El Pontífice presidió en el Coliseo el tradicional rito del Via Crucis
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El papa Francisco presidió este Viernes Santo, 19 de abril, el rito del Vía Crucis en el escenario imponente del Coliseo de Roma. “Señor Jesús, ayúdanos a ver en Tu Cruz todas las cruces del mundo”, exclamó ante una multitud de 20.000 personas durante la oración final.
Francisco recordó “la cruz de los migrantes que encuentran las puertas cerradas debido al miedo y los corazones cerrados por los cálculos políticos; la cruz de los pequeños, heridos en su inocencia y en su pureza; la cruz de la humanidad que vaga en la oscuridad de la incertidumbre y en la oscuridad de la cultura de lo momentáneo”.
Asimismo, mencionó “la cruz de familias rotas por la traición, por las seducciones del maligno o por la ligereza asesina y el egoísmo; la cruz de los consagrados que buscan incansablemente traer Tu luz al mundo y se sienten rechazados, burlados y humillados”.
Vía Crucis por las víctimas de la trata
Los textos de las meditaciones y las oraciones del Vía Crucis fueron preparadas este año por Sor Eugenia Bonetti, misionera de la Consolata para meditar sobre el sufrimiento de tantas personas, víctimas de la trata de seres humanos.
14 estaciones con Cristo y con las mujeres que lo acompañaron en el Calvario, en espera de la resurrección. Mujeres violadas, maltratadas, prostituidas, vendidas, heridas en la carne y en el alma. Un grito al cielo para que los hijos e hijas de Dios y nunca más sean tratados como esclavos.
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Palabras duras y directas para recordar las cruces de los migrantes y refugiados en el desierto del Sahara, el mar convertido en tumba de agua.
“El desierto y el mar se han convertido en los nuevos cementerios de hoy. Frente a esas muertes no hay respuestas; pero hay responsabilidad. Hermanos que dejan morir a otros hermanos. Hombres, mujeres, niños que no hemos podido o querido salvar”.
La Cruz a las espaldas de familias, migrantes…
La Cruz símbolo del sufrimiento de Cristo, fue llevada en cada estación por familias, jóvenes, migrantes, religiosas, personas con discapacidad, voluntarios, un sacerdote de Siria, los frailes de Tierra Santa y en la última estación por el cardenal Angelo De Donatis.
Historia de la tradición en el escenario del Coliseo
La historia de la Vía Crucis en el Coliseo inició en el Año Santo de 1750 con papa Benedicto XIV. El Pontífice hizo consagrar el anfiteatro Flavio en memoria de los mártires cristianos. Así se vuelve una tradición el rito de las 14 estaciones como la conocemos hoy.
Después de 1870, con la unidad de Italia, esta devoción no repitió. Después en 1926 en el tiempo de los pactos de Letrán la Cruz volvió al Coliseo.
En 1959 Juan XXIII volvió a celebrar el rito en el Coliseo, pero hubo que esperar a Pablo VI para que en 1964 se convirtiera en una tradición para cada Viernes Santo, también en tiempos de la transmisión televisiva.
A continuación, la oración escrita por el Pontífice y que ha rezado al final de las 14 estaciones que recuerdan la Pasión de Cristo.
Oración completa, escrita por el Papa Francisco:
Señor Jesús, ayúdanos a ver en Tu Cruz todas las cruces del mundo: la cruz de las personas hambrientas de pan y de amor;
la cruz de personas solitarias abandonadas incluso por sus propios hijos y parientes; la cruz de los pueblos sedientos de justicia y paz;
la cruz de las personas que no tienen la consolación de la fe;
la cruz de los ancianos que se arrastran bajo el peso de los años y la soledad;
la cruz de los migrantes que encuentran las puertas cerradas debido al miedo y los corazones cerrados por los cálculos políticos;
la cruz de los pequeños, heridos en su inocencia y en su pureza;
la cruz de la humanidad que vaga en la oscuridad de la incertidumbre y en la oscuridad de la cultura de lo momentáneo;
la cruz de familias rotas por la traición, por las seducciones del maligno o por la ligereza asesina y el egoísmo;
la cruz de los consagrados que buscan incansablemente traer Tu luz al mundo y se sienten rechazados, burlados y humillados;
la cruz de personas consagradas que, en el camino, han olvidado su primer amor;
la cruz de tus hijos que, creyendo en Ti y tratando de vivir de acuerdo con Tu palabra, se encuentran marginados y descartados incluso por sus familiares y sus compañeros;
la cruz de nuestras debilidades, de nuestras hipocresías, de nuestras traiciones, de nuestros pecados y de nuestras numerosas promesas rotas;
la cruz de Tu iglesia que, fiel a Tu evangelio, lucha por llevar Tu amor incluso entre los bautizados;
la cruz de la Iglesia, Tu esposa, que se siente continuamente atacada desde adentro y desde afuera;
la cruz de nuestra casa común que seriamente se marchita ante nuestros ojos egoístas y cegados por la codicia y el poder.
Señor Jesús, revive en nosotros la esperanza de la resurrección y tu victoria definitiva contra todo mal y toda muerte. Amén!