Un joven vietnamita que vivió como un pétalo desprendido de la flor y logró transformar el sufrimiento en alegría y belleza
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Desde pequeño, Marcelo vivió grandes humillaciones y sufrimientos. Él simbolizó su vida con la imagen de un pétalo separado de la flor que gracias a la fuerza vital del Amor divino conserva su belleza.
Así lo escribió en su Autobiografía, editada recientemente en español por Amis de Van Éditions:
“Como mi destino es ser un pétalo desprendido, pienso que en mi vida no habrá casi ninguna dulzura. El sufrimiento, he aquí la imagen de toda mi vida. Sí, Padre, es verdad, muy temprano conocí el sufrimiento, y casi toda mi vida ha sido un sufrimiento”.
Vian nació en Vietnam en 1928. Antes de ser un pétalo desprendido, vivió en su primera infancia una existencia hermosamente feliz.
Sin embargo, a los 7 años dejó su querido hogar y empezó a desprenderse de la flor. Deseaba ser sacerdote, por lo que fue a vivir y a estudiar en una casa parroquial, como solía hacerse entonces allí.
Pronto, el demonio, rabioso por la inocencia y el ejemplo que el pequeño da a todos, empezó a asediarlo a través de la envidia y de la malicia de un catequista, explica el sacerdote español Álvaro Cardenas en un comunicado de presentación de las obras completas de Marcelo Van.
Llegaron para el pequeño Van humillaciones y vejaciones inimaginables: trató varias veces de violarlo, sin conseguirlo; con pretexto de educarlo en la penitencia, le impuso recibir cada noche, dieciocho golpes de bambú, prohibiéndole decírselo a nadie. Las heridas de su espalda se llenaron de pus.
Aprovechando la ausencia del párroco, le puso como condición para comulgar recibir tres golpes de bambú, que él aceptó valientemente para no verse privado de Jesús. Al final, llegó a negarle el alimento y Van, para no morir de hambre, tuvo que dejar de comulgar diariamente.
El niño se aferró a la Virgen, particularmente al rosario. Para doblegarlo su catequista se lo quitó. El pequeño acabó rezándolo con los dedos, dispuesto a que se los cortaran, si fuera necesario, antes de dejar de rezarlo. La casa estaba llena de impureza. Con solo 8 años, se sentía sólo y abandonado.
La desgracia llegó también a su familia con unas terribles inundaciones, primero, y con la caída de su padre en la bebida y el juego, lo cual les causó una penuria económica que impidió que pudieran seguir enviando dinero para los estudios de Marcelo.
A raíz de eso, el párroco le perdió todo el respeto al niño y lo tomó por su siervo. Pasó hambre en una casa de costumbres pervertidas. No pudo estudiar: nunca podría ser sacerdote. Su único consuelo fue Jesús en la Eucaristía.
Con 12 años se escapó de la parroquia y regresó a su casa. Sus padres no le creyeron y lo devolvieron. Su madre comprobó después que tenía razón pero por su pobreza económica le pidió que se quedara allí hasta encontrar algo mejor.
Más tarde volvió a escaparse. Vagó dos semanas como un vagabundo, trabajando en condiciones miserables. Famélico, sucio, andrajoso e irreconocible, decidió volver a su familia. Sus padres lo recibieron como a un hijo degenerado.
Al mes, Van huyó de su casa junto a su hermana, pero su padre los alcanzó. Para colmo de males, una persona de la casa parroquial de la que se escapó llegó a la casa familiar y comenzó a extender terribles calumnias contra él, destruyendo su reputación ante toda la aldea.
Él no se defendió. Se sentía como una pequeña flor marchita lleno de amargura. Zarandeado por terribles tentaciones de desesperación, se confió a la Virgen. Ella lo defendió de estas tentaciones y lo consoló.
Sin embargo, a partir de la Nochebuena de 1940, la alegría le visitó.
Como en otro tiempo su hermana mayor, santa Teresita, había recibido su particular gracia de la Navidad, que la fortaleció de su carácter sensible y susceptible, preparándola para su entrada en el Carmelo, Van también recibió su gracia de Navidad que le consoló, le fortaleció interiormente, y le reveló su misión.
En esa noche de Navidad recibió una luz que le hizo experimentar poderosamente que el sufrimiento es un regalo del amor de Dios.
Su alma no solo se iluminó sino que se llenó de un gozo inefable. Acababa de recibir su misión: transformar el sufrimiento en alegría.
Van regresó a la casa parroquial de Huu Bang. Allí tuvo una terrible visión de los pecados del mundo, especialmente contra la pureza. En ese momento, ante la imagen de la Virgen del Perpetuo Socorro hizo voto de guardar su virginidad por toda la vida.
Y emprendió una cruzada por la pureza en la casa. Para ello, se impuso fuertemente durante tres meses oraciones y penitencias por esta intención.
Consciente de su responsabilidad sobre los más pequeños, formó la Tropa de los “Ángeles de la Resistencia” para oponerse a la corrupción moral que reinaba en la casa. Con solo 13 años se ganó el reconocimiento de los más pequeños.
Un sorprendente encuentro con santa Teresita
En enero de 1942 ingresó en el seminario de los dominicos de Langson. Entró en la Tropa Scout. Su anhelo de ser sacerdote era más ardiente que nunca.
Pero algunos meses después, el seminario cerró por falta de recursos. Lo enviaron a otro seminario, y ante su falta también de recursos, a la parroquia local. Allí santa Teresita salió a su encuentro.
Van estaba desalentado porque no encontraba ningún santo que le ayudara. Quería probarle a Jesús su amor, pero le daba mucho miedo la penitencia.
Una noche de combate espiritual, decidió ir a la sala de estudio, buscar la vida de algunos santos, ponerlas sobre la mesa, cerrar los ojos, revolverlas, y tomar una al azar. Así lo hizo, y tomó entre sus manos Historia de un Alma.
Cuando vio que era la historia de una Carmelita descalza sintió una profunda decepción. Otra vez un santo imposible de imitar, semejante a tantos otros santos que para llegar a serlo hicieron tantísima penitencia. Pero estaba preso de sus propias palabras. Había prometido la Virgen que lo leería y lo empezó a leer.
Sintió de inmediato un gran alivio y una desbordante felicidad. “Para llegar a ser santo, no es necesario seguir el camino que siguieron los “santos de antes”. Sus ojos se llenaron de lágrimas y una alegría indescriptible le embargó, como él mismo lo describió:
“No había leído más de dos páginas, cuando mis ojos se llenaron de lágrimas y dos torrentes corrieron por mis mejillas, inundando las páginas del libro. Imposible seguir mi lectura. Mis lágrimas eran el testimonio de mi arrepentimiento por mi actitud anterior, y a la vez una fuente de alegría indescriptible […]. Lo que colmó mi emoción, fue este razonamiento de Santa Teresita: “Si Dios se rebajase solamente hacia las flores más bellas, símbolo de los santos doctores, su Amor no sería un amor absoluto, pues lo propio del amor es abajarse hasta el extremo”. Y a continuación, poniendo como ejemplo al sol, escribe: “Así como el sol ilumina a la vez al cedro y a la pequeña flor, del mismo modo el Astro divino ilumina particularmente a cada una de las almas, sean éstas grandes o pequeñas”».
Van comprendió que “Dios es amor y que el Amor se acomoda a todas las formas de amor”. Entonces podía santificarse a través de todas sus pequeñas acciones, con tal de que lo hiciera todo por amor. Aquel día Teresita se convirtió en su hermana mayor.
Una mañana, contemplando el amanecer, oyó una voz femenina que le llamaba: “¡Van! ¡Van! Mi querido hermanito”. Era ella hablándole. Teresita le anunció su vocación religiosa, pero no sacerdotal, y le animó:
“Si Dios no quiere que seas sacerdote es para introducirte en una vida escondida en la que serás apóstol por el sacrificio y la oración, como yo lo he sido antes […]. Hermanito, alégrate y sé feliz por haber sido contado entre los apóstoles del Divino Amor para ser la fuerza vital de los apóstoles misioneros […]. Cuando entiendas tu vocación y la gracia excepcional que Dios te ha concedido, serás tan feliz que no sabrás qué palabras utilizar para agradecérselo. Serás religioso”.
Entró en el noviciado de los redentoristas, donde tuvo coloquios interiores con Jesús, la Virgen y santa Teresita. En varias comunidades redentoristas sufrió incomprensiones.
Debido a su baja estatura y a su debilidad física, el sufrimiento de un trabajo que lo agotaba. Durante todo este tiempo, su santidad permaneció escondida a los ojos de todos.
El 8 de septiembre de 1946 terminó la Autobiografía, dejando, como testamento espiritual, unas palabras de alabanza a la dulzura del Amor de Dios que supera todo sufrimiento:
“¡Oh dulzura del amor que penetra todas las situaciones, que supera miles de veces los sufrimientos de este mundo, que introduce al alma en tal estado de arrobamiento que le parece no haber conocido nunca la prueba! A pesar de todos los sufrimientos, cuando se posee el amor, también se posee el paraíso con todo su esplendor. Hoy, oh querido Padre, aunque la herida de mi corazón se sigue agravando, y mi peregrinación por esta tierra no ha terminado aún, sean cual sean las circunstancias, mi alma se siente feliz y en paz”.
Después de esto, Van vivió 9 años más. En septiembre de 1954, al año siguiente de la división en dos del Vietnam, decidió regresar voluntariamente al Vietnam del Norte, formando parte del grupo de valientes que volvieron allí para ayudar a los católicos que permanecieron en la zona comunista.
A los nueve meses de estar allí fue detenido por la policía comunista. Permaneció preso durante cuatro años, en durísimas condiciones.
Murió en el campo de internamiento, trabajos forzados y “reeducación” comunista número 2 del Vietnam del Norte, el 10 de julio de 1959, extenuado y enfermo, con 31 años de edad. Sus últimas palabras fueron: “El amor no puede morir”.
Para Cardenas, Marcelo Van es “un regalo del cielo, como un guía experimentado en los caminos de la vida, alguien que se ha adelantado a nosotros y nos ha abierto el camino en estos tiempos de incertidumbre, de confusión, de miedo y de dolor, para que podamos también nosotros vivir una vida plena, gozosa, feliz, llena de sentido y fecunda”.
Puedes conocer a fondo su historia a través de su Autobiografía, precedida de un prólogo del Cardenal Van Thuan, primer postulador de la causa de beatificación de este joven que fue como una flor de Dios.