorados se comprometieron profundamente y renuevan cada año. Lo que no se celebra es irse a vivir juntos o estar viviendo un tiempo de prueba para otro.

Contribuye a una mentalidad abierta a la vida

El amor invita a un amor fecundo, a recrear todo con el otro porque el enamoramiento genera fecundidad en muchos sentidos, no solo en dar vida a un ser humano. Crea en en los enamorados una actitud de apertura hacia la vida en general.

Aunque no sea el fin de estar juntos el tener hijos, hay una tendencia de la misma manera que un atleta tiene la tendencia a acceder a un premio olímpico. No forma parte de la esencia de ser un atleta ganar la medalla olímpica, pero sí la tendencia de acceder a ella.

La estructura sólida que ofrece el amor comprometido, prepara un ambiente con mucha paz para recibir a los hijos y crear en los enamorados una apreciación por el valor de la vida.

WEDDING, CHURCH, CRUCIFIX
Cindy Hughes | Shutterstock

Nos enriquece sacramentalmente

El matrimonio es patrimonio común de la humanidad, pero la gran riqueza de los católicos es que el matrimonio fue elevado por Cristo a la dignidad de sacramento. Una realidad espiritual en la que Cristo se suma a la vida de los enamorados para ayudarles a vivir sus fines.

Esto significa que por el compromiso adoptado existe una mayor voluntad y energía para superarse, pero además al ser sacramental se tiene a Cristo. El amor se trabaja todos los días y donde no llegan los esfuerzos humanos, Jesús pone su parte.

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