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¿Alguna vez se ha planteado, como padre, si realmente merece la pena llevar a su hijo pequeño a misa? Es una duda bastante común, y tengo que admitir que yo también la tuve. Intento alejar ese pensamiento de mi mente, pero cuando vuelve de una forma tan intensa, recuerdo una anécdota que nos pasó hace unos años.
Nuestro hijo mayor acababa de cumplir tres años, pero ya era bastante competente con algunas tareas del hogar, y quería enseñarle a hacer la cama.
Seguramente se preguntará qué tiene esto que ver con el sermón de los domingos. Siga leyendo y no volverá a tener dudas sobre si llevar a sus hijos a misa, a pesar de los inconvenientes.
Frankie y la almohada
“Frank, por favor, coloca la almohada en la cama mientras termino de hacer la cena”, le dije.
“Pero no puedo hacerlo”, me respondió.
“Cariño, claro que puedes. Ya lo has hecho un montón de veces, ¿no te acuerdas?”, le contesté sonriendo y salí del dormitorio, pero seguí observándole.
Frank se quedó junto a la cama durante unos segundos sintiéndose incapaz. Después, para mi decepción momentánea, se subió a la cama sin la almohada. ¿Qué estaba haciendo? Sobre nuestra cama había una cruz y una imagen de la Madre de Dios, y Frank en seguida empezó a hablar.
“Jesús, por favor, ayúdame a poner la almohada en la cama. No puedo hacerlo solo.”
Y se quedó esperando, así, mirando la cruz y aguardando que ocurriese algo. Me hubiera encantado ver mi cara en ese momento. Entré en la habitación despacio.
“Frankie, ¿qué haces?”, le pregunté.
“Mamá, no puedo poner la almohada yo solo, así que le he pedido a Jesús que me ayude”, me respondió mirando la cruz.
“¿Y?”, le pregunté un poco nerviosa, pensando en que iba a tener que explicarle unos conceptos bastante difíciles a un niño de tres años con un lenguaje sencillo, y ya estaba dándole vueltas a cómo hacerlo.
“No se ha bajado de la cruz para ayudarme”, me dijo decepcionado y triste.
Jesús me ha dado la fuerza
Solo se me ocurrió reaccionar de una manera: le abracé y suspiré, pensando en una posible respuesta, pero por suerte mi marido entró en la habitación y le dijo con entusiasmo: “Frank, a Jesús no le ha hecho falta bajar de la cruz”.
“¿Nooo?”, dijo sorprendido, alargando la sílaba.
“Te ha dado la fuerza que necesitas para que puedas hacerlo tú solo. Inténtalo ahora.”
Frank se puso manos a la obra y, en un momento, la almohada estaba en su sitio. Orgulloso de sí mismo, feliz y con ojos llenos de alegría empezó a saltar en la cama.
“Ya sabes que cuando recibes algo, hay que darle las gracias a Jesús”, le dijo su padre. Frank contestó en seguida: “Gracias, Jesús, porque ahora soy fuerte”, mientras presumía de manos.
“Frank…”. Yo quería saber el origen de una fe tan precoz. “Frank, ¿por qué le pediste ayuda a Jesús?”
Lo que un niño de tres años escucha en misa
Frank ya no estaba interesado en la conversación y empezó a medir su fuerza agarrando el edredón, pero dijo casi sin pensar: “Fue lo que dijo el cura en la misa”.
Mi marido y yo nos miramos y nos acordamos de la última parte del sermón de la noche anterior: “Si no sabemos cómo hacer algo, o hay algo que no nos sale bien, digámosle a Jesús: ‘Señor, no puedo hacerlo solo, ayúdame’, y él te ayudará”.
El pequeño de tres años confió y simplemente hizo lo que se le había aconsejado durante la misa.
Los niños pequeños escuchan, recuerdan y entienden más de lo que pensamos, incluso los asuntos de fe y espiritualidad cuando los llevamos a la iglesia.
A veces siento que los niños son los que me enseñan la fe: una fe simple, fiel y basada en la confianza. Como padres, esto es algo importante que podemos hacer: darles la oportunidad de escuchar la palabra de Dios.