Se apagó la existencia del hombre fuerte del régimen chino durante los trágicos sucesos de 1989Apodado “el carnicero de Beiging” o “carnicero de Tiananmen”, el ex primer ministro chino Li Peng, quien lideró el «ala dura» del Gobierno chino durante las protestas de Tiananmen en 1989, ha fallecido en la madrugada de hoy martes a los 91 años, según ha informado la agencia estatal Xinhua.
Ocupó el cargo desde 1987 a 1998 y era conocido por su decisión de acabar como fuera con las protestas de los jóvenes chinos que amenazaban, según él, la estabilidad del régimen comunista. Y si era la facción reformista del partido comunista chino la que ponía problemas, también se la llevaba por delante.
Como es característico de la opacidad informativa de los regímenes comunistas, sólo se habló de “una enfermedad” que habría llevado al fatal desenlace. Nada más. Pero igualmente parcas fueron las manifestaciones de duelo: un escueto obituario oficial dio el parte destacándolo como un «leal luchador comunista» y un «destacado líder del Partido y del Estado».
Su responsabilidad en la sangrienta represión desatada contra los estudiantes de la Plaza Tiananmen es directa y asumida. En sus libros biográficos así consta. Sólo con aquella extrema violencia pudo aplacar a los manifestantes. El planeta entero fue testigo espantado de la forma como exterminó a millares de jóvenes quienes lograron, no obstante, mostrar al mundo como las nuevas generaciones de chinos adversaban al régimen que se les imponía como una pesada lápida.
Ara y pedestal
Si bien Tiananmen fue ara, también fue pedestal pues el mundo libre pudo constatar que China albergaba generaciones de relevo que no estaban dispuestas a vivir en la oscuridad de la opresión. Aun así, es obvio que aquellos terribles sucesos sepultaron las aspiraciones del pueblo chino de alcanzar libertades.
Pero también se han convertido en lo que han llamado el gran tabú del gobierno chino: Pekín sigue negando, 30 años después, la represión de la revuelta estudiantil en la que murieron cientos de personas. Aquellas protestas siguen siendo un tema vetado en China, cuyos gobernantes aún hoy, tres décadas después, niegan la brutal represión ejercida por el Ejército contra manifestantes desarmados. Pero, gracias a los medios de comunicación, ante las pantallas de televisión alrededor del mundo, se pudo observar a los tanques del ejército chino arremeter disparando contra los manifestantes, sin la menor piedad.
Escenas que erizaban las pieles más duras
Fue una escalada de indignación del pueblo chino que exigía un camino irreversible hacia el liberalismo, no solo económico, sino también cultural, que a esas alturas se imponía en casi todo el globo, incluida la moribunda Unión Soviética. Se fueron sumando sectores, campesinos, obreros, intelectuales, artistas, estudiantes; y fueron estos últimos los líderes que se batieron, con una furia que parecía contenida por siglos y generaciones, en el escenario de la emblemática plaza, donde cristalizó la protesta, confluyeron los grupos y se multiplicaron las quejas. Había allí una concentración permanente de 50 mil personas y al menos 2.000 estudiantes. La enorme afluencia de gente en las calles de Pekín, que se llegó a cifrar en más de un millón de personas, evidenció el anhelo de una parte de la sociedad china de una apertura y democratización del país.
Rusia presionó y se produjo la masacre. Los cadáveres en el suelo, que pudieron verse aquellos días en imágenes difundidas por los medios de comunicación, evidenciaban la crudeza con la que el régimen comunista había puesto punto y final a una movilización obrera y estudiantil que había comenzado en la ciudad meses atrás. Era el corolario de casi dos meses de constantes movilizaciones y continuas huelgas de hambre en las que la simbólica plaza de Tiananmen, donde se encuentra ubicado el Gran Palacio del Pueblo –sede de la Asamblea Popular China–, se convirtió en el epicentro de las protestas estudiantiles.
Adiós a las ilusiones de cambio
Puede decirse que Tiananmen fue la matanza que frenó la ilusión democrática de los estudiantes chinos. Sin duda, la mayor masacre civil en el país tras las purgas en los últimos años del maoísmo.
El verdadero símbolo de aquellas protestas en el corazón político chino fue “El rebelde desconocido”. Y es que la imagen del personaje anónimo sosteniendo dos bolsas de plástico y frenando el avance de cinco tanques T-59 es la instantánea más conmovedora, y mediática, de aquellos días. La fotografía, tomada el 5 de junio por al menos tres fotógrafos diferentes desde los balcones del Hotel Beijing, fue presentada en occidente como un icono del movimiento democrático en china.
El contexto propiciaba la irritación popular
Deng Xiaoping, presidente del país y el recién fallecido Li Peng el *premier*, trataban de hacer frente a las voces críticas hacia el sistema y a una situación económica delicada –la inflación era cada vez más elevada y numerosas empresas estatales habían entrado en crisis- al igual que a las tensiones entre el ala más conservadora del partido y el sector liberal, más propenso al reformismo, las cuales fueron aumentando paulatinamente desde 1981. El final ya es historia y una historia triste y dura.
Ni una disculpa hasta el sol de hoy
De los participantes en aquellas protestas, nada se sabe. Algunos habrán muerto durante la masacre, otros seguramente fueron hechos presos. En cuanto al Gobierno chino, nunca mostró ni un ápice de arrepentimiento por lo ocurrido aquella noche. Así, el 4 de junio, los gobernantes chinos calificaron de “gloriosa victoria” el “aplastamiento de la revuelta contrarrevolucionaria”. El Ejecutivo, incluso, obligó a los familiares de las víctimas a pagar las balas que gastaron los soldados en el asesinato de sus seres queridos. La guinda cruel de aquella jornada.
Como datos adicionales sobre el líder chino que envió al ejército con su carga de sangre y muerte, Li Peng, sabemos que fue Viceprimer ministro desde 1987 hasta su ascenso a la jefatura de Gobierno y, tras su salida del cargo, presidente del Legislativo hasta 2003 La de este personaje fue una de las carreras políticas más prolíficas y polémicas de la historia de la China moderna.
Nacido en 1928 en la ciudad de Chengdu, provincia suroriental de Sichuan, el padre del actual ministro de Transportes, Li Xiaopeng, fue considerado uno de los políticos más conservadores e inmovilistas del Partido Comunista de China (PCCh).
Dudoso legado
A pesar de que la matanza de Tiananmen fue la mayor masacre civil en el país tras las purgas en los últimos años del maoísmo, en opinión del periodista y economista Enrique Fanjul –consejero Económico y Comercial de la Embajada de España en Pekín entre 1987 y 1989– “el legado de Tiananmen no ha sido muy importante”. Escribió sobre aquellos sucesos: “Desde el punto de vista político, no ha habido durante la década de los noventa y los primeros años de este siglo cambios sustanciales en el régimen político chino, que ha continuado dominado por el poder del Partido Comunista. Este ha cortado con firmeza los conatos de disidencia”, apuntó Fanjul en su artículo Tiananmen: un legado imperceptible.
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