Homilía hoy en Casa Santa Marta
El ministerio ordenado es un don del Señor, “que nos ha mirado y nos ha dicho ‘Sígueme’”, antes que un servicio, y no “una función” o “un pacto de trabajo”. El Papa Francisco tiene ante si muchos obispos y sacerdotes, que concelebran en la Misa de la mañana en Casa Santa Marta. Invita a todos, y también a sí mismo, a reflexionar en la primera Carta de san Pablo a Timoteo, propuesta por la liturgia, centrandola en la palabra “don”, en el ministerio como don a contemplar, siguiendo el consejo de Pablo al joven discípulo: “No descuides el don que hay en ti”.
No es un pacto de trabajo: “tengo que hacerlo”, el hacer está en segundo plano; yo tengo que recibir el don y custodiarlo como don, y de allí brota todo, en la contemplación del don. Cuando olvidamos esto, nos apropiamos del don y lo transformamos en función, se pierde el corazón del ministerio, se pierde la mirada de Jesús que nos ha mirado a todos y nos ha dicho: “Sígueme”, se pierde la gratuidad.
El riesgo de centrar el ministerio en nosotros mismos
El Papa pone en guardia contra el riesgo “de esta falta de contemplación del don, del ministerio como un don, y de ahí parten todas las desviaciones que conocemos, de las más feas, que son terribles, a las más cotidianas, que nos hacen centrar nuestro ministerio en nosotros mismos y no en la gratitud del don y en el amor hacia Aquel que nos dio el don, el don del ministerio”.
Un don, recuerda Francisco citando al apóstol Pablo “conferido mediante una palabra profética con la imposición de las manos por parte de los presbíteros” y que vale para los obispos y también “para todos los sacerdotes”. El Papa Francisco subraya por tanto “la importancia de la contemplación del ministerio como don y no como función”. Hagamos lo que podemos, aclara, con buena voluntad, inteligencia, “también con astucia”, pero siempre para custodiar este don.
El fariseo que olvida los dones de la cortesía y acogida
Olvidar la centralidad de un don, añade el Papa, es algo humano, y pone el ejemplo del fariseo que en el Evangelio de Lucas acoge a Jesús en su casa, descuidando “tantas normas de acogida”, descuidando los dones. Jesús se lo hace notar, señalando a la mujer que le dio todo lo que el anfitrión ha olvidado: el agua para los pies, el beso de acogida y la unción de la cabeza con el aceite.
Este hombre era bueno, un fariseo bueno pero había olvidado el don de la cortesía, el don de la convivencia, que también es don. Siempre se olvidan los dones cuando hay un interés detrás, cuando yo quiero hacer, hacer, hacer…. Sí, debemos, los sacerdotes, todos debemos hacer cosas, y la primera tarea es anunciar el Evangelio, pero hay que custodiarlo, custodiar el centro, la fuente, de donde brota esta misión, que es precisamente el don que hemos recibido gratuitamente del Señor.
La oración final de Francisco al Señor es para que “nos ayude a custodiar el don, a ver nuestro ministerio primero como un don, después como un servicio”, para no estropearlo “y no convertirnos en ministros empresarios”, y tantas cosas que alejan de la contemplación del don y del Señor, “que nos ha dado el don del ministerio”.