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¿Cómo haré para que las heridas que me hicieron mis padres no condicionen a mis hijos?

CONCERNED MOTHER
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Orfa Astorga - publicado el 11/06/19
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La mejor forma de sanar el pasado es trasmitir la vida a la siguiente generación, enseñando que el perdón y el cuidado amoroso de los demás es la única forma de ser libres

Mi madre tenía una necesidad incontrolable de sufrir, de estar triste, avergonzada, de sentirse mal por todo. Sus diálogos y el amargo rictus de su rostro tenían la característica de agobiar, y hasta “enfermar” a quienes la escuchaban, por lo que terminaban por evadirla. Entre ellos mi padre, al abandonarnos.

Eso aumento más su victimismo que no permitió el sano desarrollo en sus hijos al atribuirnos defectos y cargas negativas.

Y fue muy alto el precio que pagamos.

Con todo, al crecer decidí romper con la inercia de un destino infeliz, por lo que solicité ayuda especializada, en la que fue necesario abrir las heridas para que drenara libremente el pus en forma de carencias afectivas, emociones reprimidas y resentimientos.

Ello me permitió la toma de consciencia para sanar mis daños y no repetir los patrones con que me educaron. Se trata ahora de llevar al plano de mi existencia lo contrario a los aprendido, como la prueba definitiva de haber sanado. 

Puedo describirlo así:

Aprendí a no sentir confianza básica. Fue en mis primeros años, ante la falta de contacto fisco, de palabras de estímulos, así como de cantos amoroso festejando mi vida.

Esperaré con ilusión el nacimiento de mis hijos, y siempre tendré manifestaciones físicas y verbales de mi amor desde su llegada al mundo, dándoles la seguridad de ser mi mayor don. Unos minutos de intenso amor de sus padres en sus infantiles llantos obraran maravillas en sus vidas de adultos. 

Aprendí a sentir impotencia cuando se me reprimió ante los primeros tanteos por ser yo el que eligiera. Las palabras “no”, “mío”, “mi” “yo” antes de llegar a la libre aceptación por mi voluntad, no se me permitieron. Cada vez que lo intentaba experimentaba la decepción de mi madre por no vivir de acuerdo a su manera de ser y pensar.

Y sin voluntad no hay protección para heridas futuras.

Permitiré que mis hijos, desde su niñez se puedan afirmar poniendo de manifiesto su infantil voluntad sin ningún temor para elegir entre varias alternativas, y si desean lo correcto aprobare con alegría su elección. Les enseñare a ejercitar sus alas hasta que puedan volar.

Aprendí a sentir culpa cuando no se me permitió jugar y lo podía hacer con la capacidad que tiene un niño, para convertirse en cualquier cosa que se imaginare en un mundo mágico que le pertenece, y en el que es feliz mientras crece.

En vez de ello deje la libertad de mi infantil imaginación para sentirme totalmente culpable, no por haber roto un juguete, sino por cosas que nada tenían que ver conmigo; se me hizo sentir culpa por la infelicidad de mi madre, la enfermedad de un hermano, los problemas entre mis padres…

Acompañaré y disfrutaré a mis hijos en una etapa maravillosa de infantil inocencia en donde pueden tener poderes mágicos, se enfrentarán con duendes y brujas en su percepción de la lucha entre el bien y el mal. Una etapa que los prepara gradualmente para distinguir lo irreal de lo real para tomar iniciativas. Recordare que solo se es niño una vez en la vida.

Aprendí a desconfiar de mis capacidades cuando ante mis fracasos escolares se me predestino al fracaso con duros adjetivos. Cuando el fuerte rubor en mi cara atraía burlas que parecían hacer estallar mi corazón por una inseguridad en que me sentía perdida.

No valoraré solo las notas académicas de mis hijos, sino su esfuerzo enseñándoles a descubrir sus capacidades naturales para desarrollarlas y convertirlas en fortaleza. Sobre todo, les enseñare que por encima del saber o tener, importa más el ser para ser verdaderamente felices.

Y celebrar siempre sus logros grandes o pequeños.

Aprendí a sentir vergüenza cuando al llegar a la pubertad con sus cambios hormonales, no tuve en quien confiar y me acompañara con delicadeza en un proceso normal.

Cuidaré el estar cerca como amor refugio para mis hijos en sus cambios biológicos, haciéndolos sentirse seguros y confiados.

Aprendí a dudar cuando en mi adolescencia me encontré ante barreras que me dificultaron mucho el ser yo misma en la búsqueda de una propia identidad, en un necesario crecimiento psicológico propio de la edad.

Tomaré con mucho amor y paciencia la natural rebeldía de esa edad en mis hijos, consciente de que en esta etapa se encierran en un capullo para salir convertidos en hermosas mariposas que emprenderán el vuelo hacia la juventud y la madurez.

Sobre todo, les enseñaré a compartir su intimidad en un dar y recibir amor con personas positivas, evitando quedar encerrada en el claustro de un yo empobrecido.

Consúltanos en: consultorio@aleteia.org

   

    

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