Sigue los gestos y las palabras más significativas del Papa en su periplo por África, peregrino en las periferias olvidadas a ojos internacionales El 31 viaje apostólico a Mozambique, Madagascar y Mauricio ha terminado (4-10 de septiembre), pero se ha cumplido el objetivo del Papa Francisco: poner el foco mediático en países marginados a ojos internacionales y dar un espaldarazo a la “esperanza”.
Con cada gesto y discurso, el Papa cuestionó la absurda lógica económica actual que desconoce el auténtico oro de África; la esperanza, la alegría y la sonrisa de sus niños y de sus jóvenes, del testimonio de una iglesia humilde, “en salida”, y cercana a los últimos.
El programa del Papa con sus encuentros, resaltó en cada momento la fuerza de hombres y de mujeres sencillos que encuentran cada día sentido a la vida a través de un entramado de relaciones vivas, de amor a su comunidad, fe y solidaridad, compartiendo lo poco o lo mucho que tienen.
Una fe concreta que mueve montañas
Una Iglesia que sufre con su pueblo, madre que mira hacia la Virgen María, y que encarna el valor concreto de una fe capaz de transformar un basurero en una ciudad, como lo vimos en la “ciudad de la amistad” en Akamasoa.
Una fe concreta que mueve montañas, como destacó Francisco en Madagascar, y que alerta al mundo sobre la crisis de valores que deriva en una mirada instrumental de los hermanos y de la casa común, tangible en la crisis ecológica; fruto amargo también de la depredación ancestral de África y la nueva colonización con el acaparamiento de tierras.
En África, una voz profética se alzó para advertir que no hay cuidado del medio, sin justicia social y, en más de una ocasión, ante los políticos, denunció la corrupción que empobrece el espíritu y resta oportunidades al pueblo de Dios.
Se trata de una exhortación duradera a no caer en “la tentación de un modelo económico idólatra que siente la necesidad de sacrificar vidas humanas en el altar de la especulación y la mera rentabilidad”.
África ha aportado no solo tres papas santos a la Iglesia católica, además hoy es faro de un inquebrantable testimonio de fe, de disfrutar de las pequeñas cosas, tierra fecunda donde crecen los bautizados y las vocaciones.
Neurosis y orar a la Virgen María
Allí, el Papa izó la bandera de la esperanza junto a los jóvenes que cantaban, sonreían, bailaban, en “medio de todas las dificultades”, demostrando que son el mejor signo de la alegría de esa tierra. Por ello, alentó: “Si quieres llegar rápido camina solo, si quieres llegar lejos, ve acompañado”.
La visita a la tumba de la beata Victoria Rasoamanarivo (1848-1894), proclamada beata por Juan Pablo II el 29 de abril de 1989, fue una señal del valor de la fe. “En primer lugar, santifiquemos a nosotros mismos, luego nos ocuparemos de santificar a los demás”, es una de sus frases más famosas.
El Papa habló con el “corazón” de otra mujer virtuosa, paladina de una fe cierta y concreta, cuando dijo que Santa Teresita del Niño Jesús le acompañaba para mitigar su “neurosis” e instruyó a pedir ayuda, a dialogar y a buscar el camino de la santidad.
Advirtió que al entrar en la Iglesia no se ha dejado fuera de la puerta al diablo, pues Jesús, advertía, que luego él vuelve tentador con siete demonios más y no haciendo ruido, sino que se presenta “educado” con artimañas sofisticadas.
A los sacerdotes, invitó, a no abandonarse a sus propias fuerzas, así afirmó: nuestra oración protectora contra toda insidia del Maligno es la oración a nuestra Madre, la Virgen María.
Amar a nuestros enemigos
Asimismo, exigió buscar la paz en África y en el mundo, reflexionó sobre el camino de Mozambico que vivió una guerra de 17 años, con más de un millón de muertos y ha dado la clave para amar a los enemigos.
Si, pues no se puede vivir bajo la ley del “ojo por ojo, diente por diente”. “Amar y a hacer el bien, aseguró, es mucho más que ignorar al que nos hizo daño, se trata de un mandato a una benevolencia activa, desinteresada y extraordinaria con respecto a quienes nos hirieron”.
Dichosa Iglesia de los pobres y para los pobres
El momento más esperado de todo el viaje fue el encuentro con los ocho mil niños de Akamasoa, Madagascar, en el lugar donde antes había solo un enorme basurero y donde ahora crece la esperanza hecha de casas de ladrillo, escuelas, dispensarios y parques.
La obra iniciada hace unos treinta años por el Padre Pedro Opeka es el “coltán”, o el “oro” escondido de la Iglesia misionera en el mundo. Y quizás cuantos son los misioneros, como Opeka, escondidos en las periferias de America Latina o Asia que dignifican el llamado a amar al prójimo como a nosotros mismos, a través de obras concretas y solidarias, y sin asistencialismo barato.
Francisco enseña que los pobres nos evangeliza, es decir, somos nosotros que necesitamos de ellos. Así, sostuvo en Madagascar, “dichosos vosotros, dichosa Iglesia de los pobres y para los pobres, porque vive impregnada del perfume de su Señor, vive alegre anunciando la Buena Noticia a los descartados de la tierra, a aquellos que son los favoritos de Dios”.
En este sentido, el Papa invitó a no considerar la condición de los pobres como una fatalidad: “No bajen nunca los brazos ante los efectos nefastos de la pobreza, ni jamás sucumban a las tentaciones del camino fácil o del encerrarse en ustedes mismos”.
Vivir las bienaventuranzas
Luego, en su última etapa en África, en la isla Mauricio, rememoró la vida del misionero de los esclavos: el beato Jacques-Désiré Laval, que jamás intentó llevar un modelo occidental de evangelización, sino que enseñó a valorizar los dones de las comunidades locales. Laval fue servidor, y no quiso ser servido, bajo el signo de una Iglesia de las bienaventuranzas, “en salida” y “peregrina” en las periferias.
Las bienaventuranzas, indicó, “son el carnet de identidad del cristiano”. Y como última ‘pepita de oro’ de los mensajes del Papa en África: “Si alguno de nosotros se plantea la pregunta: “¿Cómo se hace para ser un buen cristiano?”, la respuesta es sencilla: es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que pide Jesús en las bienaventuranzas”.