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Geneviève Laurencin: “Siempre hay un fondo de espiritualidad en el niño”

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Mathilde De Robien - publicado el 27/10/18
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¿Cómo se transmite la fe? ¿Qué actitud se puede adoptar con unos hijos alejados de la religión? ¿Hay que obligar a los niños a ir a misa? Aleteia ha abordado estas cuestiones con Geneviève Laurencin, autora de ‘Catéchèses d’une grand-mère’, que recopila reflexiones accesibles, diálogos, palabras del Evangelio, textos de maestros espirituales y oraciones personales“En el niño siempre hay un fondo de espiritualidad”. Con esta firme convicción Geneviève Laurencin, casada, madre de dos hijos y abuela de cinco nietos, catequista y autora de Catéchèses d’une grand-mère [Catequesis de una abuela, ed. Salvator], aspira a transmitir la fe que anima a los niños de su entorno. Tanto en la vida real como en su libro, es algo que hace con suma delicadeza. Entrevista.

Aleteia: Como abuela y catequista, percibimos, tras la lectura de su libro, que a usted le encanta transmitir la fe a los niños. ¿Cómo lo hace?

Geneviève Laurencin: No sé si transmito mi fe. No sé si la fe puede transmitirse. Dios solo actúa. Pero lo que sí sé es que me encanta hablar, vivir a Dios con los niños. Para mí, los momentos con niños son momentos privilegiados. Me encanta estar con ellos, me encanta escucharles. Me conquistan su fascinación, su creatividad, su entusiasmo contagioso, su forma espontánea de entender el mundo, de escudriñar lo invisible, de rozar el sentido oculto de las cosas, su manera de cuestionar este mundo con gran gravedad, profundidad, inquietud también, quizás. Me encanta estar ahí cuando hacen preguntas. Unas preguntas que pueden surgir en cualquier momento o lugar, ¡a menudo cuando menos lo esperas! Así se me aparece esta misión de responder a su hambre de espiritualidad sembrada en sus corazones. Trato de responderles con lo que soy, con lo que desearía haber llegado a ser: un testimonio de la Palabra que me alimenta y en la que creo, con esa hambre nunca saciada de tener a Jesús como guía.

Usted dice que sus nietos y usted misma se evangelizan mutuamente. ¿Cómo le evangelizan a usted sus nietos? 

En el niño siempre hay un fondo de espiritualidad Es lo que les motiva a plantear preguntas sobre aquello que les supera, sobre lo que no comprenden. Ellos sienten que hay otra cosa, algo indefinido, por ejemplo, cuando contemplan el cielo, algo invisible, cuando sienten el viento. Todas sus preguntas me llevan a profundizar en mi propia fe. Sus comentarios, aunque anodinos, me hacen avanzar. Gracias a los niños le tengo cada vez más gusto a la oración, vivo mejor la humildad, cultivo mi mirada de niña. ¡Qué bueno es sentirse pequeño y capaz de Dios! Porque lo que es imperfecto, ¿no es también lo que nos ha dado el Señor?

¿Qué diría usted a los abuelos de nietos que no comparten o que dejaron de compartir su fe? En esta situación, ¿cómo se transmite?

En mi opinión, es extremadamente importante respetar la actitud de los padres, su indiferencia o incluso su hostilidad en relación a la religión. Porque los padres son los primeros maestros. Esto exige distancia y discreción. ¡Pero tampoco se trata de callarse! Siempre podemos transmitir la capacidad de maravillarnos ante la belleza de la naturaleza. Podemos dar valor al silencio como algo bueno.  El silencio es la puerta de entrada a la vida interior. Podemos inculcarles la atención al prójimo, el respeto, enseñarles a recibir. Así, preparamos un terreno propicio para que, quizás algún día, germine la Palabra de Dios. Si te plantean preguntas, con motivo de una visita a una iglesia, por ejemplo, puedes aprovechar para responderles: “Yo creo en esto, pero admito que otras personas pueden pensar diferente”.

En su libro, uno de los nietos dice de su abuela: “Ella nunca nos obliga”. Efectivamente, la posición de los abuelos hace posible esta levedad y esta distancia. Pero, ¿tendría usted la misma actitud como madre? ¿Obligaría a su hijo o a su hija a ir a misa, por ejemplo?

Es una cuestión delicada. Creo que, como madre, primero trataría de comprender el motivo de su negativa a ir a misa. Si realmente no quisiera ir a misa, entonces creo que le obligaría. ¡Pero no debería ser así siempre! Sin duda habría algo que desenterrar para encontrar el origen de esta ruptura. Y me preguntaría: ¿qué ha pasado últimamente? ¿Está mi fe igual de viva? ¿He hecho algo que pudiera haberla dañado? Le digo que siga el camino de Jesús, pero ¿lo estoy siguiendo yo?

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