¿Qué tipo de visión del mundo puede entenderse desde esa famosa frase del Salve Regina?
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Tras leer sobre el origen de la oración del Salve Regina, un lector nos escribe preguntándonos por el sentido de la expresión “valle dd lágrimas” y si la visión cristiana del mundo terreno es negativa y pesimista.
No, no lo es, pero tampoco es ingenua o ajena a los angustiosos sufrimientos de la humanidad.
Por esto, mientras reconocemos, cantamos y alabamos las bellezas de la creación y gozamos de manera sana de las maravillas de la obra de Dios, comprendemos también que nuestra Casa definitiva no está en este mundo, y que antes de llegar a ella somos invitados por Dios a elegirla libremente.
Dios habría podido perfectamente crearnos directamente para el Cielo, sin que tuviésemos que pasar por esta etapa material y mortal de nuestra vida terrena, pero quiso darnos la oportunidad de aceptar o rechazar su invitación a la eternidad con Él, lo que implica por parte nuestra una respuesta libre, concretada en nuestras elecciones. Estas elecciones implican el bien y el mal, y por ello nos ponemos frente a las consecuencias de elegir el bien o el mal por parte de nuestros hermanos y por nuestra propia parte.
Además de las consecuencias de nuestras elecciones, nuestra experiencia humana en este mundo transitorio es imperfecta por su propia naturaleza, pues no es esta la vida plena a la que hemos sido invitados: esta vida termina, y todo lo que tiene un final es necesariamente imperfecto.
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Una vox comprendida esta visión del mundo terreno como una experiencia del bien y del mal en la que tenemos la libertad de elegir, podemos comprender mejor el sentido de la expresión “valle de lágrimas”: no es una imagen pesimista, sino realista de este mundo pasajero, en el que conviven alegrías y tristezas, bien y mal, permitiéndonos la extraordinaria experiencia humana de ejercer la libertad de elección.
Para ayudar a esta comprensión, traemos aquí un texto de monseñor Nuno Brás da Silva Martins, obispo auxiliar de Lisboa:
Confieso que empecé entendiendo la expresión “que gemimos y lloramos en este valle de lágrimas”, del Salve Regina, como fruto de un cristianismo pesimista, vivido esencialmente pensando en la cruz del Señor y con la idea de que todo el mundo fuese negativo. Por esto comprendo que muchas personas tengan dificultad en recitar esta antífona, que forma parte de nuestra tradición mariana. Ciertamente, y lo digo sin ningún tono crítico, reconozco que muchos la rezarán con ese tono resignado y derrotista.
Debo también confesar, sin embargo, que hoy rezo esta oración como una gran expresión de fe.
Por mucho que nos esforcemos, de un modo u otro todo ser humano vive momentos de sufrimiento y soledad, de abandono e incluso de desesperación, de muerte. No vale la pena crear la ilusión (ni siquiera en los niños) de que la vida sea siempre un camino de victorias y éxitos, de alegría y conquistas. Incluso los cuentos que acaban con el famoso “Vivieron felices y comieron perdices” empiezan o viven momentos difíciles de sus protagonistas.
En todo caso, hoy (como siempre) no necesitamos “cuentos”. Basta con tener los ojos abiertos al mundo humano que nos rodea. Y aunque no estemos atravesando un momento difícil, miremos alrededor – y no tendremos que mirar mucho: desempleo, familias destruidas y desunidas, falta de sentido de la vida… todas las miserias materiales, morales o espirituales están a nuestro lado, y no es raro sentirse impotente a la hora de ayudar, aunque sea poco, a quien pasa por momentos difíciles.
Por esto, el grito cristiano que se dirige a Dios a través de la Virgen María en este “valle de lágrimas” que es la vida humana, más que expresión de una persona resignada a su suerte, es más bien el reconocimiento del hecho que solo Dios puede realmente resolver las lágrimas humanas – las nuestras y las de tantas personas que viven con nosotros.
También Dios, en Jesús de Nazaret, experimentó (¡y cómo!) el “valle de lágrimas” que quiso hacer suyo, pero aún viviéndolo de modo plenamente humano, muestra que la muerte nunca tendrá la última palabra. ¡La última palabra será siempre pronunciada por Dios, y será siempre una palabra de amor, de vida eterna!