La creencia de que la rapidez lo es todo, nos hace cometer errores que podíamos haber evitado solo con un punto de reflexión
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Parece que la sociedad premia la rapidez y la velocidad. Algo así como el reino del “fast & furious”.
En la mayor parte de los juegos que se desarrollan para niños y adolescentes, el componente velocidad es básico a la hora de saltar obstáculos y vencer al enemigo para pasar a la pantalla siguiente.
Lo mismo ocurre en nuestro trabajo y nuestras conexiones: queremos velocidad en el pc y el móvil para que ejecute las órdenes que le damos de forma inmediata. La mensajería instantánea es eso: instantánea.
La velocidad está relacionada con el futuro, con romper la barrera del tiempo y con lograr un mayor dominio sobre lo que nos rodea. Todas las películas y series hablan de un triunfador que es rápido en sus decisiones.
La reflexión es imprescindible
Pero, ojo, esa velocidad no nos ayuda cuando no va acompañada de la reflexión.
Si actúo rápidamente pero sin haber puesto la cabeza, es posible que me estrelle.
Un ejemplo que todos entendemos: una receta de cocina. Si tengo los ingredientes y me dispongo a hacer un plato, debo leer antes la receta completa para saber si tengo que ir preparando dos cosas al mismo tiempo. Debo tener en cuenta los tiempos de cocción. Si alguien lee solo la primera frase y se pone en marcha, es posible que encuentre cosas como “ahora añada la mantequilla que previamente habremos disuelto en la sartén”.
Aprender la lección
Hay quien se pone en marcha sin saber exactamente cuál es la mejor ruta para una excursión: las energías pueden con todo, piensan. Luego, horas después, las cosas ya no se ven igual.
En la familia, cuántas veces nos ha pasado que nos enteramos de un dato y reaccionamos a toda velocidad. Nos enfadamos, contestamos, levantamos la voz o ponemos de vuelta y media a quien sea. Por desgracia, luego vemos que aquella información era incompleta y que nuestra reacción ha sido pésima. Eso ya no tiene remedio, pero podemos aprender la lección para la siguiente vez.
Ser veloz está sobrevalorado. En realidad, solo juega a nuestro favor si hemos usado la inteligencia.
¿Cómo conseguir que desaparezca la precipitación? Muy sencillo, sigue estos tres pasos:
Pensar qué hago
Qué estoy haciendo. Eso me ayudará a estar en lo que hago (no atendiendo al móvil al mismo tiempo o despistándome con la conversación de al lado). También podré valorar si es lo más importante que debo hacer o estoy priorizando equivocadamente. Podré detectar si lo urgente me engulle y estoy dejando de lado lo verdaderamente importante.
Pensar por qué lo hago
¿Actúo por un ataque de ira? ¿Lo hago por vanidad, para que los otros vean qué rápido soy en comparación con otros colegas, amigos o familiares? ¿Lo hago por orgullo, porque me acaban de herir y quiero resarcirme? ¿Lo hago para esconder mi pereza, porque debería estudiar el asunto pero me resulta más cómodo actuar ya y listos?
Pensar para qué lo hago
Si pongo cabeza en mis acciones, descubriré que lo inmediato tiene repercusión, tiene consecuencias, y que es mejor prever que lamentarse a posteriori. Eso me vendrá bien a la hora de medir mis palabras, de hacer un gasto, de dar un like en las redes sociales o de educar a mis hijos.
Pensar las cosas y evitar la precipitación no te hará más lento y sí te hará más feliz.