Salvador Montes de Oca, un religioso mártir asesinado por las tropas nazis en ItaliaNo deja de ser triste y doloroso para los familiares de las víctimas evocar los ya lejanos años que van entre 1939 y 1945: la segunda guerra mundial. Entre el holocausto, las bombas atómicas y la guerra en general, según algunas estimaciones superan los 100 millones de víctimas.
En Italia, como en Europa, también se vivía intensamente esta guerra aunque para el momento de ocurrir esta historia estaba a punto de finalizar.
En medio de ese fragor, sería común observar a pelotones de militares frente a indefensos rivales dispuestos a fusilarlos sin contemplación alguna.
En uno de esos indefensos grupos estaban los religiosos cartujos de La Farneta, a quienes en la madrugada entre el 1 y 2 de septiembre de 1944, los soldados alemanes les invadieron el monasterio tras la sospecha de resguardar a miembros partisanos de La Toscana.
Entre esos prisioneros estaba el Hermano Bernardo María, cuyo nombre de pila era Andrés Salvador María del Carmen Montes de Oca Perera, un venezolano natural de Carora, estado Lara, donde vino al mundo el 21 de octubre de 1895.
Su martirio llegó exactamente el 10 de septiembre de 1944, cuando junto a doce hermanos cartujos y unos veinte prisioneros fueron fusilados a la orilla de la carretera, en los alrededores de Massa, en Monte Magno, Italia.
Entre sus manos llevaba el Breviario litúrgico que posteriormente permitió la identificación de sus restos, recordaba a casi 72 años de aquellos dolorosos hechos, Reyna Lara de Montes de Oca, casada con un sobrino nieto del segundo obispo de la diócesis de Valencia (Venezuela).
“Allí murió el único venezolano mártir que fue asesinado en la Segunda Guerra Mundial por defender la existencia”, dijo en conversación exclusiva para Aleteia, la también presidenta de la Fundación “Monseñor Salvador Montes de Oca”.
Sus amores: la eucaristía, el sacerdocio y la Virgen
La organización fue creada en 2009 y desarrolla una obra social en beneficio de los veinte seminarios diocesanos de Venezuela.
La sede está ubicada en un anexo construido en terrenos de su residencia que lleva por nombre “La Cartuja. Se ocupa de ayudar en la alimentación, vestimenta y formación de los futuros pastores de la iglesia católica.
En su oficina yacen archivos con fotografías, cartas, artículos de prensa y obras literarias que reseñan la vida y obra de monseñor Montes de Oca.
“Nuestra fundación fue erigida en memoria de quien consagró su vida a la santidad de los sacerdotes”, comenta Reyna, de profesión bioanalista y apasionada por la historia.
La presidenta de la institución destacó los valores humanos, cristianos de este hombre de fe que se enfrentó a capa y espada contra la barbarie política durante la dictadura de Juan Vicente Gómez, al defender la vida y los derechos humanos, especialmente de los desamparados y perseguidos políticos.
Eso le costó dos expulsiones de Venezuela, y el despojo del cargo como prelado de la diócesis asentada en el estado Carabobo.
“Monseñor Montes de Oca me ha llevado a desarrollar toda esta tarea investidora para dar a conocer su obra de santidad, de humanidad a los venezolanos, pues la gran mayoría desconoce que contamos con un santo de nuestra iglesia, un obispo mártir en el que debemos creer, y seguir su ejemplo de humildad y solidaridad con los que más sufren”, enfatizó Reyna durante la conversación.
La mayoría de los integrantes que conforman la directiva de la fundación son familiares del extinto prelado que trabajan incansablemente para dar a conocer su legado de amor.
Igualmente se abocan a recabar fondos a través de la venta de libros que se han escrito de su biografía, para costear los gastos que conlleva el proceso de documentación para su beatificación, la cual fue introducida en la Congregación para la Causa de los Santos, el 23 de octubre de 2015, por el cardenal Baltazar Porras, administrador apostólico de Caracas, junto al arzobispo de Valencia, Reinaldo Del Prette Lissot.
Destacó que en mayo de 2016, el Vaticano declaró a monseñor Montes de Oca como Siervo de Dios, y posteriormente en marzo de 2017, se instaló solemnemente el tribunal de su causa para dar inicio a la etapa diocesana del proceso de su beatificación.
Desde el año 2001, Reyna está dedicada a sustanciar toda la información generada a través de las cartas escritas por el mártir venezolano, y los testimonios de las personas que lo conocieron, “para ir alimentando la causa, y subirlo muy pronto a los altares”.
La mujer le lanzó unas flores al “médico de los pobres”, el primero de esta lista de espera. “Esperamos que esto ocurra, después que se cristalice la beatificación del doctor José Gregorio que tiene mucho tiempo esperando por este regalo de Dios”.
En este ínterin Reyna aprovechó para comentar que por primera vez, el Vaticano recibe un milagro bien documentado del Doctor José Gregorio Hernández; y afirmó estar muy segura que muy pronto se anunciará por fin su beatificación. “Porque el pueblo lo pide, lo clama a gritos, especialmente ante la dura crisis en que vivimos”, sostuvo.
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Volviendo a su tío abuelo político, agradeció profundamente al cardenal Porras el apoyo que ha recibido en el proceso de la causa de monseñor Montes de Oca.
Sin embargo, consideró pertinente señalar que como consecuencia de la situación país, se ha frenado en gran medida la divulgación de la memoria y obra de este insigne prelado.
Reveló su temor que el actual régimen se vea reflejado en la férrea lucha que actualmente mantiene la dirigencia opositora en defensa de los derechos humanos, especialmente de los presos políticos, como el que desató el gobierno de Juan Vicente Gómez contra el obispo de Carora.
“No queremos que el proceso de beatificación de monseñor Montes de Oca se politice, y sea rechazado por la Santa Sede”, dijo.
De acuerdo con los datos de historiadores venezolanos, monseñor Salvador Montes de Oca desciende de una de las familias más antiguas de Carora y la más extendida entre sus habitantes.
Sus progenitores, Andrés Montes de Oca Zubillaga y Rosario Montes de Oca Perera, fueron cristianos rectos y practicantes, y anhelaban tener un hijo sacerdote para reforzar la muy larga e ilustre tradición de la familia en la que se cuenta con más de 100 sacerdotes.
Fue el penúltimo vástago de los cinco hijos: Rafael Andrés, Ignacio, Carmen e Isabel María religiosa de la Congregación Siervas del Santísimo Sacramento.
Reyna precisó que el 14 de mayo de 1922 se convirtió en el obispo más joven de la época, situación que no era del agrado de mucha gente, especialmente vinculada al ámbito religioso, y político lo cual despertó envidias en su alrededor, tejiendo intrigas e injusticias en su contra que lo condujeron al destierro, y después a su trágica y mártir muerte.
“Era una ‘piedra en el zapato’ para el régimen de Juan Vicente Gómez, especialmente cuando alzaba su voz de protesta por la libertad y el respeto de los presos políticos”, recodó la presidenta de la fundación monseñor Montes de Oca.
Fiel defensor del matrimonio
Su actuación decidida a favor de la libertad, su frontal posición frente a los abusos cometidos por parte de altos funcionarios, su enfrentamiento con la política del gobierno en asuntos referidos con la Iglesia, especialmente cuando aprobó una Pastoral sobre el matrimonio eclesiástico, en 1929, en la época en que el gobernador de la ciudad se había divorciado de su esposa y tenía intenciones de contraer nuevamente matrimonio, provocó su primera expulsión del país el 11 de octubre de 1929.
La segunda ocasión que sale al exilio ocurre cuando lo acusan de tener amoríos con una joven en 1934, acusación remitida a la entonces Sagrada Congregación para los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios de la Santa Sede.
Esta calumnia unida a su delicado estado de salud culminará con su renuncia a la Mitra valenciana, y es cuando decide ser religioso en la Congregación de los Sacramentinos.
Reyna de Montes de Oca evocó lo que reseñó el cardenal Baltazar Porras, en su obra Camino a los Altares, que como “sacramentino” junto a largas horas de oración tuvo una intensa vida apostólica, predicando retiros en diversas localidades en Italia, unido a una intensa vida de contemplativo eucarístico.
El 8 de diciembre de 1939 hizo su profesión solemne como miembro de la Congregación del Santísimo Sacramento, y era conocido para alguno con el nombre del Padre Montes.
Durante los años más duros de la guerra le escribió a su papá (1942), a quien le narró algunas restricciones que tenía en la alimentación; sin embargo le acotó que “todavía se consigue lo necesario, y la Divina Providencia no faltará”. Consideró que “no está mal sufrir un poco para pagar un poco por los pecados de mi vida”, citó Reyna.
Reseña el prelado venezolano que el 19 de septiembre de 1941 había sido nombrado Maestro de Novicios de la Congregación Sacramentina.
Volvía como superior y formador al mismo sitio donde pocos años antes había hecho su noviciado. En su inquieto espíritu no podía detener el llamado a una vida más tranquila y serena para dedicarla enteramente a la oración y el trabajo.
Por tanto, decide dejar la vida de sacramentino e ingresar a una cartuja, última etapa de lo que fue su vida marcada siempre por la cortedad del tiempo y de la velocidad indetenible del llamado interior.
El 5 de septiembre de 1942 ingresó a la Cartuja de la Farneta, situada en las inmediaciones de la ciudad de Lucca, un hermoso paraje campestre, propicio para el recogimiento y el retiro del mundanal.
Reyna describió que en La Cartuja se llamaba Bernardo María, y le escribió a su padre de quien no tenía noticias desde hace más de un año por motivos de la guerra. Le comunicó su integración a la congregación.
“A su progenitor le confesó que fue muy feliz durante los 8 años que estuvo con los Superiores Sacramentinos. Igualmente le narró la vida dura y austera que llevaba en La Cartuja y pidió utilizar la misma celda en la que estuvo el doctor José Gregorio Hernández”.
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Indicó también que el hermano Bernardo María lavaba pisos, hacía oficios en la cocina y rechazaba los privilegios como sacerdote.
El fragor de la guerra
Desde finales de 1943, la situación política italiana, la guerra y el avance de los aliados agravaron la vida de los habitantes de las regiones circunvecinas de Lucca.
La afluencia diaria de prófugos de las ciudades bombardeadas, en particular de Pisa y de Livorno que quedaron privadas de todo.
Familias enteras hambrientas provocó en Los Cartujos de Farneta una actitud de máxima caridad y de asistencia a estos recién llegados, y a la población circundante.
Lo que se producía en los predios del monasterio y en los campos de los vecinos eran distribuidos entre la población que llegaba a sus puertas.
La condición de “territorio neutral” del monasterio respetado hasta el momento por las tropas alemanas, lo convirtió en refugio de perseguidos políticos, judíos, jóvenes que huían del alistamiento forzado o de la deportación.
Todos eran alojados o escondidos en las dependencias aledañas al convento. Los que se refugiaban en el recinto vestían en ocasiones el hábito monacal para pasar desapercibidos cuando llegaban los convoyes militares que espiaban la zona.
El monasterio estaba compuesto de 16 padres y 19 hermanos, de los cuales más de la mitad eran italianos. El prior y el maestro eran suizos, Montes de Oca venezolano y el sacristán español, entre otros.
La noche trágica del 1 y 2 de septiembre, como es habitual en la vida de una cartuja, cerca de la medianoche los monjes se levantan para los rezos habituales.
Una patrulla de unos veinte soldados alemanes de la SS, todos muy jóvenes entraron en el monasterio arrestando a todos cuantos encontraban en los muros. Fueron pocos los que lograron huir y salvar sus vidas.
La señora Reyna, con ojos llenos de lágrimas, refirió que el ejemplo de serenidad y acompañamiento de quienes se encontraban con ellos fue un bálsamo en medio de la tragedia, y se distinguieron entre ellos el Padre y Maestro Dom Pío Egger y Dom Bernardo Maria, compartiendo la oración, la atención hacia los más débiles, quitándosela de la boca, la mísera ración para dársela a quien más lo necesitaba.
“Lo único que llevaban consigo eran unos libros litúrgicos”, comentó. “Pasaron ocho días en cautiverio experimentando la peor tragedia de su vida. Su humildad y amabilidad atraía la simpatía de quienes lo rodeaban y se les acercaba”.
Destacó también que su fe inquebrantable a Jesús Sacramentado logró que muchos ateos y judíos se convirtieran. “En medio de sus sufrimientos todo lo ofrecía por la santificación de los sacerdotes a quienes amaba como a su propia vida”, agregó.
El fatídico final llegó el 10 de septiembre, cuando doce hermanos cartujos y unos veinte prisioneros fueron fusilados a la orilla de la carretera, en los alrededores de Massa, en Monte Magno.
Con voz resquebrajada reiteró: “allí murió el único venezolano mártir que fue asesinado en la Segunda Guerra Mundial por defender la existencia”.
La historiadora indicó que la identificación de los cadáveres fue fatigosa y muy dura porque los cuerpos de los fusilados fueron enterrados en fosas comunes en toda la región de Toscana.
En enero de 1947 son identificados los restos de monseñor Montes de Oca, a través de estudios de ADN, de su dentadura con el cráneo y los huesos de la cadera.
Con algo de sorpresa comentó que entre los restos del “Obispo mártir”, encontraron una hojita de su breviario, y una placa con el número 13 que correspondía con la celda habitada por el hermano Bernardo María, en La Cartuja.
El 11 de junio de 1947 llegó a La Guaira un barco que trajo los restos de monseñor Montes de Oca, siendo recibido por representantes del clero y diversos sectores de la vida nacional.
El 13 de ese mismo mes fueron trasladados a Valencia, y llevado en hombros por la población hasta la Catedral Metropolitana donde fue sepultado en el baptisterio.
La presidenta de la fundación aspira que en su beatificación, el cuerpo de Monseñor Salvador Montes de Oca, sea enterrado en la capilla del Santísimo Sacramento del Altar como era su sueño y su devoción de toda la vida.
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