“A usted lo mandó Dios y su auto no arrancó porque Dios no quiso que arrancara”, le dijeron los migrantes al joven que los ayudó. Un increíble relato para el “like” y la reflexión
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Durante un foro organizado por la Fundación Konrad Adenauer y la Unión Europea se advirtió sobre los riesgos que enfrenta todo el continente suramericano si no logra lidiar con la diáspora venezolana. Brasil reconoce ser el país menos afectado, pero Colombia es el más: el canciller colombiano indicó que la magnitud de la migración venezolana no tiene comparación con otras registradas en el resto del mundo y han pedido crear un fondo para afrontar el éxodo.
Por su parte, el Grupo de Lima habla de estudiar la creación de una “mesa de donantes” que permita ayudar a los más de 2,3 millones de venezolanos que han salido del país. Mike Pompeo, secretario de Estado de Estados Unidos, declaró que en los próximos días se conocerán más medidas de presión contra el gobierno venezolano.
Mientras todo eso está sobre la mesa, los venezolanos siguen abandonando el país en una sangría que no se detiene. El drama humano destaca como telón de fondo, en una apelación a cambiar el foco e ir a las causas del desastre humanitario.
“El relato más duro y difícil que he escuchado en mi vida y me la ha cambiado por completo” –dice el joven conductor que llevó a tres venezolanos en su auto por 400 kilómetros-. Su relato consta en un video que él mismo quiso grabar. Y lo hizo entre sollozos que, al final, se convirtieron en franco llanto.
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“Hacían dedo” para ir a Quito. Venían de Colombia, caminaron durante 6 días, estaban sucios y demacrados. “Dudé de subirlos al coche y encontré la excusa perfecta: no arrancaba”. Se hallaban ante una subida bastante pendiente. Ellos se ofrecieron a hacer andar el coche y lo lograron. “Los subí, a pesar de las prevenciones que me habían hecho acerca de tomar venezolanos en la ruta”.
Venían tan cansados que dos de ellos se colocaron detrás y durmieron todo el trayecto. El que viajaba a mi lado comenzó a relatar su historia. Tenían esposa e hijos en Venezuela y decidieron salir a buscar trabajo. “El sueldo alcanza para comer un solo día al mes. Si no compramos productos para aseo y otras cosas esenciales, tal vez podamos comer dos días”. Sus familias pasan hambre y ellos debían hacer algo. Por eso emprendieron el largo y penoso viaje.
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En una alcabala se toparon con un conductor, joven, que venía de Bogotá. Misteriosamente, su auto no encendía. Estaba perfecto, pero no arrancaba. Nunca había tenido un desperfecto pero, repentinamente, no anduvo. Los tres jóvenes venezolanos, visiblemente cansados, le tocaron el vidrio para pedirle sitio en su automóvil, vía Quito.
“No me gusta levantar a la gente en la vía y me habían advertido sobre los venezolanos”, pero era la ruta que debía seguir y, puesto que lograron ponerlo en marcha, accedió a llevarlos. “No se cómo lograron empujar el auto por esa pendiente en ascenso, agotados como estaban, pero lo hicieron y el vehículo arrancó de la nada”.
El relato del pasajero que iba a su lado fue alucinante. Le contó las razones para haber salido de su patria, las penurias que pasaban, la preocupación por sus familias que habían dejado atrás, los riesgos experimentados por esos seis días a pie y la esperanza de encontrar trabajo en Ecuador. El conductor lo escuchaba con un nudo en la garganta que, al contarlo a terceros, se desató en un llanto ahogado y sincero.
“Literalmente, se están muriendo de hambre…había oído cosas así pero no les había hecho mucho caso, hasta que este chico me lo contó. Tenía 19 años, tapado en mugre, la cara partida por el sol, seis días caminando…”.
El día anterior pasaron un páramo en Colombia. Un camión se ofreció a llevarlos a ellos y a 19 venezolanos más. El chofer les dijo: “Yo los llevo pero, por favor, no caminen por ese páramo. Hace dos semanas encontraron a 18 venezolanos muertos, congelados”. No soportaron el frío y murieron. El camión transportaba bolsas de cemento. No tenía carrocería, era una plataforma. “Estos tres chicos –cuenta, con voz entrecortada, el joven que los llevaba en su carro – viajaron junto a otros 17 venezolanos sobre las bolsas de cemento, abrazados para no congelarse, durante seis horas, hasta que los dejaron en la frontera y ahí fue que yo los encontré -hace una pausa- perdonen que llore, pero desde que los dejé en Quito he llorado todo el camino, tan solo de imaginar lo que esa gente está pasando”.
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Confiesa que fue lo más duro y difícil que escuchó en toda su vida. “Uno lee cosas y oye relatos, pero tan crudo y de primera mano, jamás!”, agregó. “Mi viaje dio una vuelta de 360 grados a partir de que conocí a esa gente. Sin exagerar y sin ánimo egocéntrico digo que yo tenía que llegar a esa frontera para encontrar a esos chicos. No lo había pensado pero ellos me dijeron, al bajar del auto en Quito: “A usted lo mandó Dios y su auto no arrancó porque Dios no quiso que arrancara, para encontrarnos y que nos ayudara”. Él está convencido. Luego de ese episodio, al seguir su camino, paró varias veces y nunca volvió a tener problemas con el auto: “Se los juro por Dios –aseguró- jamás volvió a hacer una falla”.
Finalmente, y como el objetivo de su viaje a Colombia era la encomienda de llevar un libro de García Márquez, confesó, ahora sí entre sollozos: “Creo que yo no fui a Colombia para dejar ese libro. Fui porque tenía que encontrar a esos chicos! La forma en que me agradecieron por haberles ahorrado dos o tres días más caminando fue la experiencia más fuerte de toda mi vida. Al lado de lo que supe de ellos, lo que me ha pasado en la vida son puras tonteras. Tan solo por haberlos conocido y ayudado, ese viaje valió la pena. Solo por eso”.
Piensa que contar su experiencia ayudará a una mejor conciencia del mundo en que vivimos, a entender que la pobreza no está sólo en los documentales de televisión desde el Congo, sino que también está en nuestro continente y que en Venezuela la situación es mucho más dura de lo que la gente puede imaginar.
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Después de esta fuerte experiencia, el joven samaritano del camino solo espera con su relato contribuir a que todos estén más atentos a las necesidades de los demás. “Mi vida cambió totalmente a partir de lo que viví con esos muchachos. En adelante, nunca veré a los demás de la misma manera. Agradezco profundamente a Dios que me haya hecho vivir esto porque ahora, sin duda, soy una mejor persona y lo seré con todos aquellos que me puedan necesitar y a quienes pueda ayudar”.
Su frase final: “No me imagino una peor experiencia que la de esos chicos. Ruego a Dios que se apiade de ellos, rezo porque los cuide y permita que puedan trabajar y ayudar a sus familias en Venezuela, para que no mueran de hambre. Perdón por la lágrimas, pero no puedo contenerme”, pedía al final de su video.
Nota de redacción: Luego de publicar el video en redes, este joven volvió a expresarse con respecto a las repercusiones que había tenido a través del siguiente mensaje:
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