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Teresa Carreño: 101 años de su desaparición física y sigue maravillando a los públicos

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Photo by Tadas Mikuckis on Unsplash

Macky Arenas - publicado el 22/12/18

Con apenas 9 años de edad, dio su primer concierto en el teatro Irving Hall de Nueva York y tocó en la Casa Blanca para el presidente Abraham Lincoln

Un 22 de diciembre de 1853, nació en Caracas Teresa Carreño, la concertista y compositora venezolana de fama mundial considerada como la más grande pianista de su época. Hoy Google le dedica su doodle y el Teatro más hermoso y moderno de América, construido durante , el gobierno de Luis Herrera Campíns -1979/1984 – lleva su nombre en la capital de Venezuela y ha servido de sede al Sistema Nacional de Orquesta Infantiles y Juveniles que tantos emprendimientos musicales ha inspirado a lo largo y ancho de América y el mundo.

A los 8 años de edad se presentó públicamente en Caracas, ofreciendo un recital que incluía una polca de su inspiración que maravilló al público presente. Era completamente inusual que una mujer de su época se dedicara a esa profesión, pero ella ha  sido denominada por muchos expertos como la pianista más prolífica de América Latina durante los siglos XIX y XX, y una de las pianistas y compositoras más importantes del mundo.

Fue una gran dama caraqueña María Teresa Gertrudis de Jesús Carreño García de Sena. Murió  hace hoy 101 años en Nueva York, el 12 de junio de 1917.  Era sobrina nieta del gran maestro de El Libertador, don Simón (Carreño) Rodríguez e hija del notable músico y Maestro de Capilla de la catedral de Caracas, don Manuel Antonio Carreño Muñoz y de doña Clorinda García de Sena y Toro, parienta de los músico-militares de ese mismo apellido.

La bautizaron Teresa pues su madre era prima de María Teresa Rodríguez del Toro y Alaiza, esposa del Libertador Simón Bolívar. En su honor, recibió ese nombre.

Esta niña prodigio del piano, fue insigne alumna de  las enseñanza de su padre don Manuel Carreño –autor del reconocido “Manual de urbanidad y buenas maneras”-, quien escribió unos 500 patrones prácticos para piano. Los padres deciden residenciarse en Estados Unidos con el fin de que Teresa desarrolle sus virtudes musicales al lado de maestros  tales como el pianista norteamericano Louis Moreau Gottchalk, quien al escucharla quedó estupefacto. En todas sus presentaciones, la aprovechada alumna cosecha grandes éxitos, incluida una invitación muy especial que le extendió el presidente  Abraham Lincoln, en 1863, para tocar en la Casa Blanca ante familiares y amigos. Teresa, sencillamente,  los hipnotizó. Como anécdota del escritor Kenneth Bernard,  la niña se dio cuenta de que el piano del recinto presidencial estaba desafinado y declaró que no tocaría más. Como respuesta, Lincoln le dio unas palmadas en el hombro y le pidió que tocara una de sus canciones favoritas, “The Mocking Bird”,  a lo cual, educadamente, la pequeña virtuosa Teresa accedió.

Posteriormente pasan a Europa, a Londres y luego a París donde conoció al compositor Giácomo Rossini y al excelso pianista Franz Liszt quien, deslumbrado, expresó: “Pequeña, Dios te ha dado el mayor de los dones, el de genio. Trabaja, desarrolla tu talento, mantente fiel a ti misma, y llegarás a ser una de nosotros”.

Las triunfales presentaciones prosiguen en todas partes. Siguen a España. Vuelven a  Inglaterra y  toca ante la Princesa de Gales, conoce a Arthur Rubinstein, también a los directores Maurice Strakosch y Mapleson.  De regreso en Nueva York,  se presenta en la sala “Steinway”, con singular éxito acompañada del violinista Emile Sauret, con quien contrae su primer matrimonio, a los 20 años. A pesar del fracaso como pareja tiene con él a su primera hija, Emilia.

Como suele ocurrir, los espíritus del arte parecen vivir en otra dimensión, como imbuidos en un mundo muy particular y absorbente, lo que conduce a una vida sentimental inestable y, a veces, hasta azarosa. Su vida marital lo fue. Retorna a Venezuela en 1885  e intenta organizar una temporada operática pero la conservadora sociedad caraqueña de la época la rechaza por su historia fallida historia sentimental. Se cumplió aquello de que nadie es profeta en su tierra. Pero en otras latitudes la admiraban y valoraban por su sorprendente talento.

Aún así, su amor por Venezuela jamás la abandonó. En sus 34 años de agitada vida, solo 10 transcurrieron en su país natal. Sin embargo, conservó hasta el final de la vida su identidad venezolana. También fue venezolana en sus costumbres y gustos domésticos, en muchos rasgos de su temperamento y aún en ciertos toques de su inspiración como compositora, en los que se advierten claras reminiscencias del merengue característico de su patria.

Vuelve a Europa, esta vez a desarrollar carrera como solista en la prestigiosa Orquesta Filarmónica de Berlín. Conoce  al pianista Eugene D´Albert y se casa con él en 1892…solo por 3 años. Su cuarto matrimonio ocurre a principios del siglo XX y el esposo será quien había sido su cuñado, Arturo Tagliapetra. De este matrimonio Teresa da a luz a 3 hijos: Lulú (1878), Teresita (1882) y Giovanni (1885), a quienes Teresa dedicó buena parte de su vida y cuya crianza alternó con sus giras y conciertos por Estados Unidos y Canadá.

Pronto estalla la Primera Guerra Mundial, lo que refrena su vida artística. También su salud comenzaba a declinar. No obstante, emprende su última gira por España, Cuba y Estados Unidos –donde no pudo llegar a completar los 30 conciertos.

En 1917, luego de un exitoso concierto con la Filarmónica de La Habana, sufre serios quebrantos de salud por lo que su médico le aconseja que cancele su compromiso artístico y retorne a Nueva York. Allí le diagnostican parálisis parcial del nervio óptico, que amenaza con extenderse al cerebro. Le prescriben un reposo absoluto y una dieta. Pero no hubo nada qué hacer. Fallece en su apartamento de la Residencia Della Robbia, en el 740 de la West End Avenue, en Manhattan, donde en 2003 se develó una placa conmemorativa en su nombre.

Sus piezas más reconocidas son el “Himno a Bolívar”, su vals “Teresita” a su hija querida, y “Marcha fúnebre” dedicada a su madre, fallecida en 1866  en medio de  una epidemia de cólera.

Dejó de existir en Nueva York, fue cremada y sus cenizas llegan a Caracas en 1938, antes de producirse la Segunda Guerra Mundial. Desde diciembre de 1977 sus restos fueron inhumados  y hoy reposan con honores en el Panteón Nacional, junto a los héroes y grandes de Venezuela. Sin lugar a dudas, en su  tiempo eclipsó allá donde se sentaba y ponía sus manos sobre el teclado, siendo considerada, en justicia, la más brillante pianista del mundo.

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