La pregunta surgió en mi mente tras la lectura de dos obras que evocaban dos vidas entregadas plena e intensamenteEl primer libro, titulado La liberté souffre violence [La libertad sufre violencia], es una autobiografía de Élisabeth de Miribel. El segundo, escrito por Christophe Carichon, se titula Agnès de Nanteuil, une vie offerte [Agnès de Nanteuil, una vida entregada].
Dos mujeres comprometidas en la Resistencia en 1944, una preparando desde Inglaterra el gran movimiento de liberación de París y la otra ocultando a aviadores estadounidenses en la Bretaña.
Una saboreó la alegría del país liberado, gravemente consciente de que esta victoria no se obtenía sin pagar un pesado tributo.
La otra no conoció nunca este día glorioso. En un último aliento de esperanza, había muerto unos meses antes en tierras de la comuna de Paray-le-Monial, víctima de balas alemanas.
Dos jóvenes mujeres que se implicaron radicalmente en su vida, sin duda, sin dilación, sin contención y sin mirar atrás, poniéndose al servicio de sus ideales de paz y de libertad. Hoy me pregunto, ¿y yo qué? ¿Por qué causa daría yo mi vida?
¿Tiene que llegar una guerra nueva para que yo distinga clara y distintamente los lados del bien y del mal, en cuyo caso me colocaría rápidamente en el “buen lado”?
Los lugares de batalla del bien contra el mal a veces me parecen más sutiles y menos evidentes que en tiempos de grandes conflictos.
Pero con la lectura de estas dos biografías, comprendí una de mis dificultades de interpretación. Antes de dar su vida por una causa o un ideal, Élisabeth y Agnès ya habían ofrecido su vida a Cristo, es por Él por quien sentían primero ese apego y esa adhesión.
Por tanto, fue primero en nombre de este Amor entregado y derramado abundantemente por el Señor en la cruz que Élisabeth y Agnès dieron su vida, de una vez por todas, para liberar a sus contemporáneos.
Y este es el consejo que he extraído de ellas: antes de saber por qué darías la vida, ¡decide por quién darías la vida!
A mi entender, sabrás dónde y cómo implicarte plenamente si observas primero al Señor e intentas imitarlo.
Porque ahí reconocerás Su grito, “tengo sed”, ahí contemplarás Su Rostro, ahí querrás proclamar Su Verdad, ahí Su Pobreza te agarrará de las entrañas, ahí te colmará Su alegría, ahí sabrás entregarte.
Creo que, probablemente, necesitaremos más tiempo que Élisabeth y Agnès para discernir los lugares de Su llamado.
Necesitaremos admitir también que no todos estamos llamados a sacrificar nuestra vida como mártires (¡aunque hay muchos en el mundo!) ni a derramar nuestra sangre de una vez por todas por amor a Cristo y al mundo, sino, como dijo el padre María Eugenio del Niño Jesús: “derramándola gota a gota, consumiendo poco a poco nuestras fuerzas físicas e intelectuales y cayendo finalmente en la lucha como buen capitán del ejército de Cristo”.
Gota a gota quiere decir en cada decisión, en cada momento que nos reafirmamos en Cristo. En cada acto, en cada servicio, por humildes y repetitivos que sean, siempre que se vivan en el Amor y al servicio de la Vida y de la Verdad.