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El poder oculto del bien

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 25/11/18
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Los actos que cambian el mundo no se publican en Instagram

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Hoy miro a Jesús que es Rey y lo adoro, y me conmueve ese poder que viene a salvarme: “El Señor reina, vestido de majestad”.

 Jesús reina, pero no como quiere el mundo, no como quiero yo: “¿Qué has hecho? Respondió Jesús: – Mi Reino no es de este mundo”.

¿Qué has hecho? Le pregunta Pilatos. Se pregunta quizás lo que ha podido hacer para que lo quieran matar. O quiere ver señales inequívocas de su poder: “Aquel día Pilato y Herodes se hicieron amigos”. Lc 23, 12.

Los dos quieren saber cómo es el reino de Jesús. Por un lado, temen perder su poder. Por otro, se sienten seguros.

Ante Jesús indefenso se sienten superiores. Jesús está en sus manos. No puede defenderse. No tiene ejército. ¿Hará algún milagro?

¿Qué ha hecho realmente Jesús para que deseen su muerte? Parece que su reino no es de este mundo. ¿Hay otro mundo?

Si el reino que sueño no es de este mundo, ¿qué me queda? El mundo es atractivo. Tengo la tentación de buscar a Jesús en el reino de este mundo. En lo visible. En lo que es digno de alabanza. En lo que se manifiesta como victorioso. Un reino poderoso y visible.

El reino de Jesús crece en lo oculto, como la semilla que muere bajo la tierra para dar fruto. No puedo ver cómo crece. No soy capaz de distinguir su fuerza.

Un reino que no es de este mundo no sirve para este mundo. Y yo quiero reinar aquí y ahora. La eternidad está lejos, en otro mundo que no conozco. Y el mundo que conozco y amo es el de aquí.

El reino de Jesús no me parece como el reino que yo espero. Yo, tal vez como Pilatos y Herodes, espero un reino de este mundo. Quizás también como los apóstoles que querían sentarse en los primeros puestos.

Jesús me viene a decir que nace en mi corazón. En lo oculto de mi vida. No en aquellos actos míos grandilocuentes, llenos de belleza. No allí donde los demás aplauden a rabiar al ver mis éxitos. No, ahí no reina Jesús.

Más bien reina en el silencio de mis gestos de amor. En mis actos ocultos de renuncia que nadie valora, porque no los conoce. En medio del dolor de mis fracasos. Allí reina.

Cuando consigo que reine en mí dejo de lado a los reyes de este mundo. Dejo de buscar el reconocimiento y el poder.

Es el suyo un reino del amor que crece en la noche. En la paz de la oscuridad. Oculto a los ojos curiosos.

A veces tiendo a pensar que en lo oculto sólo sucede el pecado y la infidelidad. Creo que la mentira busca lugares oscuros para crecer.

Pero no me fijo en el poder invisible y oculto del bien. Que no es noticia. El director de la película Francisco: el padre Jorge, el argentino Beda Docampo Feijóo, comentaba: “Yo no encontré lados oscuros en Bergoglio y eso fue lo que me sorprendió”.

Corro el peligro de pensar que todos tienen un lado oscuro. Una sombra. Un pecado inconfesable. Una vida oculta digna de repudio. Se me olvida mirar más hondo.

Hay personas que tienen un lado oculto, pero no oscuro, más bien lleno de luz. Sigo creyendo que los actos que cambian el mundo son los que no se ven. No se publican en Instagram. No salen en las noticias.

Son renuncias realizadas por amor. Actos ocultos, silenciosos, callados, que cambian la realidad. Jesús reina en esos corazones capaces de un amor más grande, más sublime, más puro. No todo lo oculto es malo. No siempre el bien se expone.

¿Qué has hecho?, pregunta Pilatos porque no ve nada malo en Él. ¿Dónde estará su pecado, su lado oscuro? No parece vanidoso. No tiene rabia en el corazón. No arde en Él un rencor lleno de odio. ¿Qué ha hecho entonces?

Dirán después que pasó haciendo el bien. Y recogieron algunos de esos actos que fueron visibles. ¡Cuántos actos ocultos haría Jesús! ¡Cuánta luz sembraría con sus actos silenciosos!

Me gusta su lado oculto. Me gustaría a mí ser así. Proclamo siempre el bien que hago. Dejo que se vea, que se sepa. Me gusta que los demás lleven cuenta del bien que obro.

Decía el papa Francisco: “Para ser de Jesús, no basta con no hacer nada malo, hay que hacer el bien”.

Muchas personas al confesarse afirman que no hacen nada malo. Y seguramente es cierto. No matan, no roban, no hieren. Pero tampoco hacen el bien. Me pregunto si yo caigo en lo mismo.

No hago el mal. O al menos no tanto mal como podría. Pero dejo de hacer el bien. No renuncio, no me sacrifico, no amo desde mi pobreza.

Quiero aprender a pasar haciendo el bien. Eso es lo que quiero hacer. Para eso tengo que encontrarme con Jesús en lo oculto de mi corazón y dejar que Él reine en mí.

Los pastorcillos de Fátima se encontraron con Jesús oculto en el Sagrario”. Un Jesús silencioso que cambió sus vidas.

Así quiero yo que Jesús reine oculto en mi alma. Que mi corazón sea su sagrario desde el que vaya cambiándome.

El reino comienza en mí cuando digo que sí y me abro a su poder. Cuando renuncio a mi ego y dejo que Jesús esté en el centro.

Él es el que ha de tener poder sobre mí. Él es el sol, yo reflejo su luz. Y me ayuda a optar por el bien. A hacer de mí un instrumento de su amor, de su misericordia.

El poder de lo oculto me impresiona. El poder del silencio se impone a los gritos de odio. El poder de una vida derramada sin que nadie aprecie su valor. El poder de la oración oculta tantas veces despreciada.

El poder de los fracasos que me educan más que los éxitos. El poder del sí que pronuncio como María en el sagrario de mi corazón. Y vuelvo a empezar a dar la vida.

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