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6 meses antes de Navidad

DZIECKO POŚRÓD LAMPEK
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Carlos Padilla Esteban - publicado el 24/06/18
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Desde Juan hasta Jesús mi tierra anhela que llegue el salvador y la cambie por dentro

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Juan nace en la noche más corta del año. Es llamado, soñado y nombrado desde el seno de Isabel: A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban”.

Dentro de seis meses es nochebuena y nacerá Jesús. María está encinta. “Feliz la que ha creído”. Sabe que “ya está de seis meses la que llamaban estéril”.

Seis meses antes del nacimiento de Jesús, cada año, celebramos que nace Juan Bautista. Generalmente se celebra el día en el que los santos mueren y se configuran con Cristo. Pero de Juan celebramos también el día de su nacimiento.

Desde que nace Juan hasta que nace Jesús trascurren los seis meses que vivió María embarazada. Es la espera de la Iglesia. La vigilia. La esperanza.

Mi vida tiene mucho de alegría de hoy y de espera de mañana. Desde Juan hasta Jesús mi tierra anhela que llegue el salvador y la cambie por dentro.

Es bonito esperar sabiendo que Jesús viene para tocarme a mí. Y no lo hace de repente. Lo anuncia. Lo sabe María. Lo sabe Juan ya en el seno de Isabel.

Dios cuenta el secreto sólo a algunos. Viven en intimidad ese misterio de vigilia, de sueños, de confianza. Juan, José, Zacarías, Isabel, María.

Viven en seis meses la alegría del nacimiento de Juan y la espera de Aquel que me salva y me muestra el camino de vuelta a casa.

¿Qué espero yo? ¿Qué sueño? Pienso en todo lo que soñarían ellos en este tiempo.

Juan nace hoy. Dios lo consagra dentro de su madre. María visita a Isabel y él salta lleno de gozo al reconocer al Salvador que lleva dentro. La primera alegría de su vida.

María está presente en el nacimiento, ayudando a Isabel. También ella está embarazada de tres meses, pero está sirviendo.

Isabel es mayor y María es más joven, más fuerte. Me conmueve pensar en ese desinterés, en esa forma de descentrarse que tiene.

Va a ayudar y a soñar junto a su prima. Antes de conocer a su hijo toma en brazos a Juan. Con ternura, pensando en que dentro de poco Ella también abrazará a su hijo. Juan nace y todos se preguntan qué sería de ese niño.

“Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: – ¿Qué va a ser este niño? Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo, y su carácter se afianzaba; vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel”.

Nace después de haber sido bendecido en el seno de su madre por la presencia de Jesús. Nace y todos se cuestionan. Dudas, sospechas. ¿Será el mismo Mesías?

Hay preguntas que no encuentran respuestas. Sus padres no saben explicarlo. Isabel y Zacarías viven de la sorpresa.

No comprenden demasiado. Sólo saben que tienen que cuidar el fruto de sus entrañas. Sólo saben que tienen que confiar y dejar el futuro en las manos de Dios.

A mí me gusta planificar mi vida. Quiero saber qué va a pasar mañana y pasado mañana. Como si por saber todo de antemano me fuera más fácil tomar decisiones y actuar. De nada sirve.

El otro día leía: “El Dios Vivo nos pide que seamos como un recipiente vacío. Desarrollemos en nosotros la conciencia de ser pobres pecadores. La desgracia más grande es la pérdida del sentido filial ante Dios. Y una tremenda desgracia de la época actual es la pérdida del sentido filial ante la Santísima Virgen”[1].

No quiero dejar de ser niño, no quiero desconfiar de Dios. Me gusta controlar lo que va a venir. Decidir si me gusta o no antes de que ocurra. Quiero asegurar mis pasos. Me asusta el futuro incierto.

Así es con mi vida y con la vida de los otros. Hay personas a las que les gusta planear mi futuro. Deciden por mí y dicen que es Dios el que lo desea. Saben lo que me conviene. Eso dicen.

A mí me da miedo atribuir mis deseos a Dios. Y poner en sus pensamientos mi voluntad. Me da miedo revestirme de una autoridad que no tengo. Decidir por otros. Hacer que otros opten por lo que yo decido. Organizar la vida de otras personas. Decidir por ellos para que no se equivoquen. No vaya a ser que se confundan y fallen.

Quiero evitar el fracaso a los que se me han confiado. Quiero que sigan los pasos que yo les marco. Como si yo supiera lo que a ellos les conviene. “¿Qué va a ser este niño?”, me pregunto. Como si fuera tan importante que yo lo sepa. Quiero tenerlo todo claro, para mi vida, para la de los otros.

Quiero aprender a confiar.

 

[1] Kentenich Reader Tomo 2: Estudiar al Fundador, Peter Locher, Jonathan Niehaus

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