El sábado 3 de agosto, después de lo de El Paso, aquí mismo, en Texas, algo flotaba en el ambiente de las plazas comerciales. El olor es inconfundible para el periodista: era el olor del miedo
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Hace pocos días fui a un Walmart, en San Antonio (Texas) horas más tarde del tiroteo en Misisipi en una tienda de la misma cadena. Lucía prácticamente vacío. Pensé que era la hora o el día de la semana. El sábado 3 de agosto, después de lo de El Paso, aquí mismo, en Texas, algo flotaba en el ambiente de las plazas comerciales. El olor es inconfundible para el periodista: era el olor del miedo.
Un tirador solitario, identificado como P. C. (21), nativo del suburbio de Allen, en Dallas (Texas), había abierto fuego a discreción en otro Walmart y en otro centro comercial de El Paso (Texas) con una AK-47, matando a 20 personas e hiriendo a otras 29, antes de entregarse a los agentes de la policía para ser interrogado y declarar cuál fue su “motivo” de haber atacado a la gente que estaba de compras, antes del inicio de clases, en esta ciudad fronteriza con México.
Más tarde, otro tirador solitario de 24 años (que fue abatido por la policía en menos de un minuto, según el alcalde Nan Whaley), revestido con una armadura corporal, disparó repetidas ocasiones un rifle calibre .223 directamente a los viandantes que se encontraban en el Distrito de Oregón, un lugar de entretenimiento, en la ciudad de Dayton (Ohio). El resultado de este tiroteo masivo: nueve personas muertas y 26 heridas. Entre las personas muertas, la hermana del tirador.
Y para “completar” la jornada de terror, al menos siete personas resultaron heridas (una de ellas se encuentra en estado crítico) la madrugada del domingo en Chicago. Según ha informado el diario Chicago Tribune, tres mujeres y cuatro hombres, de entre 19 y 25 años, resultaron heridos en el parque Douglas, ubicado al sur de la ciudad, al recibir disparos provenientes de un coche negro modelo Camaro que se dio a la fuga.
La semana concluye con 34 muertes, más de 50 heridos y un halo de preocupación en todos los sectores –excepto entre los allegados a la poderosa Asociación Nacional del Rifle—por la facilidad con la que los ciudadanos estadounidenses pueden adquirir armas de asalto, como la AK-47 que usó P. C. durante la masacre del Walmart (donde se pueden adquirir armas a partir de los 21 años) y el centro comercial Cielo Vista, la concurrida mañana del sábado antes previo al regreso a clases.
Los motivos del lobo
Hasta el momento –y muy raro en este tipo de tiroteos—el único que se ha “entregado” a la policía es P. C. (omitimos el nombre porque, en muchas ocasiones estos asesinos lo que buscan es notoriedad, salir en los medios, ser imitados por otros desequilibrados que comparten sus fobias). Generalmente o son abatidos por la policía o se suicidan tras cometer sus crímenes.
P.C. –autor del octavo tiroteo con mayor número de muertes en la historia moderna de Estados Unidos– vivía con sus abuelos en el suburbio de Dallas, ubicado a nueve horas en coche del lugar de la masacre. Actualmente las autoridades policiacas, dentro del protocolo de investigación, han cerrado sus cuentas en redes sociales. En una de ellas, en su perfil había puesto: “Realmente no estoy motivado para hacer nada más de lo necesario para sobrevivir. Trabajar, en general, apesta, pero supongo que una carrera relacionada con desarrollo de software me conviene”.
Pasaba ocho horas diarias, en promedio, en el ordenador. Era un tipo solitario que se había matriculado en la Universidad de Collin, en 2017. Admiraba al autor de la matanza de la mezquita Christchurch en Nueva Zelanda y a los autores de la matanza de la iglesia afroamericana en Charleston (Carolina del Sur). Había conducido nueve horas hasta la frontera con México con el objetivo de atacar a los hispanos que viven en la zona.
En la mentalidad de los supremacistas blancos, especialmente en los estados del sur de Estados Unidos, los hispanos están invadiendo su país. Existe un gran movimiento en Texas que así lo considera y muchos jóvenes en busca de una identidad, solitarios, desapegados de cualquier afecto, que viven inmersos en su ordenador y en las redes sociales, son capaces de hacer lo que ha hecho P.C.: segar, en pocos minutos, la vida de veinte personas, dejar secuelas imborrables en varios cientos de familias: sembrar el terror y hacer crecer el odio: siete mexicanos están entre las víctimas mortales de El Paso y varios más entre los heridos.
El atacante de El Paso, según testigo presenciales, “disparaba al azar”. En su obnubilada mente, le estaba haciendo un bien a su Estado, quizá a su país. Participaba 8chan, un tablero de mensajes en línea lleno de teorías de conspiraciones racistas y antisemitas. Veinte minutos antes del tiroteo dejó dicho: “Probablemente voy a morir hoy”. La conclusión la dio el jefe de la policía de El Paso, Greg Allen: “El tiroteo tiene un nexo con un crimen de odio”.
De hecho, el canciller mexicano Marcelo Ebrard ha dicho ayer domingo que el gobierno de este país está evaluando demandar por actos de terrorismo pues según ha dicho ABC News, el objetivo de P. C. era uno solo: matar al mayor número de mexicanos posible y comenzar a “limpiar” Estados Unidos de la “invasión” hispana.
Difícil, casi imposible
Y eso es lo que se ha “logrado” en estos años: que los crímenes de odio aumenten, que cada día haya más estúpidos armados que quieran hacerle un “favor” a su país, cazando, literalmente, inmigrantes, hispanos, afroamericanos, judíos o cualquier cosa que ponga en peligro, según ellos, la supremacía blanca.
Con 46 por ciento de las armas en manos de civiles que hay en el mundo en manos del 4 por ciento de la población mundial (es lo que las estadísticas arrojan para Estados Unidos); con un gobierno cuya ideología intrínseca prioriza la raza y el lugar de origen sobre la persona; con la presión para la venta de armas de la Asociación Nacional de Rifle, es muy complicado, por no decir imposible, que los jóvenes nativos de redes sociales, hambrientos de identidad, no vayan a la tienda, compren un “cuerno de chivo” y “limpien” su país de “indeseables”.
O, simplemente, salgan a la calle a matar para ganarse el “reconocimiento” de otros como ellos y así pasar al “salo de la fama” de los tiroteos masivos. Aunque el listón sea cada vez más alto: 250 tiroteos masivos se han producido este año en Estados Unidos. 250 ataques a civiles en apenas 215 días. Y cada día aumentando los ataques a “objetivos blandos”, como los Walmart o los distritos de entretenimiento.
El olor del miedo se extiende en una gran nación hecha con el sudor de los inmigrantes de todas los rincones del mundo.