La comida rápida ya es artículo de lujo en la nación sudamericana, donde se paga con tarjeta de débito o crédito. En este marco, ocurren miles de historias curiosas, muchas veces aderezadas con el maravilloso buen humor venezolano
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“Fui a comprar un perro caliente. El pana me pidió los datos de mi tarjeta, los anotó en un papel y me dijo: ‘Bueno, ya vengo. Voy a pasar la tarjeta’. Se montó en la moto ¡Y SE FUE! Quedé en el puesto de perros solo, esperando como 5 minutos a que volviera. Sólo en Venezuela”.
“¡Qué increíble, imagínenme a mí frente al carro de perros tipo: ‘¡Guao, y ahora?”. Estaba maquinando cómo llevarme el carrito de perro por toda la calle por si no regresaba con mi tarjeta. Pero aquí estoy en mi casita comiendo…”.
“Aclaro que todo pasó como en 10 segundos y fue tan extraño que cuando se montó en la moto, ni lo procesé hasta que iba como a una cuadra. Pero el carajo se veía super panita y me trajo el tique de pago; además, ya revisé el banco y todo bien, ¡todo fino!”.
No es ficción. El micro-relato que culmina con final feliz es real. Y el episodio que arrancó más de 2300 retuits, 3500 likes y cientos de comentarios en Twitter, llevó a muchos a identificarse con la historia.
“Vincent”, o: Vicente, como en realidad se llama la persona detrás del usuario @marzzep conversó con Aleteia acerca de lo ocurrido. “En efecto sí me ocurrió, jajaja. Vivo en Rubio, estado Táchira. Normalmente hago trabajos por internet desde mi casa aunque sí, por ahora no tengo trabajo”.
Dice que nunca le había ocurrido“algo así exactamente, pero sí el caso de que compras en una tienda y tienes que caminar hasta una cuadra para llegar a otra que es en donde pagas con la tarjeta de crédito o débito”.
En efecto, es común en Venezuela pagar con plástico, porque el dinero en efectivo se convirtió en mercancía que puede llegar a costar hasta 6 veces más su valor nominal.
Dado que no es fácil ni rápido obtener los permisos y desembolsar el dinero necesario para obtener los puntos de pago electrónicos para realizar los cobros hasta de artículos económicos, muchos comerciantes apelan al alquiler de estos puntos que habitualmente están ubicados muy cerca.
“Pero se puede imaginar cómo me sorprendió ver al muchacho montarse en la moto con mi tarjeta, jajaja”, prosigue Vicente con al comentar con buen humor el hecho, no sin antes dejar claro que igual se comió su perro caliente.
¿Tenía dinero como para temer que se tratara de un robo? “Pues, la verdad es que sí tenía dinero como para preocuparme, pero no vi tampoco mala intención de parte del vendedor. Además, no tendría sentido que me dejara el carro de perro ahí solo, si es que me quería robar”.
Y a la novela le surgieron nuevos capítulos a lo largo de comentarios e hilos que se fueron construyendo con las reacciones de otros usuarios:
“A mí me pasó al revés: compré unos plátanos y unas frutas a un frutero que no conozco. Me entregó todo y me dio un papelito con su número de cuenta para que le hiciera la transferencia. Me impresionó que confiara tanto en una desconocida. ¡Por supuesto, le pagué todo!”.
Tal vez Vicente tiene razón cuando afirma que estas cosas “¡sólo pasan en Venezuela!”, un país donde la tragedia se digiere con paciencia, fortaleza y a veces un buen humor más típico de América Latina que de Europa.
Y es que la alegría y el sabor tan propio del latino y el venezolano hace más suave la carga de una crisis sin precedente que ya mantiene los ojos del planeta en la alguna vez rica nación sudamericana.
“Ayer me lancé a comerme un perro caliente, ¡más callejero imposible! Me atendió un tipo de ojos claros. Cuando le di mi pedido, le subió volumen al radio que tenía, se puso guantes y empezó a bailar”…
“A ese perro caliente le faltaba cariño. Sin embargo, no me arrepiento de haber pagado por el espectáculo”.
Perro caliente, pepito, hot-dog, pancho, burrito,… todos, hijos de una misma familia: un pan con una salchicha, queso, salsas y algunos condimentos forman parte de la comida rápida que hasta hace poco eran accesibles a un grueso de la población, a precios “solidarios”.
Lastimosamente, en tiempos de revolución, el precio de este artículo de la gastronomía de pasillo también se convirtió en lujo. Pues la ingente crisis aderezada con escasez e hiperinflación ha disparado los precios de todo.
Los “perros” tan buscados para llevar a la playa, o como aperitivo en fiestas y reuniones resultan en la actualidad particularmente costosos. Aunque los vendedores de comida rápida los expenden en las calles, pero a precios “soberanos” que deben pagarse con tarjeta de débito o crédito. Por fortuna, ni el precio, ni las dificultades han logrado quitarle al venezolano ¡su alegría tan típica y característica!
¿En realidad pensó que el perrero le estaba robando su dinero? La respuesta que Vicente le dio a Aleteia recoge una profunda enseñanza con el sentir de muchos venezolanos:
“Jajaja, no. La verdad es que yo soy más de creer en la gente. Me sorprendió bastante que mi historia, la cual iba con interés humorístico y de cuento ‘entre amigos’ se convirtiera en un hilo de historias similares y hasta peores que pueden usarse para retratar el declive de muchas cosas, pero también de cómo hay gente dispuesta a progresar y trabajar sin importar las circunstancias. Ante eso yo creo que no hay que pedir nada: sólo esperar a que los aspectos positivos de toda nuestra gente tengan buenas consecuencias”.
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