¿Cómo habría contado la prensa el día a día de Jesús en esta Semana Santa? Vive con Aleteia desde una mirada distinta los acontecimientos de estos días
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The Jerusalem Times BC. Edición Vespertina.
Sobre el cierre de esta edición, cuando en el Palacio de Poncio Pilatos terminaban de dar por tierra la posibilidad de que estas Pascuas haya incidentes en la gran ciudad por el supuesto profeta Jesús de Nazaret, el nazareno fue capturado por las fuerzas de Caifás y llevado hasta el Sanedrín.
Nada hacía en la jornada de este jueves presagiar estos acontecimientos. La información de que dos discípulos de Jesús se habían adelantado este primer día de los panes ácimos a su Maestro para conseguirle una casa en Jerusalén para celebrar la Pascua llegó temprano a la redacción. Nos dirigimos hacia este hogar familiar, amplio, y vimos al nazareno preparar la cena con sus 12. Los acompañaban varias mujeres, entre ellas María, que Mateo confirmó es la madre de Jesús.
Intentamos hablar con ella, pero, aunque gentilmente, rehusó hacerlo. Y aunque en el entorno de este activista no suele haber guardias profesionales que separen a los periodistas, el grupo de cronistas que sigue a Jesús tomó distancia de la casa, sobre todo tras ver la solemnidad con la que marcaban la puerta del hogar con la sangre del cordero.
En los alrededores de esta casa de dos pisos todo era calma hasta que salió impetuoso rumbo al centro Judas el Iscariote, mirando al suelo y caminando rápido. ¿Qué ocurrió? Desde la distancia y por las ventanas, vimos una normal cena de Pascua, con el Nazareno presidiendo la comida, repartiendo el pan, compartiendo el vino. Sí sorprendió ver lo que a la distancia parecía ser Jesús lavando los pies de sus discípulos, gesto extraño, pero nada llamativo.
Al poco tiempo, Jesús salió con un grupo de sus seguidores y se dirigió al Monte de los Olivos. Todos lucían conmovidos. Intentamos hablar con alguno de ellos, pero parecían absortos. Mateo y Juan, al identificarnos, hicieron señas para conversar luego. La solemnidad del grupo siguiendo a su Maestro y la apariencia de una celebración profunda de la Pascua motivó a que los pocos periodistas que cubríamos el evento nos retirásemos.
Pero de regreso a la ciudad vimos al Iscariote regresar a paso firme seguido por un séquito de oficiales de Caifás, algunos sacerdotes, y varios judíos armados con un hacha en una mano y una antorcha en la otra. Judas los guiaba, y aunque en algún momento dudó y se le escuchó decir “dónde, dónde”, rápidamente se dirigió al Monte de los Olivos. Allí encontraron a algunos de los discípulos, que parecían estar levantando de un sueño, y a Jesús, regresando de entre la oscuridad hacia el campamento.
Tras un momento de silencio e incertidumbre, Judas se acercó a Jesús y lo besó. Lo que siguió fue asombroso: violento y solemne a la vez. Con otro colega de otro periódico, que seguramente dará fe de lo mismo, vimos que tras intentar acercarse a Jesús los soldados cayeron al piso, al reponerse se inició una brevísima trifulca en la que Pedro, el líder de los 12, atacó con una espada a un soldado de Caifás y le cortó lo que parecía ser una oreja. Pero el Nazareno inmediatamente dio la voz de alto, acatada por enemigos y amigos, alzó esa oreja, la apoyó nuevamente sobre el rostro del herido, de nombre Malco, y se entregó pacíficamente.
Podría haber sido una masacre, puesto que más allá de la vehemencia de Pedro el grupo parecía débil y dormido. Pero algo quedó claro: en todo momento el control de lo acontecido dependió de Jesús. Aún apresado, mientras era dirigido para comparecer ante el Sanedrín, como pudimos saber minutos después, inspiraba respeto. Abatido y triste, pero digno.
¿Ocurrió algo en la cena que hiciese esperar este desenlace? Mateo confirmó mientras seguía a una distancia al grupo que se llevaba capturado a su Maestro que fue una cena normal en la que el Señor siguió hablando de su eventual sacrificio, aunque aclaró en algunas ocasiones y ante gestos como el lavado de pies que lo que estaba haciendo no lo entenderían en ese momento y sí después. Sí, mientras repasaba palabras y oraciones que Jesús había dicho, que recordaba con asombrosa precisión, cayó en la cuenta de las veces en las que en la cena Jesús habló de un supuesto traidor. “Y él fue quien mojó el pan”, expresó a otro que caminaba rápido, como él, a su lado. “Se refería a Judas”, dijo Juan, pálido.
En el monte había quedado Malco, duro como piedra, pero sano. Lo ocurrido fue un milagro. Este periodista sabe que no hay explicación científica para lo que vio, pero lo vio.
Mientras se imprime este diario Jesús permanece en el palacio del Sumo Sacerdote. Los oficiales ya alertaron a Pilatos. Será una larga noche en Jerusalén.