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Hace 40 años el Padre Bergoglio descubría su cuerpo incorrupto y hoy va rumbo a los altares

MAURICIO JIMENEZ

padremauricio.com

Esteban Pittaro - publicado el 12/08/19

El hoy Papa Francisco fue testigo excepcional del milagroso hallazgo

Era conocida la fama de santidad del padre Mauricio. 25 años habían pasado de su fallecimiento, y su legado como formador jesuita y como querido sacerdote predicador y confesor en los distintos destinos en los que estuvo trascendía los años. Sus restos descansaban en el Pantéon del Colegio Máximo, en San Miguel, cuando fueron exhumados. Era el 15 de enero de 1979.

El cajón de zinc estaba prácticamente desintegrado. No así su cuerpo. Flexible e íntegro. Tres médicos confirmaron esto. Y 15 días después, cuando se le dio nueva sepultura, le tocó al provincial jesuita de aquel entonces, el padre Jorge Bergoglio, ratificarlo: “Doy fe y juro por Dios nuestro Señor que durante estos días que van desde su exhumación hasta el día de hoy, el cadáver del R.P. Mauricio Jiménez no fue sometido a ningún tratamiento que conservara su incorrupción. Igualmente, en el ataúd de zinc en el que se lo acaba de poner no se ha colocado ningún elemento de este tipo”.

Cinco años después, cuando el padre Bergoglio era Rector del Colegio Máximo, le tocó a él presentar, como vicepostulador, el inicio del proceso de investigación con miras a una eventual beatificación y canonización del Siervo de Dios Padre Mauricio Jiménez Artiga, SJ.

33 años después, en marzo de 2018, los restos del padre Mauricio fueron trasladados a la parroquia Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, del barrio de Villa Trujui, misionado por los padres jesuitas desde su inicio y a cargo suyo, a 30 cuadras del Máximo. Allí se reza con especial devoción por su pronta beatificación, en particular cada 8 de mes, junto con la devoción a la Virgen que Desata los Nudos.

Formador de discípulos misioneros, como se le suele recordar, nació en Castilruiz, Soria, España, el 22 de setiembre de 1881. De niño fue un humilde pastorcito que fue aprendiendo a amar a la Virgen rezando el rosario en la ermita de Nuestra Señora de Ulagares, patrona del pueblo, a la que tuvo presente siempre hasta en su última carta. Ingresó al noviciado jesuita, y fue ordenado sacerdote el 27 de julio de 1913 en el Colegio Máximo de Dertos, de Tarragona. Se destacó en España como formador, misión para la que se entregó en Sudamérica, donde se lo necesitaba. Llegó a la Argentina en 1930.

Por 18 años fue Maestro de Novicios en Córdoba, de ese país, donde además fue Rector del Colegio de la Sagrada Familia en dos ocasiones. Pero su celo apostólico iba mucho más allá de los futuros jesuitas, a partir de una inmensa obra educativa, hospitalaria, de ejercicios espirituales, etc. Continuó su labor en Montevideo, durante 4 años, y luego en Buenos Aires, como “soldado raso”, sin puestos de mando, circunstancia que disfrutaba mucho, donde vivió hasta su muerte, el 8 de diciembre de 1954, centenario del Dogma de la Inmaculada Concepción. Poco antes de morir, al recibir la extremaunción, proclamó en voz baja “Que alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del Señor”.

Modelo de sacerdote, hombre de paz, dispuesto a la escucha de Dios y de los demás, devoto y promotor de la devoción a la Virgen María, el testimonio del padre Mauricio sobrevivió no solo en aquel de quienes lo conocieron, sino en sus cartas y escritos.

El Padre Julio Merediz, quien fuera vicepostulador del santo Cura Brochero, y ahora lo es del Padre Mauricio, conoció al siervo de Dios y llevó siempre una labor pastoral muy importante en la zona donde descansan hoy sus restos. En una reciente conferencia en la parroquia de Nuestra Señora del Perpetuo recordó estas bellísimas palabras del padre Mauricio, predicadas en una meditación con motivo de la Fiesta del Sagrado Corazón:

“En el corazón de Jesús amamos a todos los hombres. Si excluyéramos a uno solo no estaríamos en ese corazón. En ese corazón ningún infortunio humano nos puede dejar indiferentes. Ninguna explotación del hombre por el hombre podrá sernos tolerable aún. Corazón fuerte como las olas sin riberas. Corazón en quien los pecadores y publicanos encuentran perdón. Corazón que todo lo sabe. Corazón poderoso en su misericordia. Corazón donde arden las profundidades del fervor de todas las ansias nobles, a él le pedimos “enséñanos a amar”. Corazón, Corazón, ultima instancia de toda la historia humana. Corazón, garantía absoluta de las promesas de Dios, enséñanos la esperanza. Corazón, que permanece invariable en su entera fidelidad, independientemente de todos los abandonos y traiciones nuestras de nuestra debilidad humana, corazón firme como roca eterna, garantía absoluta de todas las cosas, haz definitiva(mente) fiel nuestra fe. Por eso, la cruz es el signo de un amor que supera todas las tentaciones y todas las dudas. Y todas las separaciones, porque en nuestra historia de pecado, la misericordia del corazón de Jesús nos cubre todo”.

En la última festividad de San Ignacio de Loyola, el 31 de julio, tuvo lugar en el Obispado de San Miguel la conclusión de la fase diocesana del proceso de beatificación del Padre Mauricio Jiménez SJ. Según se informó, los documentos y el trabajo de la Comisión Histórica serán entregadas en la Congregación para las Causas de los Santos, en Roma.

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