Parecía todo tan fácil así sobre el papel… Dejarlo todo, seguir sus pasos, dárselo todo a los pobresNo siempre es tan fácil obedecer lo que Dios me pide. Primero hay que tenerlo claro. Luego hay que actuar.
Sé que el que obedece no se equivoca. Es cierto, cuando hago lo que me piden, hago lo correcto. Yo no me equivoco, puede equivocarse el que me manda pero no yo.
Jesús le pidió algo al llamado joven rico porque él quería una respuesta, quería saber qué camino seguir.
“Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: – Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme”.
Me conmueve la mirada de Jesús. Lo mira con cariño. Lo mira con ternura. Lo ama. Tal vez hoy mira a este joven con esperanza.
Ve en él mucha pureza de intención. Ve un corazón grande y generoso. Ve una vida joven que quiere entregarse por entero. Confía en él, en su sí.
Y le abre entonces todo un mundo nuevo. Amplía su horizonte. Le habla no de recetas, sino de una vida de confianza en el amor de Dios.
Parecía todo tan fácil así sobre el papel… Dejarlo todo, seguir sus pasos, dárselo todo a los pobres. El joven sabe que si le obedece no se equivoca. ¿Cómo puede dudar? Parece sencillo.
Pero tiene miedo. Jesús no se limita a pedirle que cumpla, porque ya cumplía. Es un joven que conoce la ley. Sabe los mandamientos. Los cumple. No hay engaño en su vida. Es totalmente trasparente.
Me gusta su forma de mirar. Ya cumple con lo que pide la ley. Ya hace lo que Dios quiere. ¿Por qué es necesario algo más?
En ese momento descubre que seguir a Jesús es más peligroso, tiene más riesgos. Intuye que le falta algo. Pero no se arriesga.
Necesita vivir de otra manera para ser feliz. Para que su vida sea plena. Para encontrarle sentido a su entrega. Pero tiene miedo.
El joven rico quiere cambiar, pero no sabe bien cómo. Cumple con la ley. Pero algo le falta. Lo que le propone Jesús excede la norma y excede su valor. Va más allá de lo exigible. Habla de una generosidad que no se puede pedir. O se tiene o no se tiene.
Jesús se arriesga a abrirle un horizonte amplio. El horizonte del seguimiento. Le propone entregar su vida. Lo llama. Lo invita.
Pero él se turba y se aleja: “A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico”.
El evangelista añade que era muy rico. Joven y rico. Y quizás ahí estuvo su miedo, su duda. No era capaz de un sí tan amplio. Demasiado generoso.
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