La edad de oro del amor puede ser sorprendentemente más viva e intima que nunca. Fue una celebración a la altura de las circunstancias por los 50 años de matrimonio de mis padres que en el festejo cruzaban miradas y señas inteligibles solo entre ellos, mientras departían con los invitados.
Unos días antes nos habían convocado en reunión a la gran familia, para explicarnos lo que que iban realmente a celebrar, como un testimonio y legado para adolescentes, jóvenes novios, recién casados y a quienes nos adentrábamos en la vida matrimonial.
—En realidad —nos dijeron—, son siete edades de oro en las que cada una de esas ellas, hizo posible acceder a la otra como su fruto.
Y tomados de la mano nos las explicaron en plural y primera persona.
Mis padres terminaron su charla viéndose a los ojos con una mirada de amor que solo dos veteranos cónyuges pueden dirigir a su trasparente intimidad en el decaer de sus circunstancias, de su entorno y de sus propios cuerpos.
Agradecidos, todos les dimos el más íntimo abrazo con humedad en los ojos.
Lo que fue su enseñanza vital, es que la edad de oro del amor entre esposos se manifiesta, sobre todo, cuando lenta o súbitamente se descompone todo vestido cíclico, cuando la fragilidad, la pérdida de posición o la enfermedad es tal, que bajo “otra mirada diferente” a la del amor, sería posible una cierta desesperanza.
Pero no es así, porque entre quienes se aman, aun en la más adentrada senilidad, sigue siendo posible una viva mirada surgida de su unión de amor, sorprendentemente más íntima y unida que nunca.
Por Orfa Astorga de Lira.
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