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Our Town: La vida en tres actos

OUR TOWN
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Manuel Ballester - publicado el 18/10/19
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Premio Pulitzer de Teatro de 1938: “Los que están vivos no comprenden, ¿verdad?”

Thornton Wilder (1897-1975) es un autor que sobresale en diversos ámbitos que van desde la novela (El puente del rey San Luis, Pulitzer de Narrativa 1928) o novela histórica (Los idus de Marzo, 1948) hasta películas (Hello, Dolly!, 1964). En teatro destaca Our town (Nuestro pueblo, Pulitzer de Teatro de 1938), que es de la que vamos a tratar.

Our town incorpora multitud de originalidades que los aficionados al teatro no dejarán de apreciar. Por ejemplo, hay en el teatro la figura invisible del traspunte. Es invisible porque su tarea consiste en avisar a los actores cuándo han de salir a escena y recordándoles las primeras frases que han de pronunciar.

En esta obra, sin embargo, el traspunte aparece arreglando el escenario mientras va entrando el público y, una vez acabado, contempla cómo acaba de llegar el público. Entonces habla: no se esconde y apunta a los actores sino que, por el contrario, se dirige al público y presenta la obra, muestra el pueblo con detalle e indica que el primer acto muestra “un día de nuestro pueblo”, concretamente, el 7 de mayo de 1901. El traspunte volverá a aparecer haciendo el papel de narrador, presentando algún personaje o subrayando algún aspecto.

La charla introductoria del traspunte recorre el pueblo justo antes de amanecer. Todo transmite la normalidad más absoluta. Fijado el día, señala en tiempo futuro algunos acontecimientos (“el primer automóvil vendrá dentro de 5 años”) y otros en pasado: “El doctor Gibbs murió en 1930”, también murió la señora Gibbs y allí está enterrada. Establece así un presente distinto del tiempo en el que ha de transcurrir, al menos, el primer acto.

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Portland Center Stage-(CC BY-NC 2.0)

La acción, ágil, sobria, rebosante de situaciones, diálogos y problemas cotidianos, está bañada por un aura singular desde que sabemos que en el presente del traspunte ya están muertos.

No es dramático, no es un sobrecogedor memento mori en cuanto que los actores no “saben” que ya están muertos (o lo estarán): pero lo sabe el traspunte y el público o el lector, al menos…

Eso es muy corriente, ¿acaso no sabemos que somos mortales, que moriremos? En esa misma claridad podemos ver nuestros actos del mismo modo que, en Our town, ilumina las peleas de la madre para lograr que sus hijos desayunen, las reticencias de los niños para asistir al colegio, un resfriado, fregar los platos después de comer; también a Emilia, una chica buena y lista que se pregunta si la encontrarán bonita; y a Jorge, un chico de 16 años, que la encuentra bonita… y la invita a un helado.

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Portland Center Stage-(CC BY-NC 2.0)

Al finalizar la jornada, el traspunte informa de que ha acabado el primer acto, “que se titulaba “La vida cotidiana”, mientras el segundo se titula “Amor y matrimonio””. El último acto de la vida tiene lugar en el cementerio, claro. Ahí también podemos disfrutar de la originalidad de Wilder que saca a escena a muertos y vivos. Vivos despidiendo a Emilia, que acaba de irse; difuntos recibiendo a Emilia, que acaba de llegar.

Seguimos en nuestro pueblo, nuestro mundo, nuestra vida, pero desde la perspectiva de los difuntos. Así lo expresa la recién fallecida Emilia: “Los que están vivos no comprenden, ¿verdad? […] Hasta ahora no había comprendido lo angustiados y lo… a oscuras que están los vivos”. Piensa Emilia que nos sabemos mortales, sí pero le damos la espalda a esa realidad. Y así, vivimos la vida desde la ignorancia y la ceguera.

Cabe, entonces plantearse, ¿Qué ocurriría si nos fuese dado vivir un día siendo conscientes? ¿Cómo desayunaríamos, cómo nos despediríamos, cómo miraríamos a los que conviven con nosotros o, incluso, a quienes nos encontremos ocasionalmente viajando por la vida?

OUR TOWN

Portland Center Stage-(CC BY-NC 2.0)

Emilia consigue un día así. Quiere verse vivir un día de su vida. Pretende elegir un día feliz, pero le aconsejan que no: “elige un día que no tenga importancia. Elige el día menos importante de tu vida. Así y todo, te importará demasiado”. Asiste como espectadora al día de su doce cumpleaños y ve personas, acciones y cosas buenas pero sabe que la muerte las ha vencido ya. Y no se dan cuenta de que son felices, no se miran sino que están pendientes de “trivialidades”: “Sólo por un momento estamos aquí todos juntos. Mamá, sólo por un momento, somos felices. Mirémonos unos a otros”. “Pasa todo tan de prisa. No tenemos tiempo ni para mirarnos unos a otros”.

Vivir la vida cada minuto

No se trata, pues, de hacer cosas maravillosas o de revivir el día del gran éxito o la gran alegría. Se trata de mirar, de mirarnos unos a otros, de intensificar la vivencia de la maravilla cotidiana y vernos así sonreír y ser felices.

“Los seres humanos, ¿se dan cuenta alguna vez de lo que es la vida mientras la están viviendo?… ¿de cada minuto, de cada minuto?

No. Los santos y los poetas, acaso…”.

El poeta sabe «¡Cuanto calienta al alma una frase, un apretón de manos a tiempo!» (Rubén Darío). Y el santo sabe que todo es bueno y para el bien; y que es cierto que a veces el mal es desgarrador pero está ya vencido.

Mirarnos de verdad, ver las cosas y las acciones en esa luz es vivir en el misterio. Para vernos siempre el rostro auténtico, sonriente y feliz, habría que ser poeta o santo. Pero no todos somos podemos ser poetas. ¿Seguiremos ciegos o será verdad que la senda del santo está disponible para todos?

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Portland Center Stage-(CC BY-NC 2.0)

Wilder afirma que Our town “es un intento de encontrar un valor por encima de todo premio para los acontecimientos más pequeños de nuestra vida diaria”, una obra que se articula en torno a “la pasión por conocer lo que la vida significa para nosotros”.

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