Hay una gran formula para afrontarlas Cada día de nuestra historia personal viene con este componente infaltable y molesto: las dificultades. Más allá del hecho de que la vida misma se nos puso de cabeza el día en que salimos expulsados del paraíso, podemos ver que diariamente encontramos piedras que incomodan nuestro camino.
Hoy quiero echar un poquito de luz a esos problemitas más o menos importantes que cada día tenemos.
Pienso que si cada uno de nosotros llegara al mundo con todas sus necesidades satisfechas no tendríamos vínculos de ninguna naturaleza.
No necesitaríamos una madre que nos alimente, que nos abrigue, que nos acaricie y colme de afecto; no tendríamos necesidad de encontrar pareja, mucho menos de procrear.
No tendríamos amigos ni hermanos ni qué decir de la necesidad de una familia que nos contenga y nos encamine.
Tampoco tendríamos este vacío con el que todos nacemos que nos sacude de cuando en cuando y que nos obliga a mirar al cielo y formularnos algunas de las preguntas más difíciles de responder, aquellas que no pueden responderse si no es con un salto de fe.
Conflictos, dudas y desacuerdos que en ocasiones nos quitan el sueño, problemas menores o mayores de toda índole, tantos problemas por resolver que nos hacen perder la paciencia, la calma y la paz del corazón...
Cuántos encuentros que son más desencuentros y cuántos vacíos cuando necesitamos respuestas…
Dificultades, “benditas dificultades”, les digo yo, porque constituyen una llamada para poner nuestra atención en Dios que va diciéndonos: “Pregúntame, búscame, pídeme ayuda, pide mi opinión, busca mi voluntad, hagámoslo juntos”.
Jesús nos dice en Juan 15: “Separados de mí, nada pueden hacer”, y esa es la gran formula de la vida, siempre con Él, nunca sin Él.
Necesitamos hacer presente a Dios en cada uno de los pasos que damos, en cada decisión, en cada proyecto, en cada paso, en cada dificultad; para que así, bendecido por Dios, esos pasos, den mucho fruto.
Qué poco alcanzamos cuando confiamos en nuestras fuerzas, cuando creemos que somos autosuficientes.
Vamos por la vida encontrando límites en cada esquina teniendo la oportunidad de hacer las cosas con el mayor grado de perfección si caminamos sujetando nuestras vidas a Dios.
Basta una pequeña invitación de parte nuestra para que Dios despliegue toda su sabiduría y atención en nuestras vidas.
Ya nos lo dice el apóstol Santiago: “Acérquense a Dios y Él se acercará a ustedes” (Santiago 4, 8).
La vida no nos sirve para vivirla a medias y las dificultades son la manera en la que se nos recuerda una y otra vez que sin Él nada podemos hacer.
Si hay algo que no deja de impresionarme acerca de nuestra fe cristiana, es que Dios se acerca a nosotros de forma personal.
Dios no es solamente una energía que gravita en el todo y que mantiene el universo en equilibrio; es, sobre todo, un Padre amoroso, que, siendo Dios, se hace “Padre” y promete que, si cumplimos sus mandamientos, vivirá en nosotros, presente en su espíritu y para siempre.
Cuánto consuelo tenemos disponible y qué poca atención ponemos a las cosas del cielo. Recuerda que Él está tocando a la puerta, ¿lo dejarás pasar?