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¿Lo conseguiré?

PUŁAPKI NA DRODZE DO SZCZĘŚCIA

Victoria Gonzales/Unsplash | CC0

Carlos Padilla Esteban - publicado el 06/07/19

Creo que yo lo pongo todo. Que sin mí nada es posible. Que mis palabras contienen toda la sabiduría de Dios. ¿Es suficiente?

Quiero pensar que puedo lograr lo que anhelo. Quiero creer que si pongo todas mis fuerzas en
acción llegaré lejos. Casi tan lejos como sueño. Pero tengo que ponerme manos a la obra, con
todas mis fuerzas.

Toni Nadal le decía a su sobrino, el tenista Rafael Nadal, antes de un partido muy importante: «Si eres capaz de jugar cada punto como si fuera el último, si eres capaz de jugar este partido como si te fuera la vida en ello, si pones más ilusión que él, si estás dispuesto a correr más que él, yo creo que tendrás muchas opciones de victoria».

En ocasiones me tienta la meta que veo ante mis ojos. El objetivo final. El premio que me prometen. Me tienta el aplauso, el éxito. Pero me olvido de todo lo demás. No me gustan el sacrificio, el esfuerzo por levantarme después de una derrota, la lucha oculta que nadie ve por llegar más lejos. Correr más. Luchar más. Exigirme más. No todo va a ser fácil. Eso lo tengo claro. Aunque ahora se empeñan en convencerme de lo contrario.

Todo parece fácil. Y si luego fracaso, no importa, elijo un nuevo camino, desisto del que llevo ya recorrido. Volver a empezar. Seguir luchando. No importa cuánto tiempo. Palabras como disciplina, sacrificio, renuncia, esfuerzo, parecen tan imposibles. Hoy es mejor lo que es fácil. Y es más valioso lo que se consigue sin lucha.

Sueño con ser santo, con hacer de mi vida un camino de amor junto a Jesús. Es un camino de esfuerzo y gratuidad al mismo tiempo. Pero más gratuidad y don, que esfuerzo. Como escribe el poeta Óscar Romero: «De vez en cuando, nos ayuda dar un paso atrás y contemplar el vasto panorama. El Reino no solamente está más allá de nuestros esfuerzos, sino que trasciende nuestra visión. Cumplimos en nuestra vida solamente una ínfima fracción de la magnífica empresa que es la obra de Dios. Nada de lo que hacemos es completo, lo cual es otra forma de decir que el Reino siempre nos trasciende. Ninguna declaración expresa todo lo que puede ser dicho».

Pienso que tocar la santidad es gratuidad. Es la misericordia de Dios que desciende sobre mi alma y me anima a dar la vida y me levanta. Pero lo que yo hago, lo que yo entrego, es ínfimo. Es una parte tan pequeña que hasta me da risa. Creo que yo lo pongo todo. Que sin mí nada es posible. Que mis palabras contienen toda la sabiduría de Dios. Encierro en una vasija de barro todo el fuego de Dios. Pretendo contenerlo. Quiero convencer al mundo entero de la verdad de Jesús. Y me exijo hacerlo todo bien para llegar a la meta y mostrar en mi perfección el rostro de Jesús.

¿Con qué fin? ¿Cuánta vanidad hay dentro de mí? Quiero que el mundo se salve, yo el primero. ¿Es esa la santidad a la que aspiro? El reino queda tan lejos, es tan grande que no lo abarco. Me siento pequeño en una misión imposible. Dar de comer a tantos. Llevar la alegría a todos los tristes. La esperanza a los que se encuentran tan perdidos. La santidad no tiene que ver con hacerlo todo bien. En ello siempre estoy en deuda. Me esfuerzo, me exijo, estoy dispuesto a dar la vida y luego me encuentro tan limitado en la entrega, tan pecador, tan poco fiel.

¿Quiénes son las personas más santas que conozco? ¿Qué baremos uso para determinar su nivel de
santidad? Me quedo en la apariencia muchas veces.

Juzgo a los pecadores y a los santos por lo que veo por fuera. Y lo de dentro lo pongo yo con mi imaginación. Si es santo en apariencia, seguro que hará todo bien en su casa y desprenderá olor a incienso a su paso. Si me parece pecador por fuera, por algún pecado público cometido, imagino las aberraciones que hará en su tiempo libre, aquello que no se ve.

Mi forma superficial de medir el grado de santidad de los demás me impresiona. Me quedo en un acto solo y salvo o condeno toda su vida. Menos mal que Jesús no me mira así. ¿No lucho yo cada día con toda mi alma por ser santo en cada cosa que hago? ¿No intento en esa lucha estar a disposición de lo que Dios quiera hacer conmigo? Decía el P.Kentenich: «He aquí el anhelo del hombre religioso de hoy: ver lo divino personificado; busca santidad vivida. La santidad de la vida diaria da una respuesta clara a ese anhelo».

Quiero ver a Dios hecho carne en hombres enamorados de su amor. Quiero ser yo ese hombre enamorado que refleje la misericordia de Dios. Jesús mira mi vida completa. Cada acto, cada pensamiento, cada deseo del corazón.

No me juzga sólo por un pecado o sólo por un acto heroico. Su juicio es misericordia. Mira todo lo que hay en mí. Mi vida completa. Con sus luces y sombras. Ve lo bueno dentro de mi carne herida. Y me ama.

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