¿Seré capaz de vivir con esa mirada cuando las cosas no vayan como yo esperaba?
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Jesús me dice que pida lo que necesite y que Él me lo dará: “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá”.
¡Cuántos problemas y dudas de fe ha despertado esta afirmación! ¡Cuántas veces le pido a Dios algo con fe y no sucede lo que pido!
Le pido un milagro, una curación, una ayuda. Pido su intercesión. Le pido lo que necesito, no más que eso. Pero Dios parece no escucharme. El grito de mi súplica se ahoga en mi garganta.
Hoy escucho en el salmo: “Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste”. ¿Qué pasa cuando no me escucha? ¿Qué sucede si no hay milagro, si no hay curación?
Jesús me dice que pida sin miedo. Y yo pido. Pido el pan de cada día. Que me vaya bien. Tener éxito.
Quiero milagros en mi vida que no suceden. No me canso de pedir. Pero no siempre ocurre lo que deseo.
A lo mejor es que no sé pedir lo que me conviene. O tal vez pido cosas buenas que simplemente no llegan a suceder. ¿Cuál es mi mirada entonces? ¿Pierdo la fe? ¿No me dijo Jesús que no me cansara de pedir?
Esta frase controvertida de Jesús tiene que ver con mi actitud interior, no tanto con la obtención de todos mis deseos.
Jesús lo que me pide es que no me canse nunca de ser niño, de suplicarle a Dios para que me proteja y cuide mis caminos. Y añade: “Quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre”.
Cuando tengo la actitud del niño, Dios me escucha. Tal vez no me da exactamente lo que he pedido. A lo mejor el camino no es el soñado. Pero no deja de escuchar mi petición. No deja de abrir su corazón de Padre.
Sabe mejor que yo lo que me conviene. Yo realmente no lo sé. Me obsesiono con bienes temporales que no me dan la felicidad. Me aferro a ellos buscando la seguridad. Cuando los pierdo, acabo perdiendo la paz.
Deseo lo que ahora está vivo en mi corazón. Pero sé que quizás no es lo más importante. Pido, busco, sueño. Y no siempre sucede lo que ahora parece fundamental para seguir soñando.
He descubierto que mis deseos del momento no siempre me harán feliz. Llenan mi alma de pretensiones vanas.
¿Y si realmente el camino que deseo ahora no es el que me va a hacer pleno a lo largo del tiempo? Quiero retener de forma obsesiva lo que creo que me hace feliz ahora.
Pero no logro la paz. Pierdo la alegría pidiendo, exigiendo. Quisiera liberarme de tantas pretensiones para vivir con paz.
Jesús me dará lo que me conviene. Eso es lo que sé. Quizás lo que me dé no tenga el aspecto soñado. Pero sí será justo lo que se acomoda a mi corazón.
Una actitud ante la vida es la que me salva. Ante todo lo que me sucede, exclamo: “Es justo lo que yo quería”.
¿Seré capaz de vivir con esa mirada cuando las cosas no vayan como yo esperaba? Esa actitud calma mis ansias.
Pero no por ello dejo de pedir en mi oración. Como un niño que suplica a Dios en su indigencia. Leía el otro día:
“Perseverancia en la oración sencilla con gran deseo. Pedid y se os dará. Oración de petición más oración de receptividad silenciosa. Acoger la presencia de Dios en la adoración. Hacer de nuestra vida una conversación con Dios”.
El hijo se hace niño en los brazos de Dios. No quiero más que estar con Él. Todo lo demás vendrá por añadidura.
El amor de Dios es el que me sostiene en el camino. Mi petición más profunda tiene que ver con el deseo de ser feliz. De ser pleno. De amar y no perder nada de lo que amo.
Por eso pido y suplico. Y mi petición es la de ese niño que descansa seguro en los brazos de su Padre. Eso es lo realmente importante.
Jesús no deja de escuchar nunca mi súplica. Sabe lo que me hace falta. Sólo quiere que me abra a su presencia, que no tenga miedo y que confíe. Que sepa que me ama con locura por encima de todos mis límites.
Jesús conoce mi pobreza, ha tocado mi pecado, ha sanado mis heridas. Y mi petición última tiene que ver con mi verdad.
Que mi vida sea plena y verdadera para siempre. Que el amor colme mis ansias de infinito. Sólo deseo no vivir obsesionado con mis miedos tan concretos y reales. El miedo a perder la propia vida, la de los seres queridos.
Mis peticiones quieren el cielo aquí en la tierra, en medio de mis días caducos. Eso lo comprendo. Jesús me mira conmovido porque sabe que estoy hecho para el cielo. Me mira y me ama en mi pobreza.
Y escucha las peticiones del niño que ha perdido su juguete más querido y quiere recuperarlo. Y sonríe. Y me abraza.
Y me dice que me dará lo que desea mi corazón. Cuando llegue el momento. Que no tenga miedo a perderlo todo ahora.
No quiere que le convierta a Él en la lámpara mágica que tengo que frotar para hacer realidad todos mis deseos. Dios no es así. No se dedica a satisfacer cada deseo de mi corazón.
Mira más hondo, más lejos. Me ve ahora y en el futuro. Sabe de dónde vengo y a dónde voy. Y quiere que vaya por el camino libre de apegos enfermizos, de cadenas que me impiden volar.
Claro que me da Dios lo que le pido. Cuando le pido lo que necesita mi corazón para ser feliz, para vivir lleno de esperanza.
Le pido una vida llena, un día sin ocaso, un camino sin miedos. Y me lo da todo. Lo que me conviene, lo que me hará feliz aquí en la tierra.