La tradición dice que esta imagen de piedra venerada desde el siglo XVII es la patrona de los solteros que desean casarse y de las parejas que buscan hijos
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Las versiones conocidas durante generaciones señalan que el 10 de agosto de 1685 un guaquero español subió a los cerros orientales de la capital colombiana para buscar un tesoro que, supuestamente, habían escondido los indígenas de la región.
Después de explorar en varios lugares, el hombre observó en el borde de un peñasco un poderoso resplandor que le hizo pensar en el tesoro más valioso de toda su larga carrera de buscador de riquezas. Sin embargo, al llegar a la punta del cerro no encontró un baúl repleto de joyas ni una tinaja de barro atiborrada de piezas de oro, sino una escultura de piedra que representaba a la Sagrada Familia. Aunque no tenía colores, Bernardino Rodríguez de León ―como se llamaba el guaquero a quien por decencia le decían joyero― identificó a su derecha a san José, al centro a la Virgen María cargando al Niño Dios, y a los lados dos ángeles, uno de ellos con una custodia en sus manos.
Asustado porque no tenía idea de cómo un artista anónimo pudo esculpir una obra de arte perfecta en una roca ubicada a la orilla de un precipicio, Bernardino corrió hasta Bogotá donde le contó al párroco de la Catedral sobre su hallazgo. Aunque el cura le creyó a medias, a los pocos días subió al cerro donde pudo comprobar que se trataba de una figura múltiple, tallada en un solo bloque de roca caliza, de tamaño natural y sin colores.
Durante años la imagen adherida a la roca permaneció en el mismo lugar, en el cual se erigió una cruz que le dio el nombre al cerro. También se construyó una capilla de paja que no soportó las frías ventiscas de la cordillera Central, a 3.300 metros sobre el nivel del mar. En 1761, debido al aumento de fieles y a las dificultades para ascender al cerro de la Cruz, se decidió arrancar la escultura del peñasco para trasladarla y venerarla en la Catedral Primada de Bogotá.
En ese dispendioso proceso uno de los ángeles se despedazó y el otro ―el arcángel Miguel― perdió sus alas. Además, la parte inferior, de las rodillas a los pies, no pudo ser extraída por la fragilidad de la piedra, por lo que más adelante se le anexaron fragmentos de la piedra original. Aun así, un numeroso grupo de feligreses cargó por una escarpada ladera y durante varios kilómetros, las cuatro imágenes que pesaban más de media tonelada. Sin embargo, como ha sucedido con otras advocaciones de María en diferentes lugares del mundo, la imagen “se hizo tan pesada” que no hubo poder humano capaz de levantarla y llevarla hasta su destino inicial.
Fue en Los Laches, un barrio de los extramuros bogotanos construido durante décadas por los chibchas, donde la Sagrada Familia fue alojada en una modesta ermita de bahareque y paja y en la que se quedó para siempre. Desde entonces, sin ninguna razón aparente, todo el conjunto escultórico fue identificado con un solo nombre: Virgen de La Peña.
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La imagen adquiere color
En 1740, ante las afirmaciones de que “algo” le faltaba, la arquidiócesis decidió colorear a la Sagrada Familia. El encargado de ese retoque fue Pedro Laboria, un famoso pintor y escultor andaluz que llegó a América para realizar importantes obras para la Compañía de Jesús. Su labor consistió en utilizar el estilo polícromo para evidenciar los rostros y el cabello de los personajes y vestirlos con vistosos atuendos. Además, las imágenes fueron adornadas con las coronas a María y José, la aureola del Niño Dios y un rosario. Se ignora si la custodia que san Miguel sostiene en sus manos es la original.
José Miguel Puyo, un joven que estudia en el seminario neocatecumenal Redemptoris Mater y sirve como guía del lugar donde se venera la imagen, contó a Aleteia que entre 1717 y 1722 se construyó el templo colonial que se convirtió en centro de peregrinación de un ciudad que en esa época tenía más quince iglesias. El templo, declarado monumento nacional en 1975, es una hermosa construcción de adobe, ladrillo y piedra, cubierta por un techo con vigas de madera y tejas de barro.
En su interior, los sacerdotes que custodian la Virgen y administran el templo, hallaron valiosas piezas como cuadros, frescos, esculturas y libros de la época de la Colonia que por siglos estuvieron abandonados. Algunas obras como un confesionario tallado en madera con adornos en porcelana, se pueden apreciar en la bella parroquia ubicada cerca de la Casa de Nariño ―sede presidencial― y el Capitolio Nacional, el edificio donde funciona el Congreso de la República.
Los sacerdotes del santuario dicen que son numerosos los favores prodigados por la “reina, alteza real y patrona de Bogotá”. En especial, se sabe de milagros recibidos por niños y adultos desahuciados por los médicos o con enfermedades de difícil curación. Además de que la Virgen de La Peña es una eficaz intercesora de las vocaciones sacerdotales, un hecho constante es la petición de mujeres que “imploran un buen novio y un hogar”. El guía José Miguel Puyo lo confirmó con un hecho concreto: “Dos mujeres jóvenes que deseaban casarse con buenos hombres, le pidieron a la Virgen novios y matrimonio y ella no solo les hizo el milagro del noviazgo sino que al poco tiempo ambas se casaron con sus prometidos en La Peña”.
Otro milagro sorprendente ―desde tiempos coloniales― es el regalo de hijos a matrimonios que después de muchos intentos, aún con ayudas científicas, no podían tenerlos. En La Peña son comunes las peticiones de parejas con problemas de fertilidad y también son recurrentes las visitas de esos mismos matrimonios con sus niños en brazos.