A algunas madres les cuesta dejar que decidan por sí solos. Es un amor que no es amor, esconde egoísmos y frena a la persona.Hay hijos que siempre serán “el niño”. Más de una madre sigue llamando “niño” a ese retoño que ya pasa de los cuarenta y de los cincuenta, y que ya va para abuelo. Pero eso no supone ningún problema: es un modo cariñoso de hablar a los hijos.
Pero más allá de las palabras afectuosas que muchas veces forman parte de la forma de ser particular de nuestra familia, hay actitudes de ciertas madres en relación con sus hijos adultos que merecen una señal de alerta:
- esa madre que impone su criterio a la hora de decidir cómo viste su hijo.
- esa madre que, cuando su hijo ya pasa de los 35, sigue supervisando sus amigas y -sospechosamente- ninguna es suficientemente idónea para novia (mucho menos para esposa).
- esa madre que “gestiona” la agenda del hijo y exige atención por encima de los planes con los amigos.
Hay madres que se comportan así y no lo hacen con mala fe. Consideran que su hijo les sigue necesitando porque solo no sabría desempeñarse en según qué tareas. Quieren ahorrarles el disgusto de un amor no correspondido, por ejemplo. O creen que su opinión es mejor que la de él, así que para algunos temas ya ni preguntan sino que toman decisiones en su nombre.
Van pasando los años y aquel muchacho es un hombre hecho y derecho que, sin embargo, no alcanza la madurez afectiva.
Absorbente y sobreprotectora
Una madre así es una madre que hace placaje continuo, que no deja evolucionar a su hijo sobre el terreno de juego.
El hijo, pese a estar ya en la mayoría de edad, no ha tenido ocasión de arriesgar, de tomar decisiones por su cuenta y -lógicamente- también de equivocarse.
Toda decisión comporta un riesgo, y los hijos lo asumen cada vez que deciden: qué quieren ser de mayores, qué estudios van a cursar, cómo se van a ganar la vida, con quién desean casarse y formar una familia, cuándo ha llegado la hora de independizarse…
Existen madres que sobreprotegen a los hijos adultos (sobre todo varones) y ante eso hay que estar alerta para que realmente sepan reconducir el amor de madre. Para ello, es bueno detectar qué hay de fondo:
- Una madre sobreprotectora que encuentra en su hijo el remedio a su soledad. Suelen ser mujeres que temen quedarse solas, en casa y en la vida social. Ven en el hijo un apéndice que les hace de pareja, chófer, señor de los encargos, solucionador de problemas… Todo en uno a costa de la vida personal del hijo.
- Una madre que no asume la ancianidad. No quiere que pasen los años y prefiere pensar que su hijo sigue siendo pequeño. Es un asidero para seguir en una falsa juventud: se identifica con los planes del hijo, quiere viajar con él, divertirse con él, vivir nuevas experiencias con él… Más que madre quiere aparecer como “la amiga”, la “colega” que está a su nivel de juventud. Esto repercute en cómo viste ella, cómo habla y se comporta. Puede tener incluso manifestaciones de infantilismo: pataletas, riñas, sobreexposiciones en público…
- Una madre que ha sufrido importantes heridas en la pareja que no han sido sanadas. En el caso de divorcio, por ejemplo, proyecta en el hijo su dolor y su fracaso, y teme por él. Piensa que le pasará lo mismo y quiere ahorrarle el sufrimiento.
- Una madre que sospecha del resto de mujeres del mundo. Piensa mal de todas las que se acercan a su hijo. Lógicamente, con un comportamiento que araña a quien se acerca, cada vez son menos las opciones del hijo para encontrar buenas amistades y no digamos el amor de su vida.
¿Qué podemos hacer con una madre absorbente para el hijo adulto?
Si tienes una amiga que se comporta así o conoces a una familiar que trata de esta forma a su hijo, puedes ayudar desde fuera con estas estrategias:
- Conversa con la madre.
- Comunícale que sabes que actúa por amor y que no quiere ningún mal para su hijo, pero ese amor tiene una raíz egoísta que provoca daños en el hijo, en el plano afectivo y en su madurez.
- Hazle ver modos concretos en que ha bloqueado el crecimiento en madurez de su hijo.
- Proponle alternativas a esos momentos en que se ve imprescindible: a ese acto le puede acompañar otro miembro de la familia, esa gestión puede hacerla ella sola y no necesita ir acompañada del hijo…
- Renuévale el horizonte de su hijo: que explique sus sueños y vea si eso es realmente lo que hará feliz a su hijo. Tal vez le haya marcado su profesión o su situación afectiva más allá de lo que le corresponde.
- Ayúdale a gestionar la libertad del hijo y aceptarla como el regalo que puede ofrecerle como madre: vencer el miedo al fracaso en momentos determinados, dejar que el hijo decida y se equivoque. “La libertad no es digna de tener si no existe la posibilidad de tener errores”, decía Gandhi.
- Recordarle que el mayor acto de amor al hijo es hacer de él una persona libre. Y eso implica escoger: no siempre va a ser ella la escogida, pero sí va a seguir siendo amada como madre. Que su hijo escoja en otra dirección distinta de la que ella pretende no implica que vaya a perderlo.
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