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¿Qué es lo más importante para educar bien en Internet?

INTERNET
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Juan M. Otero - publicado el 02/10/18
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Probablemente, hoy en día el mayor desafío de cualquier educador es el de enseñar a hacer un buen uso de la tecnología. Junto con maravillosas posibilidades, las nuevas herramientas digitales son tan poderosas y atractivas que llevan consigo un sinfín de riesgos asociados al uso excesivo. Adicción, distracción permanente, postureo, aburrimiento, superficialidad, contenidos nocivos, ciberacoso…  la lista de peligros es larga, como cualquier persona algo crítica y no muy ingenua sabe.


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Creo que ante este desafío la principal actitud de una madre o un padre debe ser la de la reflexión. Frente a un reto como este, o uno ordena sus ideas y piensa estrategias de actuación astutas e inteligentes, o no tiene nada que hacer.

Curiosamente, muchos educadores caen una y otra vez en tres actitudes muy irreflexivas –por no decir, sencillamente, estúpidas-, lo que tiene consecuencias lamentables en el proceso educativo de sus hijos, que se van convirtiendo poco a poco en “maleducados digitales”. Veamos cuáles son esas tres actitudes irracionales de las que es preciso huir.

1. Negación del problema

Es la famosa actitud del avestruz, que ante los problemas serios prefiere esconder la cabeza debajo de la arena y esperar a que pase el peligro. Esta estrategia, en el mundo de los humanos, rara vez funciona. Negar un problema y mirar para otro sitio no parece una actitud educativa responsable.

Los problemas pueden camuflarse, pero al cabo del tiempo reaparecen, más enconados. Así, pretender que Internet es maravilloso y que sus riesgos son despreciables es de una tecno-ingenuidad difícilmente excusable.

Esta actitud suele ir acompañada de frases tan bienintencionadas como falsas: “Esto es una herramienta más, que habrá que aprender a usar”; “La gente también se puso muy nerviosa con la televisión y los videojuegos, y mira, aquí estamos”; etc.

A menudo, también se plasma en acusaciones de “exageración” y “tecnofobia” a los padres y madres que están preocupados por la deriva que el uso de la tecnología está experimentando en nuestra sociedad.

2. Lamentación comunitaria

Esta segunda actitud es un clásico en algunos entornos. Las madres y padres se juntan en grupos y se lamentan repitiendo las siguientes expresiones: “¡Qué difícil es educar!”; “¡Qué enganchada está mi hija!” o “¡En mala hora le compré un móvil a mi niño”.

Si bien la actitud del “llorón” es algo más responsable que la del avestruz, tampoco suele ayudar mucho. Puntualmente puede tener efectos balsámicos en los padres, como toda terapia de grupo –palmaditas en la espalda y todo eso-, pero si del lamento no se evoluciona hacia alguna medida concreta, estas quejas no sirven para nada, y solo reflejan debilidad por parte de los padres

A educar hay que venir llorado de casa: para ayudar a los hijos se necesitan madres y padres fuertes, con determinación.

3. Histerismo puntual

Tercera actitud irreflexiva, que se materializa en ataques educativos puntuales no sostenidos en el tiempo, del estilo de: “Dame ahora mismo tus contraseñas, que voy a revisar tus perfiles”; “He comprado u parking de móviles, ahora mientras cenamos nadie mirará su teléfono”; o “Acabo de cortar con unas tijeras el cable del wifi, ya estoy harto”.

La efectividad de estas medidas es prácticamente nula, ya que el padre o madre histérico no sostiene en el tiempo la decisión: nunca se vuelven a revisar los perfiles del hijo. El parking de móviles a los dos días cría polvo debajo de un sofá. El cable del wifi es reemplazado por otro y todo sigue igual.

El ataque histérico puede venir bien para presumir delante de los amigos –“Mira lo que hemos hecho en casa, a nosotros nadie nos torea”-, y para producir anécdotas que recordaremos dentro de unos años entre risas –“Acuérdate cuando papá se volvió loco y tiró tu móvil a la pecera”-, pero no son eficaces desde el punto de vista educativo.

Concluyo. Si quieres educar bien en Internet, lo primero es pararte a pensar.

  • ¿Qué te preocupa de la tecnología?
  • ¿Por qué te preocupa eso y no otra cosa?
  • ¿Qué preocupa a otros padres y madres?
  • ¿Qué puedes hacer?
  • ¿Cómo ayudar a esta hija o a este hijo?

No hay fórmulas perfectas: cada familia tiene unas preocupaciones y unos valores diferentes; cada hijo es distinto.

Lógicamente, habrá medidas educativas bastante generalizables, que pueden ayudar a todo el mundo. Pero las más importantes son las que pienses tú, dando vueltas a cómo puedes ayudar a tus hijos. Lee artículos. Guarda silencio. Reflexiona. Rumia, como las vacas. Habla con tu marido, con tu mujer, con tus hijos, con los profesores del colegio… Y, después de haber hecho todo eso, adopta un plan de acción. Flexible, pero concreto.

Quítate el disfraz de avestruz. Sal de las filas de los llorones y los histéricos.

Puedes hacerlo mucho mejor.

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