El sentido de la vida no se reduce a un camino concreto
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El dolor más grande es no encontrar el sentido de mi vida. He buscado desde niño el motivo por el que vivo.
A menudo parece que la felicidad consiste en poder seguir sólo tres o cuatro caminos posibles. Casarme, tener hijos, encontrar un trabajo que me realice, un hogar estable, aceptar una vida consagrada a Dios como religioso, como sacerdote.
Parecen pocos caminos. Todo muy rígido. Quiero encasillar a cada persona en un camino o en otro. Pienso que elegir un camino me lleva a realizarme. Y no optar por ese camino me conduce a la perdición. ¿Es realmente así?
El que no está en uno de esos caminos, ¿ya no va a ser feliz? Cuando limito tanto los caminos posibles, el corazón se estrecha.
Mi corazón sueña con una vida plena. Pero compruebo a menudo que hay pocas vidas plenas. No necesariamente por seguir uno de esos caminos tipo mi vida será plena. No está garantizado. Y no por elegir otros caminos mi vida no va a ser plena.
La posibilidad de vivir con plenitud y sentido está en mí. A veces resulta que una mujer casada no encuentra el sentido de su vida teniendo marido y cinco hijos. No es feliz.
O llega un hombre ya maduro y me pregunta por el sentido de su vida, mientras carga con una familia sobre sus hombros. O un célibe que parece tan feliz en su entrega generosa, se pregunta consternado cuál es el sentido último de su vida abnegada.
El sentido de mi vida no se reduce a un camino concreto. Tiene que ver más con la forma de vivir mi propio camino.
A veces vivo esperando a ese Pedro o a esa María que tenían que aparecer en mi camino para formar una familia, y no han aparecido.
O vivo amargado esperando a esos hijos maravillosos que iban a darle sentido a mis pasos, y no han nacido. O me duele esa comunidad de vida que iba a encajar con mis ideales de dar la vida por Cristo, y no es una comunidad perfecta.
Creo que estoy en el lugar perfecto, y de repente llega la pérdida. ¿Cómo enfrento la muerte de mi cónyuge, o de un hijo? ¿Cómo ser feliz y pleno si pierdo el trabajo soñado? ¿Y si mi entrega consagrada no me hace tan feliz o no encuentro frutos?
¿Qué pasa si no me he casado ni estoy en una comunidad religiosa y me duele el alma? ¿Qué hago si mi matrimonio fracasa y me siento decepcionado y solo en el mundo?
El sentido de mi vida no se agota en esas concreciones, en esos caminos claros. Se trata de algo mucho más hondo, más grande.
El sentido de mi vida me habla del ideal para el que Dios me ha soñado, en el camino que haya seguido. Es algo que nace en lo hondo de mi alma. La encarnación de su amor entre los hombres.
No se reduce todo a un estado concreto. Va mucho más allá. Se esconde en mi corazón. Estoy llamado a amar y ser amado hasta el extremo.
Quiero renovar cada día el sentido de mi vida. Y no sufrir cuando no se concreta como yo esperaba. Duele, es verdad. Pero no me detengo, sigo adelante. No pierdo la lozanía del primer amor.
Necesito renovar el sentido de todo lo que hago. Renovarme en el sí a un camino más grande, que va más allá de mis límites.
Viktor Frankl decía que lo que sostenía a los presos despiertos y confiados en un campo de concentración era poder mantener vivo el sentido de sus vidas. Alguien los esperaba fuera. O tenían una misión que llevar a cabo.
Y gracias a ese sentido trascendente, siguieron luchando cada mañana por seguir viviendo. Porque la vida se juega en presente:
“Buena parte de los prisioneros del campo de concentración creyeron que en esas circunstancias el destino les liberaba de la tarea de la autorrealización, cuando en realidad allí se les ofrecía una oportunidad y un desafío. Cada uno podía convertir esa tremenda experiencia en una victoria, transformar su vida en un triunfo interior; o bien limitarse a vegetar”.
La realización de mi vida está en mis manos. Lo potencial es transitorio y de mí depende que llegue a hacerse realidad:
“La transitoriedad de nuestra existencia espolea nuestra responsabilidad si comprendemos que las posibilidades son esencialmente transitorias. Es decir, de las múltiples posibilidades presentes en cada instante, es el hombre quien condena a algunas a no ser y rescata a otras para el ser. ¿De esas diversas posibilidades, cuál se convertirá, por la elección del hombre, en una acción imperecedera, en una huella inmortal en la arena del tiempo?”.
La falta de sentido me rompe por dentro e impide que aproveche esas oportunidades pasajeras. Si vivo centrado en la falta de sentido de mi vida en ese momento presente, dejaré de intentar todo lo que puedo llegar a hacer.
Es necesario mirar con paz y vivir con pasión la vida que me toca vivir. El momento presente. Tengo un sentido por el que seguir viviendo. No quiero vivir comparándome con otros, con otras vidas. La mía tiene un sentido.
Pero no mañana o cuando encuentre lo que busco, o cuando llegue aquel con quien sueño. Tiene un sentido aquí y ahora. Si paso por alto esa verdad me pierdo el hoy.
No me comparo y beso lo que tengo entre mis manos: “Ningún hombre ni ningún destino pueden compararse a otro hombre o a otro destino”.
Dios me ha soñado. Está todo en relación con Dios, no con las cosas externas. Todo se puede vivir según Dios o según los hombres. Puedo vivir con paz mi camino, sea el que sea. Depende de mí. Yo elijo amar aquí y ahora.
Perder el sentido de mi vida en medio de una cruz me lleva a perder la perspectiva más sagrada. Comenta Viktor Frankl hablando de la vida del preso en un campo de concentración:
“Su existencia, en ese momento, se ha vuelto provisional y, en cierto sentido, cercena su futuro y convierte en inseguras las metas o los objetivos a corto plazo”.
Esta reflexión la puedo aplicar a cualquier persona en medio de una cruz larga, incierta y dolorosa. Cuando sufro una cruz pesada, todo se vuelve provisional y la meta que perseguía deja de tener sentido.
Hago un paréntesis y dejo de actuar. Me paralizo. Mi cruz, mi dolor, no puede ser nunca un paréntesis. Es el momento, la encrucijada de mi vida, en la que Dios me pide que vuelva a decirle que sí al sentido de mi vida. Que ame lo que vivo tal y como es ahora con un corazón enamorado.
Tengo muchos sueños en mi alma y quiero ser fiel a ellos. El sueño de formar una familia estable y santa. El anhelo de ser madre o padre.
El deseo de ser amado siempre. El sueño de ser feliz pase lo que pase. El sueño de dejar huella en la tierra con mi paso. La fecundidad de mis actos. El deseo de ser querido siempre por las personas a las que amo. El deseo de no perder a nadie.
Tengo algunos sueños más generales y otros más concretos. Los sueños llenan el alma cuando el corazón es joven y anhela las alturas. O quizás los sueños hacen que el corazón sea siempre joven. Y la amargura por los sueños fracasados no me deja sonreír.
Quiero no dejar nunca de soñar con lo posible y con lo imposible, con lo cercano y con lo lejano. Me gusta una frase que dice: “Como no sabía que era imposible, lo hice”.
¿De qué color han sido mis sueños a lo largo de mi vida? ¿Me he decepcionado al ver que no se hacían realidad muchos de ellos?
Soñar me ensancha el alma. Mis sueños me evocan el paraíso perdido. Quiero llegar a las cumbres más altas. El corazón se llena de ternura, de vida al pensar en lo que puedo lograr.
Hay sueños que no se cumplen por mi culpa. He fracasado. O me he cansado de soñar, o he olvidado lo que me hacía feliz, dejando enfriar el amor.
Otros sueños pensaba que iban a ser posibles. Los visualizaba y me daban alegría. Pero ahora los veo realizados en otros y no en mí.
Es un dolor real por no tener yo lo que siempre había querido. No es la culpa de nadie. No quiero vivir con envidia. Acepto la realidad. Simplemente han sido así las cosas.
Ese dolor me puede impedir vivir mi vida. No soy capaz de mirarla como es y aceptarla. Tenía otro esquema, soñaba con otras playas y no se han cumplido mis sueños. Es un dolor grande.
Dios tiene una vida plena para mí hoy, donde estoy. No hay unas vidas más plenas que otras. Aunque a veces mire con envidia otras vidas.
Ese dolor por el sueño incumplido me impide ver la belleza de mi vida como es. No como me gustaría que fuera. El sueño de un matrimonio feliz que nunca ha tenido lugar.
O el sueño de que mi matrimonio fuera perfecto y no lo es. El sueño de hijos que no han nacido, o no han sido como esperaba. O veo que en todo lo realizado no se han colmado mis anhelos. Mis sueños se han desinflado.
Miro mi vida como es y no pierdo la ilusión. Sigo amando mi camino.