Hace 28 años, Juan Pablo II buscaba el diálogo entre Saddam Hussein y George Bush
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Los Papas contemporáneos han extremado sus llamados al diálogo en todas circunstancias, aún cuando el mundo parecía convencido de la invalidez de algunos interlocutores. Preocupado por lo que podría suponer una guerra en Medio Oriente, Juan Pablo II inició el 11 de enero una serie de cartas y gestiones para evitar la primera Guerra del Golfo.
Ya el Papa el año anterior había pedido en su mensaje de Navidad y ante la inminencia del conflicto “que se disuelva la amenaza de las armas. ¡Los responsables han de persuadirse de que la guerra es aventura sin retorno! Con la razón, con la paciencia y con el diálogo, y con el respeto a los derechos inalienables de los pueblos y de las gentes, es posible descubrir y recorrer los caminos del entendimiento y de la paz”.
Primero, el Papa escribió al peruano Javier Pérez de Cuéllar, entonces Secretario General de las Naciones Unidas. Pérez de Cuéllar viajaba por esos días a Bagdad a reunirse con Saddam Hussein a intentar que Iraq abandone Kuwait, al que había ocupado en agosto del año anterior, antes del inicio de una ofensiva militar para forzarlo a hacerlo. La fecha límite era el 15 de enero.
Según una resolución de noviembre, si Iraq no dejaba Kuwait para ese día, se autorizaría una ofensiva militar internacional contra el régimen de Saddam. “Deseo ardientemente que la autoridad moral de la Organización que usted representa contribuya a hacer prevalecer el diálogo, la razón y el derecho, y que así se eviten opciones cuyas consecuencias serían desastrosas e impredecibles”, le escribía el Papa Juan Pablo II al peruano, que tendría luego una reunión de dos horas y media con Saddam.
Ni pesimista ni optimista, como expresó, salió Pérez de Cuellar de aquella reunión. La guerra parecía inevitable. Por esas horas, el Papa Juan Pablo insistía con el diálogo, y en un discurso ante representantes diplomáticos decía: “Conscientes de los peligros que representarían una guerra en el Golfo, los auténticos amigos de la paz saben que esta es más que nunca la hora del diálogo, de la negociación y de la preminencia del derecho internacional. No nos hemos de resignar a la guerra”. “La paz obtenida por las armas sólo serviría para preparar nuevas violencias”, profetizaba el Papa.
El 13, durante el rezo del Ángelus, el Papa dirigió un extenso mensaje sobre el tema e hizo un llamamiento a todos los Estados para que “organicen, a su vez, una Conferencia de paz que contribuya a resolver todos los problemas de una convivencia pacífica en Oriente Medio”.
El 15, la fecha límite impuesta por la comunidad internacional para que Iraq abandone Kuwait, Juan Pablo II envió misivas a Georg Bush, como Jefe de Estado de la Nación “más empeñada” en la operación militar, y al mismo Saddam Hussein.
A Hussein, el Papa le pidió gestos valientes: “Confío en que también usted, señor presidente, tomará las decisiones más oportunas y realizará gestos valientes que puedan ser el comienzo de un verdadero camino hacia la paz. Como dije públicamente el pasado domingo, una demostración de disponibilidad por su parte no hará más que honrarlo ante su amado país, la región y el mundo entero. En estas horas dramáticas, ruego para que Dios lo ilumine y le dé la fuerza para realizar un gesto valiente que evite la guerra”.
“Espero verdaderamente y con toda fuerza imploro a Dios misericordioso para que las partes interesadas logren descubrir todavía, en franco y fructuoso diálogo, el camino para evitar tal catástrofe. Este camino puede recorrerse solamente si cada individuo actúa movido por un auténtico deseo de paz y justicia”, le escribía. Saddam nunca respondió.
A Bush el Papa le escribió asegurándole que “es muy difícil que la guerra lleve a una solución adecuada de los problemas internacionales y que, aunque se pudiera resolver momentáneamente una situación injusta, las consecuencias que con toda probabilidad se derivarían serían devastadoras y trágicas”.
Juan Pablo II apostaba a que con “un extremo esfuerzo de diálogo, se restituya la soberanía al pueblo de Kuwait y que se pueda restablecer en el área del Golfo y en todo el Oriente Medio el orden internacional, que está en la base de una coexistencia entre los pueblos realmente digna de la humanidad”. El presidente de Estados Unidos sí respondió expresando su preocupación por las consecuencias de una eventual guerra.
El Papa pasó la noche recogido en la oración, pendiente de las noticias televisivas del conflicto. Estaba dispuesto a mediar personalmente para evitar el conflicto. No lo logró. La ofensiva aliada concluyó a finales de febrero. Más de 20 mil miembros de las fuerzas iraquíes perdieron la vida, además de más de mil kuwaitíes, y cerca de 400 miembros de la coalición internacional.
12 años después, el Papa Juan Pablo se expresaba con idéntica contundencia ante la inminente segunda guerra del Golfo. Su profecía, de que la paz obtenida por la guerra solo obtendría nuevas violencias, se cumplía. En esa ocasión, envió a los cardenales Roger Etchegaray y Pío Laghi a reunirse con Hussein y Bush (hijo), respectivamente. Compungido, el cardenal Laghi declaraba después de su reunión con Bush que podría haberse arrodillado para implorar por la paz.
La guerra “preventiva” contra Iraq iniciaría en marzo de 2003. Y pese a la captura de Saddam Hussein ese diciembre, la aparición y desaparición de distintos actores involucrados durante esos años, la violencia en las calles se sucedería por meses y meses, y algunos consideran que esta guerra ni siquiera puede darse por acabada.
Juan Pablo II no logró evitar la Guerra del Golfo. Pero fue firme en su apuesta al diálogo con todos, incluso aquellos que estaban entre las antípodas. En 2003, su apuesta a la diplomacia le mantuvo los canales abiertos con Hussein, con quien el Papa buscó el diálogo hasta el final, pese a que en esa ocasión tampoco logró evitar el conflicto. Sin embargo, Juan Pablo II nunca claudicó en sus esfuerzos por la paz y en el diálogo como camino para obtenerla.