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Cómo recibir amor aumenta la fe

FAITH
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Carlos Padilla Esteban - publicado el 21/03/19
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Haz memoria para recordar cuánto te ha querido Dios

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La voz no puede explicar normalmente lo que el corazón siente. Necesito saber que me quieren. Sin ese amor que me sostiene no puedo hacer nada.

Leía el otro día: “Alguien se puede considerar inteligente, capaz, etc., pero si nadie lo quiere, se siente un pobre hombre. Solamente cuando otra persona le dice: ‘yo te quiero’, ‘yo te aprecio’, ‘qué bueno que existas’, entonces adquiere una conciencia real de su propio valor[1].

Jesús se experimentó profundamente amado por su Padre. En Él yo también me siento amado. ¡Qué importante saberme amado por Dios! ¡Qué necesario encontrar personas que me amen en la tierra con el amor de Dios!

Me da pena encontrar cónyuges que no se aman. Una persona me decía: “Muchas veces veo que no admiro a mi cónyuge. Algo suyo sí, algo bueno que tiene dentro. Pero tantas veces me quedo en lo malo y no lo admiro”.

Sin admiración el amor no crece, no se hace profundo. Cuando dejo de admirar a quien amo, acabo dejándolo de amar.

Necesito amar con un amor humano. Necesito ser amado para poder amar. Tocar el abrazo que me sostiene y me levanta. Sentir la mirada que me permite creer en lo bueno que hay en mí y seguir luchando.


FLOWER
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El amor humano me conduce al amor de Dios. En la mirada de unos ojos descubro ocultos los ojos de Dios.

Esa voz misteriosa que me recuerda que soy el hijo predilecto. Es bueno que exista. Merece la pena que viva y ame. Mi vida es maravillosa.

Jesús es el amado del Padre. El hijo querido. ¿Cómo podrían los discípulos dudar de Él después de lo visto en el Tabor? Parece imposible.

Pero luego surgen el miedo, la persecución. En medio del caos no recuerdan el cielo del Tabor. Su corazón se llena de dudas. No son capaces de mirar más allá de la muerte que les amenaza.

A veces me pasa a mí lo mismo. Me han dicho de mil maneras que soy el hijo amado de Dios. Lo he recordado en momentos de Tabor.


HAPPINESS
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He visto que mi vida es para siempre. Sé que todo lo que hago tiene una repercusión en el cielo. Me han mostrado la esperanza que guía mis pasos. Me han recordado cuánto valgo. Merece la pena seguir luchando.

En la oscuridad me olvido de lo bueno que he vivido. Dudo de lo que he visto con mis ojos. ¡Qué traicionero es el corazón! He visto y dudo. He sido abrazado y desconfío.

Construir una relación profunda de confianza lleva años y muchísimo esfuerzo. Destruir la confianza ganada se logra en un solo instante de traición. Así de fácil.

Necesito tantos momentos de Tabor para creer que la vida eterna es lo que me espera y que estoy construyendo el cielo en la tierra.

Pero luego en un momento de temor lo olvido todo y desconfío de ese amor que parecía inconmovible. Me siento Pedro negando a Jesús en una noche oscura. Me siento como él apartando mi mirada de la suya. Porque he dudado. Y mi vida entonces ya no parece tan predilecta, tan amada.

Necesito volver a recordar tanto amor que hay en mi vida.



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[1] Rafael Fernández de Andraca, El Jardín de María y el 20 de enero

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