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Crisis de los 50: ¿Cómo afrontarla?

MATURE
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Orfa Astorga - publicado el 02/07/19
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Un testimonio anónimo muestra cómo en esta etapa de la vida, el anhelo de la juventud perdida puede ser una trampa

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Una curva larga y peligrosa es la que suele acontecer de los cincuenta años en adelante, en las que por mí experiencia, los varones pasamos por diferentes crisis, que para mí fueron como vallas que salte algunas veces después de repetidos intentos.

Crisis como:

Una crisis de ego. Bien recuerdo que fue por esos años que me inscribí en un gimnasio, practiqué una dieta y recurrí a ciertas cremas. Solo que una cosa era cómo pretendía verme, y otra, cómo me veían en realidad las nuevas generaciones. Así que, caso perdido.

Envejecía irremediablemente en mi apariencia por más que lo disimulara, y golpeaba mi vanidad, pues aunque era fiel en mi matrimonio, acostumbraba comprobar de reojo mi masculino atractivo con mujeres jóvenes, y luego…  cada vez menos jóvenes.

Debía aceptarlo, pero me resistía, por lo que en mi imaginación me veía despidiendo a mi vieja secretaria y contratando una rubia de exquisitas formas, para iniciar una aventura de escapada, o cambiando de estado civil, o profesión. También, ya en plan de delirio, me vi dejándolo todo y viajando por el mundo en motocicleta con barba y pelo largo cultivando el más sexi de los bronceados. En fin, según yo, reeditando mi vida y alejando el fantasma de la vejez.

No hice nada de eso, claro.

Lo que si hice fue seguir asistiendo a mis desayunos en compañía de mis viejos amigos, que como yo, se ponían cada vez más gordos, más feos y algunos, más necios.

Luego, el destino me volvió a alcanzar, pues en una de esas ocasiones abriendo la carta del menú, me pareció que, en vez de opciones apetitosas, podía leer: Estrés, depresión, cansancio psíquico, hastío… desaliento.

La crisis de los límites. Corría el peligro de desarrollar nuevas arrugas, solo que ahora en la mente y en el alma, pues empezaba a darme cuenta de que ya no daba de mi todo lo que hubiera querido. Que comenzaba a perder el ímpetu en cuanto a mis sueños, proyectos   y cargas que aún podría asumir.

Que, mientras fui joven, el contrapeso de humanas ilusiones me hizo rebasar o sobrellevar de alguna manera, una cauda de condicionamientos que pienso suelen aparecer a lo largo de la vida de cualquier persona, como problemas físicos, psíquicos, familiares, laborales, afectivos y desengaños.

Esos condicionamientos prevalecían aun con mayor o menor intensidad, y ahora me exigían renovar el esfuerzo. Ganas me dieron de volverme pesimista y empezar a hablar de qué tiempos pasados habían sido mejores.

La crisis de  la dejación. Ya la había observado en algunos de mis amigos con ciertos tintes de depresión, tal era, que actuaban con serios riesgos para su salud, fumando, comiendo demasiado, o aferrándose a fugaces ilusiones con distracciones que implicaban casi nada de esfuerzo.

Como había aprendido que las crisis son para generar vida, entendí que una vez mas no debía permitir que se me oscureciera el camino, por lo que reaccione con un sí a la máxima fidelidad a todo lo que había logrado en la vida, comenzando por Dios, luego mi familia, amigos, trabajo y más…

Así que me centre en cambios muy importantes en cuanto a mis hábitos y valores, como:

  • Cuidar de mi libertad interior para estar en comunicación con Dios.
  • Programar y respetar el tiempo con la familia.
  • Trabajar sin exceder el horario previsto.
  • No fumar.
  • Comer y beber con moderación.
  • Enfrentarme a todo tipo de problemas o situaciones delicadas con paz y serenidad.
  • Descansar cambiando a una actividad distinta, relajante y gratificante.
  • Hacer ejercicio, de ser posible en contacto con la naturaleza.
  • Buscar distracciones mentales como: lectura, música, amigos.

La crisis del sentido de la vida. Fue cuando reconocí que en aspectos verdaderamente importantes, me había mantenido en la relativa superficie de las cosas, y que había llegado el momento de adquirir una nueva percepción del valor de la existencia, superando el solo conocimiento de ese yo que me había permitido todo lo logrado, para acceder a ese yo intimo como persona, y cederle el principal lugar de mi existencia.

Que al margen de todo, ese era el verdadero y ultimo condicionamiento, como la más importante valla que debía saltar para ser capaz de llevar a cabo lo que verdaderamente vale la pena y permanece, aun cuando la ilusión muchas veces haya quedado atrás y no acompañe.

Se trata de mi mejor crisis, por la que me encuentro en la etapa de seguir aportando humanamente en la medida de mis posibilidades, pero sobre todo, de crecer interiormente para que el fruto de mis esfuerzos perdure, pues soy de los que creen que no es cierto que al final no nos llevamos nada. ¡Claro que nos llevamos nuestros méritos!

Por ello seguiré siendo fiel en lo grande, en lo pequeño, y aun en lo más pequeño.

Consúltanos en: consultorio@aleteia.org

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