Matilde de Canossa, se encontró en medio de un largo y complicado litigio entre el imperio y el papado mientras se afanaba por conservar sus propios dominios. Ferviente devota, no dudó en apoyar al papa de manera incondicional.
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En la Edad Media, fueron muchas las mujeres que quedaron solas al frente de amplias propiedades. Ya fuera por herencia, viudedad o por la marcha de sus maridos a las cruzadas, tuvieron que gobernar extensos territorios y enfrentarse a complicadas situaciones políticas.
Matilde nació alrededor del año 1045 en el seno de una familia poderosa italiana de fuertes creencias cristianas. Hija de Bonifacio III de Toscana y su esposa Beatriz de Lotaringia, Matilde recibió una esmerada educación y creció afianzando su fe en Cristo hasta el punto de desear tomar los hábitos y vivir en un convento. Pero el destino le tenía deparado otro lugar en el mundo.
Cuando era muy pequeña su padre fue asesinado y Beatriz tuvo que hacerse cargo de las extensas posesiones familiares hasta que la propia Matilde tomó las riendas del poder. En 1071 se casaba con Godofredo, duque de la Alta Lotaringia, al que aborrecía pero tuvo que soportar hasta que falleció cinco años después. Para entonces, Matilde ya era toda una señora feudal dispuesta a controlar el gobierno de sus dominios y a ayudar al papado en sus constantes conflictos con el imperio.
Uno de estos litigios fue causado por las investiduras laicas prohibidas por Gregorio VII y conocido como la “querella de las investiduras”. El emperador Enrique IV no estaba dispuesto a perder el poder que suponía escoger él mismo a miembros de la curia dentro de sus territorios por lo que desafió al papa quien terminó ordenando su excomunión. El conflicto terminó con el arrepentimiento del emperador y el perdón por parte del papa quien aceptó su penitencia que culminó precisamente en territorio de Matilde.
La conocida como “Humillación de Canossa” tuvo lugar a las puertas del castillo de Matilde, aliada del papa, quien aceptó hacer de mediadora. En 1089 volvió a contraer matrimonio con el duque de Baviera, mucho más joven que ella y con quien tampoco llegó a congeniar. Matilde continuó batallando el resto de sus días por controlar los territorios heredados y apoyando al papa en los no pocas disputas que continuaron con el emperador.
En la última etapa de su vida, la gota mermó considerablemente su salud y decidió recluirse en sus posesiones cerca del monasterio de San Benedetto di Polidore donde los monjes rezaron intensamente por ella. Postrada en la cama, hizo construir una capilla para poder escuchar misa desde el lecho en el que falleció en julio de 1115. Sus posesiones fueron legadas a la iglesia.
Años después de su muerte, sus restos fueron trasladados al Vaticano donde permanecen enterrados en la actualidad bajo una hermosa escultura de Bernini.