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El mayor motivo para estar alegre

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 29/03/19
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A menudo mis tristezas las provocan los desprecios de los hombres, sus acciones u omisiones me causan daño, me han herido… ¿de dónde sacaré la fuerza?

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Cuando ya se acerca tímidamente la Pascua, me detengo a celebrar este domingo de alegría. Dejo de lado las tristezas y siento que el corazón se ensancha, se hace más grande.

Me gusta alegrarme cuando aún no tengo razones. Es posible mirar más alto, más lejos.

A veces me invade la tristeza sin motivo alguno. La alegría y la tristeza pueden ir de la mano. En medio de una desgracia necesito una carcajada. En medio de mi alegría desbordante, me viene bien un momento de sosiego y silencio.

Los extremos se unen. Cristalizan en mi corazón que no quiere permanecer endurecido.

En ocasiones me veo buscando enfermizamente la satisfacción de mis deseos. Pero no soy feliz cuando lo logro.


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Creo que la alegría compartida es más grande. Al igual que la tristeza acompañada pesa menos en el alma. Es bonito lograr cosas junto a otros, no en soledad.

Decía el papa Francisco: “Pocas alegrías humanas son tan hondas y festivas como cuando dos personas que se aman han conquistado juntos algo que les costó un gran esfuerzo compartido”[1].

El amor me pone en camino. Me anima a lograr metas. ¿Cuándo fue la última vez que logré algo importante con otros?

Recorrer un camino largo acompañado. Vencer los obstáculos que parecían imposibles. Apoyarme en la fuerza de otros para seguir luchando, andando. Confiar gracias a su fe cuando todo parece perdido.

Los éxitos logrados en comunidad tienen más peso. No quiero vivir aislado buscando ser feliz yo solo, sin pedir ayuda, sin ayudar a otros. No funciona.

Luchar juntos por llegar más lejos sí da fruto. La Cuaresma la vivo con otros. Estoy en camino recorriendo la vida. No me salvo solo. A veces se me olvida.

Vivir la vida con otros representa un gran desafío. Sé que es vivir en comunidad lo que más alegra mi alma. Y la soledad que a veces busco puede volverme infeliz.

Pero a menudo mis tristezas las provocan los desprecios de los hombres. Sus acciones u omisiones me causan daño. Me han herido. Me he sentido ignorado. No me han dado tanto como yo esperaba.

En comunidad sufro y me alegro al mismo tiempo. Me gustaría cultivar en mi alma un espíritu alegre que aprenda a reírse de la propia vida. Menos amor propio, más humildad. Así sufriría menos con los desprecios. Y estaría más alegre con mi vida.



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Decía el padre José Kentenich: “Debemos ser maestros de alegría, modelos de alegría, debemos aprender el arte de alegrarnos de cada pequeñez en el camino de las pequeñas cosas»[2].

Si pudiera alegrarme de todo lo que me pasa… Vivo en tensión tratando de ser feliz y no lo consigo.


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Hoy me asomo a la Pascua. Veo el paso de Jesús resucitado en medio de su camino al Calvario. Previvo de forma anticipada su resurrección. Mi corazón entonces se calma.

Quiero poner ante Dios mis tristezas. Son esas pequeñas semillas de amargura que he dejado que otros siembren en mi corazón. O yo mismo las he regado sintiéndome pequeño y humillado.

No me hace bien la tristeza. Y me hace muy bien sonreír, reír a carcajadas y tomarme la vida no demasiado en serio.

Las cosas tienen el peso que tienen, no el que yo les doy, no el que los demás les dan. No me tomo tan en serio mis fracasos. Y aprendo a sonreír cargado de dolores.

Jesús lo hace camino al calvario. Antes pasó por el huerto de los olivos y entregó sus miedos. En eso consiste la vida.

Pongo mi vida pequeña en las manos de Dios. En Él confío. Mi alma se alegra en el Señor. Alegría es siempre el estar-en-todo-momento-cobijado-en-Dios. El Padre me quiere[3].



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Es la alegría de saber que mi vida descansa en Dios. Él me espera en el camino con los brazos abiertos.

Me espera con una fiesta. Me viste con los mejores trajes. Me calza sus sandalias. Tiene pensado para mí el mejor banquete.

¿Por qué tengo miedo? Jesús me pide que no tema. El Señor se lo dijo a san Pablo en una visión: No tengas miedo. Piensa que yo estoy contigo y que nadie te atacará para hacerte daño”. Hech 18,9.

Me lo dice a mí hoy para que sonría y no tema. Me sostiene en mi pobreza y me dice que me ama. ¿Puede haber un motivo mayor para estar alegre?

 

[1] Papa Francisco, Exhortación Amoris Laetitia

[2] J. Kentenich, Las fuentes de la alegría sacerdotal

[3] J. Kentenich, Las fuentes de la alegría sacerdotal

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