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Las células de los hijos se quedan muchos años en el cuerpo y el cerebro de las mamás

MUM, CHILD, SUNNY

everst | Shutterstock

Annalisa Teggi - publicado el 21/06/19

Se llama microquimerismo y es una fascinante prueba del vínculo entre madre e hijo. Este intercambio de células ofrece una perspectiva indispensable también en el debate sobre el aborto y útero de alquiler

El vínculo entre madre e hijo es algo tan profundo y penetrante que no puede definirse, pero si existe una imagen concreta que lo expresa en síntesis es la del cordón umbilical: cortado en el nacimiento, parece sugerir la ruptura de un vínculo concreto. Excepto que luego aparece bajo formas emotivas incluso enrevesadas por lo que a menudo se habla de ciertos adultos que “todavía no han cortado completamente el cordón umbilical con su madre”.

Pero se sabe desde hace tiempo que, desde el punto de vista biológico, algo del hijo queda en la madre, y viceversa, incluso después de cortar el cordón umbilical, la confirmación del hecho que la maternidad (concepto que cada vez más está virando al ámbito de la pura percepción emotiva) tiene que ver con los vínculos que son profundamente significativos desde el punto de vista biológico.

Qué es el microquimerismo

En la mitología griega la Quimera era una criatura con cuerpo y cabeza de león, una segunda cabeza de cabra que surgía de la espalda y una serpiente en lugar de cola: diferentes animales se mezclaban en un solo cuerpo, algo tan absurdo que era sinónimo de imposible.

En zoología se habla de quimera cuando un animal tiene dos o más poblaciones de células genéticamente distintas. También en el hombre existen formas de quimerismo que se verifican cuando las células de un individuo migran del cuerpo de otro (en el caso de transfusiones, transplante de órganos); luego existe un tipo particular definido microquimerismo fetal: durante el embarazo, a través de la placenta, un pequeño número de células del niño entra en el flujo sanguíneo de la madre.

Probablemente todos conservamos células adquiridas de la madre durante el embarazo, y las mujeres que han tenido embarazos conservan células procedentes del feto. Las células adquiridas pueden persistir durante décadas, y son capaces de residir establemente dentro de un tejido, convirtiéndose en parte integrante de los órganos del cuerpo. (Le Scienze) El parto, por lo tanto, no pone fin, de manera definitiva, a la presencia del feto en el vientre de la madre, dado que, de alguna manera, esta cohabitación prosigue a nivel celular. Ya en los años noventa del siglo pasado se había puesto en marcha una hipótesis similar; sucesivamente, algunos estudios confirmaron casos en que el intercambio no se limita a una simple difusión, sino que a menudo se vuelve una verdadera compenetración: algunas células fetales en ratones de sexo femenino, tras haber llegado al corazón, se vuelven parte integrante del tejido cardíaco.  (Il Messaggero)
PREGNANCY
Kaya Shelest - Shutterstuck

Pero ¿cómo se ha sabido? Los datos que despertaron el interés de los investigadores se encontraron durante algunas autopsias descubriendo así que en ciertas mujeres estaban presentes células masculinas. Excluyendo los casos anteriores, trasplantes o transfusiones, se abrió la hipótesis de que el ADN masculino era el de un niño. Investigaciones posteriores han demostrado que estas células permanecen en el cuerpo de la madre no solo durante el embarazo, sino durante muchos años, incluso de por vida.

Esta evidencia hace que la frase “eres parte de mí” sea menos sentimental de lo que parece y abra escenarios fascinantes sobre el intercambio físico y emocional entre madre e hijo.

Es fascinante también el hecho que el cuerpo de la madre no rechace o destruya estas “células intrusas”. Para usar una terminología apropiada: las células inmunitarias maternas se vuelven insensibles a las células fetales microquiméricas.

Aunque después del embarazo el sistema inmunológico de la madre se libre de las células fetales presentes en la sangre, aquellas ya integradas (como pluripotentes, capaces de transformarse en cualquier tipo de célula) en los tejidos maternos pasan inobservadas y escapan a la “limpieza”. (Focus)

Dicho de manera irónica, como madre de tres hijos todos diferentes a mí: ya desde el embarazo una madre aprende la tolerancia. Y es simbólicamente poderoso pensar en el cuerpo materno como algo que en el tiempo – no solo durante los 9 meses – hospeda al otro sin aplastarlo. Rimbaud escribió lo è altro (es otra cosa), y también nosotras mamás podemos decirlo con todo el valor acogedor que se deriva de ello.

Si el conocimiento del microquimerismo es conocido desde hace tiempo, queda aún mucho por explorar en sus dinámicas y consecuencias. Por ejemplo, en el 2012 un equipo de investigadores canadienses y estadounidenses se centró en estudiar el cerebro, logrando identificar ahí también la presencia de células distintas de las maternas: es poca cosa constatar que las células fetales atraviesan la barrera hematoencefálica y una de las conclusiones más interesantes es que

Estos rastros estaban especialmente concentrados en el hipocampo y en los lóbulos parietales y temporales de la corteza prefrontal, zonas particularmente útiles para la comprensión, la memoria y la percepción.

Los más curiosos pueden leer la relación completa en Plos Oneyo lo intenté, luchando contra algunos pasajes técnicos muy profundos, pero logrando seguir los argumentos.

Entre los sujetos sometidos al estudio estaba una mujer fallecida a los 94 años en cuya materia gris estaba aún presente el ADN masculino, signo inevitable de la permanencia a largo plazo de este connubio madre-hijo. Debe precisarse que el microquimerismo no se verifica siempre y que existe también al revés, es decir, el microquimerismo materno: también la mamá deja al niño con rastros de sus propias células.

De entre los sujetos sometidos al examen del estudio estadounidense y canadiense habían 59 mujeres, de las cuales 25 sin patologías neurológicas y las restantes con Alzheimer. De hecho, el ámbito de estudio aún por explorar se refiere precisamente a las consecuencias de la presencia de estas células fetales en el cuerpo de la madre.

Efectos benéficos y enfermedades

Las microquimeras fetales podrían jugar un papel en la lactancia, marcando al cuerpo materno cuándo y cómo producir leche. Y podrían encontrarse también en la tiroides, donde se regula el metabolismo materno, y en el cerebro, donde podrían influenciar el apego madre-hijo. (Focus)
MAMMA, ALLATTA, CASA
Shutterstock

Es más que obvio constatar que en el cuerpo nada suceda casualmente y que, por lo tanto, deba existir un objetivo si este intercambio celular se lleva a cabo y es tolerado. Todavía hay mucho por descubrir, al documentarse nos topamos con comentarios positivos pero también con incógnitas negativas. Como se ha dicho antes, el microquimerismo tendría un papel en el momento posterior al nacimiento, por el inicio de la lactancia y la construcción de un nuevo vínculo, ya no basado en el envolvimiento total que garantizaba el útero.

Pero la presencia de un ADN extraño en el cerebro puede ser fuente de predisposición mayor a ciertas enfermedades, pero sobre este tema la observación es aún incierta y será interesante escuchar lo que las investigaciones dirán en el futuro:

El ADN de los demás puede modificar la propensión de una mujer a algunas enfermedades cerebrales, confiriendo una especial protección o una inesperada vulnerabilidad. Puede encender o apagar interruptores moleculares vinculados a tumores, o puede potenciar las defensas naturales contra traumas y enfermedades mentales (y viceversa). (La Stampa)

Aborto y útero de alquiler

Algunos de los individuos estudiados en el laboratorio en el 2012 eran mujeres sin hijos y, sin embargo, presentaban el microquimerismo. La conclusión de los médicos fue: “en mujeres sin hijos, el ADN masculino podría haber sido adquirido por un aborto voluntario o espontáneo”. Ya antes otro estudioso había llegado a la misma conclusión:
En el vientre materno – explica el experto J. Lee Nelson en Los Angeles Time – se puede también “capturar” el ADN de los hermanos mayores, o un gemelo que no nació. O, durante nuestra vida, podemos tomar material genético de los hijos, además de los concebidos que no nacieron. Este ADN “adquirido” puede permanecer con nosotros durante mucho tiempo. (La Stampa)

El tema del aborto es muy sensible, y la discusión actual se aleja cada vez más del tema de la maternidad. El aborto parece haberse vuelto todo excepto una cuestión que respecta a una mujer que se descubre madre. Y, sin embargo, permanecer en un nivel de realidad – incluso dolorosa – puede realmente ayudar a las personas a ser libres, a tomar decisiones con plena libertad. Porque la libertad no es solo empujar a una persona a ser impulsiva cuando tiene miedo.

ABORTION PROTESTORS
Paul FAITH | AFP

Se quiere a toda costa obligar a las mujeres a pensar que abortar es como quitarse una caries, veloz, sin dolor y sin consecuencias. Quien osa decir lo contrario es acusado de hacer terrorismo psicológico. Los muchos testimonios disponibles, tanto de personas conocidas en la vida cotidiana como los que se leen en los diarios, cuentan que abortar le produce a la mujer un dolor que persiste y se agudiza con el tiempo.

Que la ciencia nos informe del detalle no irrelevante que las células del hijo permanecen en el cuerpo de una madre, incluso en el caso de un aborto, es un dato que no se puede callar. El vínculo madre hijo es algo que se injerta inmediatamente y no puede borrarse, aunque se corte quirúrgicamente. Una correcta información, que vuelva realmente libre a las mujeres, debería ponerlas al corriente de esto: la presencia de una vida que ha empezado en el útero será una compañía en tu cuerpo de mujer.

No es aterrador decir esto. No es apuntar con el dedo. Es un razonamiento cada vez más puntual sobre lo que somos y a lo que estamos llamados. Un embarazo es un embarazo, no es una caries: es el inicio de una vida nueva en un cuerpo de mujer. Y por lo que parece, ni todos los fórceps del mundo pueden arrancar una presencia humana que ha vivido aunque sea pocas semanas.

Otro tema muy sensible en la discusión actual es el del útero de alquiler. Una propaganda superficial y devastante en sus efectos la quiere maquillar como una práctica buena y generosa; a quien sostiene que un niño esté vinculado con la mujer que lo ha hospedado en su viente se le responde: a un hijo le basta el amor de quien lo cría. La gestante lleva en su panza un “objeto” que luego es entregado a los legítimos propietarios; sobre todo se insinua la idea de que la gestante no es la madre porque es ajena a la composición genética de quien crece en su vientre.

Y entonces, ¿qué pasa con el tema del microquimerismo? Se ha trazado un horizonte en el ensayo ¿Útero de alquiler o embarazo para otros? Opiniones encontradas (Franco Angeli editor), mira un elocuente pasaje de Marina Terragni:

Incluso en ausencia de vínculos genéticos, entre el cuerpo de la gestante y la criatura, se instauran importantes vínculos epigenéticos, que infuencian el fenotipo (la morfología, el desarrollo, las propiedades bioquímicas y fisiológicas, etc) sin modificar el genotipo. En otras palabras, durante el embarazo entre ella y el feto suceden intercambios decisivos para el desarrollo del niño, intercambios que siguen en la fase perinatal – el embarazo sigue “afuera” – y hacen del niño la persona que será. El fenómeno del microquimerismo – células fetales que se anidan en los órganos de la madre, sobreviviendo por muchos años – es la huella física de la relación más intensa que se haya experimentado. (p. 144)

Normalmente, no se sabe por qué, existe el prejuicio de que quien defiende la vida y la naturalidad de la concepción es alguien que vive de fábulas religiosas y es enemigo de la ciencia. Al contrario. Mientras más se observa la realidad, más resultan puramente abstractos o infundados ciertos discursos de los así llamados progresistas.

La ciencia solo puede reconocer y documentar lo que es el embarazo, desde el principio de los tiempos: mientras más información tenemos, más sale lo que el hombre común sabe desde siempre, que una madre y un hijo son un vínculo ininterrumpido. Son fábulas aquellas de quien habla de cuerpos donadores y gestaciones delegada a otros.

No se debe callar tampoco en relación a esta información: las mujeres que, principalmente por necesidades económicas, ofrecen el propio cuerpo para criar una criatura que luego será dada a otros deben saber que – además de los muchos efectos colaterales debido a las terapias a las que son sometidas – quedará en el cuerpo un rastro físico de la presencia de ese niño o esos niños. Son sus madres. ¿O pensamos que es irrelevante ir por ahí llevando dentro el ADN de quien ha sido cedido, arrancándolo en el nacimiento del cuerpo que le ha criado?

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