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¿Cómo lograr ser uno mismo?

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By Maria Evseyeva|Shutterstock

Carlos Padilla Esteban - publicado el 12/10/19

Queriendo caer bien y buscar "likes", ¿por qué digo a veces lo que no siento?

No sé si soy yo o son los otros los que determinan quién soy y cuánto valgo. No sé si son mis propias mentiras las que me envenenan el alma y me ponen triste.

O es el mundo con sus juicios el que determina cómo debo comportarme y actuar para recibir aplausos. El que decide de forma despótica si tengo o no derecho a sonreír y ser feliz.

No sé si me estoy dejando llevar por la corriente, por las costumbres, por lo que todos piensan o sienten.

O si soy suficientemente maduro para ser yo mismo siempre y lograr así conservar mi propia forma de ver las cosas. No lo sé.

En medio del mar de dudas me sumerjo en la vorágine de lo que escucho, de lo que veo, de lo que siento.

Pretendo ser alguien diferente y me ofusco queriendo caer bien. ¿Por qué digo a veces lo que no siento? ¿Por qué me da miedo ser verdadero y decir lo que siento, lo que pienso, lo que sufro?

Cada vez que he sido sincero y veraz he recibido un elogio o una crítica. Tal vez algunos se han alejado de mí en silencio. No lo sé. No importa tanto.

Veo que hay en mí un instinto voraz de supervivencia. Que pretende buscar siempre el reconocimiento del mundo, de los pueblos. Bendita costumbre la mía de buscar la sonrisa.

¿Por qué me duele tanto que algunos piensen mal de mí? ¿Me duele porque es mentira lo que dicen? ¿O me duele porque mancillan mi imagen ante los demás?

La verdad se puede observar desde distintos ángulos. Cada uno puede acceder a ella desde su forma de entender la vida.

Verán una cosa en mí y será verdadera. Verán otra y también lo será, aunque se contrapongan. Sólo Dios conoce toda mi verdad.

¿Es la mirada del otro la que determina lo que es verdad y lo que no? ¿Es el juicio del hombre el que decide lo que está bien y lo que está mal?

Puedo no salir en la portada de ninguna revista, en el titular de ninguna noticia, y no por eso deja de ser noticia todo lo que me pasa.

El mejor juez de mi vida es Dios y es un padre misericordioso. No sé muy bien cómo le he dado poder a las masas para levantar mi ánimo o hundirlo.

Quizás por eso expongo mi vida una y otra vez deseando el reconocimiento. Esa búsqueda enfermiza de mi propio ego.

Creo que no tengo nada que demostrarle a nadie. No vivo en una carrera por ser el número uno en todas las estadísticas.

Quiero sólo vivir para servir donde Dios me quiera. Con una sonrisa. Con alegría. Quiero ser yo mismo allí donde me encuentre. Mostrar mi verdad sin miedo al rechazo.

Quiero tratar a todos igual, sin hacer distinciones. Sin juzgar corazones cuando veo sólo rostros. Que no me importe lo que digan de mí, aunque sea una verdad sesgada, o una mentira manifiesta. No importa tanto. Las palabras, también las escritas, se las lleva el viento.

Quisiera ser libre sin temer el fracaso, el rechazo, la indiferencia, el olvido. Libre siendo yo mismo. Y educar a hombres que reflejen esa misma libertad que tenía Cristo. Decía el Padre Kentenich:

El ideal de la educación es este: – Aquí estoy y formo hombres según la imagen de Cristo. Cada vida humana encarna una idea de Dios. Dios quiere realizar un pensamiento suyo en cada individuo. Y mi tarea, como educador, consiste en ayudar a descubrir ese pensamiento de Dios y entregar mis fuerzas para que ese pensamiento de Dios se encarne y se realice en el tú”.

Esa idea de Jesús que yo encarno es la que vale la pena. Lo demás es hojarasca que vuela y desaparece.

Tanto como la fama de una noticia, que hoy es trending topic y mañana cae en el olvido. Así es el paso del hombre por la vida.

Y no quiero perder un solo momento angustiado por el eco de mis palabras, por la sombra que proyecta mi figura, por la luz que surge de mis entrañas. Es lo de menos.

Sólo quiero reflejar una idea de Dios. Un sueño. Una misión. Una forma concreta de amar y hacer las cosas.

Una manera limitada, con deficiencias. No lo haré todo como Jesús. Porque sólo soy una idea suya. Un matiz. Una luz.

Y junto a muchos reflejaré mejor el rostro de Jesús. No veré en los demás competidores. Desterraré la envidia de mis sentimientos.

No me dejaré llevar por la pena cuando no me admiren. Viviré en la sombra como un niño confiado porque es ahí donde Jesús puede abrazarme y sostener mis pasos.

Cuando sé lo que tengo que ser para los demás, dejaré de imitar a otros. Cuando tenga clara mi misión, desaparecerá de mí la envidia.

Tengo paz al mirar a Dios porque Él me mira a mí y ve en mí su rostro y sonríe. O un aspecto de su rostro. O un reflejo de su belleza.

Definitivamente no son los demás los que tienen poder para decidir mi felicidad o mi pena. Soy yo el que les da derecho sobre mis estados de ánimo cuando me dejo llevar y cedo a la búsqueda de la aprobación de todos. Es mía la culpa.

Decido no caer de nuevo en ello. Sólo me importa la mirada de Dios.Siempre llena de amor. Es la que me da consuelo y esperanza.

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