El presidente de Eritrea acepta la mano ofrecida por el nuevo primer ministro de EtiopíaEs bastante raro que lleguen buenas noticias desde el Cuerno de África. Las noticias que suelen llegar desde esta martirizada región — una de las más pobres del planeta y a menudo amenazada por carestía y sequía — hablan de hechos dramáticos, como un nuevo gravísimo atentado en Somalia, el estallido de luchas tribales en la frontera entre Kenia y Etiopía, o un empeoramiento del conflicto que enfrenta a la pequeña Eritrea (unos 6,5 millones de habitantes) con Etiopía (con más de 100 millones de habitantes, el segundo país más poblado de África después de Nigeria).
“Una pelea de calvos por tener un peine”
Y es precisamente desde este rincón de la tierra desde donde llega una noticia realmente esperanzadora. El presidente eritreo Isaias Afewerki anunciaba el miércoles 20 de junio, con ocasión de la “Jornada de los Mártires” que aceptaba la mano tendida del primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed Ali, y que mandará una delegación para las conversaciones de paz. El jefe de gabinete de Abiy ha respondido declarando que la delegación será acogida “calurosamente y con notable buena voluntad”, informa Reuters.
El anuncio de Afewerki representa sin duda un cambio histórico en las relaciones entre los dos países “hermanos”, que desde primeros de mayo de 1998 a finales de mayo de 2000 libraron una cruenta guerra de fronteras, definida por algunos, como recuerda Il Corriere della Sera, “una pelea entre calvos por tener un peine”. Esta será la primera delegación de este tipo desde el estallido de la guerra, que concluyó con la derrota de Eritrea y decenas de miles de muertos.
Se ignora de hecho el número exacto de las víctimas causadas por el conflicto fratricida. Mientras que el gobierno de Asmara declara que 19.000 de sus soldados murieron, estimaciones más realistas avanzan un número total de víctimas de 70.000 a 80.000 para ambas partes implicadas en la guerra de trincheras. La violencia provocó además al menos 650.000 desplazados internos. En 2000, Etiopía decidió expulsar a 70.000 etíopes de origen eritreo, considerados “una amenaza para la seguridad nacional”. Los daños materiales, sobre todo a las infraestructuras Eritreas, fueron ingentes.
El gesto de paz de Abiy Ahmed
Lo que ha propiciado el cambio ha sido la iniciativa del gobierno del nuevo primer ministro etíope Abiy Ahmed. Este político reformista, nacido de padre musulmán y de madre amhara cristiana ortodoxa anunciaba el pasado 5 de junio su voluntad de aceptar y llevar a cabo plenamente el Acuerdo de Argel, que en diciembre de 2000 había puesto fin a la guerra entre ambos países.
Este primer político surgido del pueblo Oromo para guiar al país ha declarado que acepta también el arbitraje de la Eritrea-Ethiopia Boundary Commission (EEBC). Creada en La Haya a raíz del acuerdo de Argel, esta comisión internacional y neutral había asignado en abril de 2002, con una decisión “final y vinculante”, el disputado territorio de Badme a Eritrea. Lo que provocó el estallido de la guerra en mayo de 1998 fue precisamente la ocupación de Badme por parte de las Fuerzas Armadas eritreas.
El gesto de Abiy no ha sido del todo inesperado. El día de su juramento como primer ministro, el pasado 2 de abril, se había declarado dispuesto a resolver el contencioso con Eritrea y había lanzado en la televisión estatal etíope un llamamiento para poner fin a “años de incomprensiones”. “Invito al gobierno eritreo a asumir la misma posición”, había dicho.
No es el único gesto de distensión realizado por el nuevo primer ministro.
Se ha reunido con varios representantes de la oposición y, a finales de mayo, liberó, junto a otros casi 600 detenidos, también al secretario general del grupo anti-gubernamental Ginbot 7, Andargachew Tsige, condenado a muerte por “terrorismo”. A primeros de junio, el gobierno anunció también la suspensión anticipada del “estado de emergencia” proclamado el pasado febrero.
A pesar de todo, la tensión sigue siendo alta en el país. Lo demuestra el ataque con una granada efectuado el sábado 23 de junio en Addis Abeba durante un comicio del primer ministro. Mientras fuentes locales hablan de al menos una víctima y más de 150 heridos, Abiy ha atribuido el atentado a “fuerzas que no quieren ver a Etiopía unida”.
Un camino largo y difícil
No hay dudas por tanto de pie la mano tendida por el primer ministro etíope a Eritrea es solo un primer, aunque importante, paso de un camino que podrías ser largo y difícil, “lleno de piedras”, como escribe Martin Plaut en African Arguments, y no solo porque aún faltan por resolver varias cuestiones técnicas.
La decisión de Abiy de implementar el Acuerdo de Argel y de renunciar por ejemplo a la ciudad de Badme no es bien vista en el norte de Etiopía, en particular en la región del Tigray, que confina con Eritrea. Como recoge el sitio Africanews.com, en los días siguientes al anuncio hubo manifestaciones de protesta en el distrito de Irob. Además una formación de la actual coalición de gobierno, el Frente Popular de Liberación del Tigray (TPLF), ha criticado la propuesta, definiéndola incluso “antidemocrática”, según informa la BBC (14 junio).
También en la ciudad de Badme, donde viven muchos veteranos etíopes de la guerra, las reacciones son negativas. “¿Para qué hemos luchado por esto, entonces? ¿Para devolverla a Eritrea? ¿Todo este sacrificio para nada?”, declaraba un veterano. Para muchos habitantes de Badme, continua Africanews.com, ceder la ciudad a Eritrea “es un insulto a vivos y muertos”.
También para el presidente eritreo Afewerki, en el poder desde 1993, firmar una paz con Addis Abeba no está exento de riesgos políticos internos. El poder del hombre fuerte de Asmara “se ha fundado y se ha reforzado durante años precisamente por la contraposición contra el enemigo del sur”, recuerda Marco Cochi en el sitio Eastwest.eu. Pero se trata de riesgos mínimos, añade el africanista y profesor en la Link Campus University, si se comparan con las ventajas sociales, políticas y económicas que derivarían de la paz.
De hecho, una paz definitiva con Etiopía permitiría a Eritrea — uno de los países más pobres del mundo, con una esperanza de vida de sólo 63 años (83,49 años en Italia (2015)) y un índice de desarrollo humano del 0,39 (Italia tiene un ISU del 0,887) — de reducir los gastos de la defensa y de eliminar el reclutamiento indefinido, que según Amnistía Internacional “ha creado una generación de refugiados”.
Del último informe del Alto Comisariado de las Naciones Unidas para los Refugiados (UNHCR por sus siglas en inglés), Global Trends. Forced Displacement in 2017, difundido el martes 19 de junio, se desprende que Eritrea se encuentra en el noveno lugar de la clasificación de los países con mayor número de refugiados: 486.200, de los que casi la tercera parte (164.600) ha encontrado refugio en Etiopía. Este último país resulta en el noveno lugar de la clasificación de los países que acogen el número más alto de refugiados: a finales de 2017 eran unos 889.400.
Firmar la paz con Etiopía constituiría también un “bonus” para Eritrea a nivel internacional. El país, a veces llamado “la Corea del Norte del África”, tiene de hecho una pésima reputación en lo que respecta a los derechos humanos. El Consejo de seguridad de la ONU ha puesto varias veces sanciones a Eritrea, acusada de connivencia con varios grupos rebeldes en la región del Cuerno de África.
No hay que olvidar que ambos países han contribuido a una especie de proxy war (guerra por encargo) en Somalia, donde el régimen de Asmara estaría apoyando a los sangrientos milicianos de al-Shabaab. Por tanto, todo el Cuerno de África saldría beneficiado de una paz definitiva entre Addis Abeba y Asmara. Y esta es quizás la mejor noticia.