Homilia hoy en Casa Santa MartaEl Señor nos consuela con la ternura, como hacen las mamás que acarician a su hijo cuando llora. Lo subrayó el papa Francisco esta mañana en la misa en la Casa Santa Marta, exhortando a dejarse consolar por Dios y a no oponer resistencia.
No oponer resistencia al consuelo
La Primera Lectura del Libro del profeta Isaías (Is 40,1-11), de hecho, es precisamente una invitación a la consolación: “¡Consuelen, consuelen a mi Pueblo, dice su Dios!”, porque “su culpa está paga”. Se trata, por lo tanto, de la “consolación de la salvación” subraya el Papa, de la buena noticia que “hemos sido salvados”. Cristo Resucitado, en esos cuarenta días, con sus discípulos hace precisamente esto: consolar. Pero “nosotros no queremos arriesgar” y “oponemos resistencia al consuelo” como si “estuviéramos más seguros en las aguas turbulentas de los problemas”: “apostamos por la desolación, los problemas, la derrota” mientras el Señor trabaja con mucha fuerza encontrando resistencia. Se ve también con los discípulos la mañana de la Pascua: “pero yo quiero tocar y asegurarme bien”. Esto es porque se tiene miedo de otra derrota.
La ternura: una palabra que el mundo de hoy borra del diccionario
“Estamos apegados a este pesimismo espiritual”, dice el Papa. Francisco recuerda cuando en las audiencias públicas algunos papás le acercan a los niños para que los bendiga y “algunos niños – dice – me ven y gritan, empiezan a llorar, porque, al verlo vestido de blanco, piensan en el doctor y las enfermeras, que les ponen inyecciones para las vacunas y piensan: “¡No, otra no!” Nosotros somos un poco así pero el Señor dice: “Consuelen, consuelen a mi Pueblo”.
Y ¿cómo consuela, el Señor? Con la ternura. Es un lenguaje que no conocen los profetas de la fatalidad: la ternura. Es una palabra borrada por todos los vicios que nos alejan del Señor: vicios clericales, vicios de los cristianos que no quieren moverse, tibios… La ternura da miedo. “¡Aquí está su Dios! (…) el premio de su victoria lo acompaña y su recompensa lo precede”: así termina el pasaje de Isaías. “Como un pastor, él apacienta su rebaño, lo reúne con su brazo; lleva sobre su pecho a los corderos y guía con cuidado a las que han dado a luz”. Esta es la manera de consolar del Señor: con la ternura. La ternura consuela. Las mamás, cuando el niño llora, lo acarician y lo tranquilizan con la ternura: una palabra que el mundo de hoy, de hecho, borra del diccionario. Ternura.
El consuelo en el momento del martirio
El Señor invita a dejarse consolar por Él y esto ayuda también en la preparación para la Navidad. Y hoy, en la oración colecta – recuerda el Papa – hemos pedido la gracia de una exultación sincera, de esa alegría simple pero sincera:
Y, más aún, yo diría que el estado habitual del cristiano debe ser el consuelo. Incluso en los peores momentos: los mártires entraban en el Coliseo cantando; los mártires de hoy – pienso en los buenos trabajadores coptos en la playa de Libia, degollados – morían diciendo “¡Jesús, Jesús!”: hay un consuelo, dentro; un gozo también en el momento del martirio. El estado habitual del crisitano debe ser el consuelo, que no es lo mismo que el optimismo, no: el optimismo es otra cosa. Pero el consuelo, esa base positiva… Se habla de personas luminosas, positivas: la positividad, la luminosidad del cristiano es el consuelo.
El Señor llama a la puerta con las caricias: no nos resistamos a la paz
En los momentos en que se sufre, no se siente el consuelo pero un cristiano no puede perder la paz “porque es un don del Señor” que la ofrece a todos, incluso en los peores momentos. La invitación del Papa es, por lo tanto, la de pedirle al Señor en esta semana de preparación para Navidad no tener miedo y dejarnos consolar por Él, haciendo referencia también al Evangelio de hoy (Mt 18,12-14):
Que yo también me prepare para Navidad al menos con la paz: la paz del corazón, la paz de tu presencia, la paz que dan tus caricias”. “Pero he sido pecador…” – sí, pero ¿qué dice el Evangelio de hoy? Que el Señor que consuela como el pastor, si pierde a uno de los suyos va a buscarlo, como ese hombre que tenía cien ovejas y una de ellas se perdió: va a buscarla. Así hace el Señor con cada uno de nosotros. Yo no quiero la paz, yo me resisto a la paz, yo me resisto al consuelo… pero Él está a la puerta. Él toca para que abramos el corazón para dejarnos consolar y para dejarnos en paz. Y lo hace con suavidad: toca con las caricias.