Esta mujer de 78 años no sólo visita las cárceles, sino que también acoge a internos que están con permiso penitenciario y que no tienen a dónde ir
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La vida de Ángeles Pérez cambió cuando un día el cura de la parroquia La Estrella dijo que no había voluntarios para ir a las cárceles.
Esto fue hace 40 años, y desde ese día esta abuela de 78 años no sólo visita las cárceles, sino que también acoge a internos que están con permiso penitenciario y que no tienen a dónde ir, ya sea porque perdieron a sus familias a causa de sus delitos o porque todavía no saben que hacer con sus vidas al salir de la cárcel Su rehabilitación en la sociedad lleva bastante tiempo, no es fácil para todos ellos encontrar un trabajo a primeras.
“Cuando tenga que salir, adónde voy a ir, si mi familia no me quiere”. Era lo que Ángeles solía escuchar de ellos y que tanto le preocupaba. Así que preguntó, se formó como pudo y en tres años ya tenía en marcha su asociación.
Empezó primero sólo con una habitación, ahora cuenta con seis departamentos con 43 camas. La Asociación Pro Recuperación de Marginados (Apromar) cuenta en este momento con la ayuda de una psicóloga, de un educador, de una cocinera, un ama de llaves y ocho voluntarios.
Un espacio sostenido por aportaciones de particulares que perdura a pesar de las varias crisis económicas vividas.
Cada año recogen alrededor de 900 permisos carcelarios de distinta duración, no sólo de hombres sino también de mujeres.
“Ángeles nos trata como personas normales y eso levanta la moral” comentó uno de esos miles de “hijos” de esta incansable señora en un reportaje al famoso diario español “El mundo” donde fue portada en la versión de papel.
Sí, para ella son como hijos, sólo comprobando cómo habla de ellos: “Me lo trasladaron de cárcel”. “Me lo liberaron hace cinco años”. “Me lo cambiaron de módulo”. “Me le negaron el permiso”. Aunque de propios tiene tres hijos y siete nietos, que junto a su esposo, nunca dejan de darle una mano cuando ella lo necesita.
“La gente en la cárcel está muy destrozada. Hay personas rehabilitadas, pero no se puede hablar de rehabilitación. Ellos saben que voy siempre, que me parto la cara por ellos. Que voy a hablar con la Audiencia si hace falta, que pido que cumplan aquí la condena cuando se puede. Tú no sabes lo que es ir, escucharles pedir ayuda y yo decirles: ‘Sí, somos capaces’. Les decimos que aquí fuera hay personas que les quieren”.
Lee el reportaje entero en El Mundo