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¿Quieres ser libre? Sé pobre

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Dolors Massot - publicado el 21/06/18
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No estamos locos. La pobreza te hará feliz. Te explicamos cómo. Admiramos a las personas que lo han dejado todo y que han hecho una opción de vida que implica la renuncia de las cosas materiales. Pero quizá nuestra visión de este valor es pequeña y nos falta admirarla en toda su dimensión.

Una persona que elige ser pobre como forma de vida no tiene por qué comenzar a vestir con prendas deshilachadas encontradas en la basura. Tampoco tiene por qué ser vegetariano, vegano o bio. No, renunciar a un tipo de alimentos no nos otorga una medalla.

Ser pobre es, en realidad, una decisión interior que lleva como consecuencia unas acciones exteriores.

Para comenzar, ser pobre es algo positivo. No es una desgracia ni un accidente que nos ha sobrevenido. Uno vive la pobreza, entendida como virtud, cuando ha decidido que quiere vivirla y se pone manos a la obra. Es como un avión que por fin despega.

Para vivir la pobreza toca adaptarla a nuestro estilo de vida. Podríamos decir que se “customiza”: se hace a la medida de cada uno. No puede vivir la pobreza de igual modo quien es maestro de escuela que un campesino o un médico, un alcalde o el propietario de un hotel. Por eso cada uno debe pensar cómo ha de hacerlo: con sus talentos, su situación familiar, su posición social…

En cada uno la pobreza se encarna desde el corazón: implica desprendimiento de las cosas de la tierra. Tanto de las cosas materiales como espirituales.

Pobre es el que emplea las cosas pero no con ánimo posesivo: las usa para el bien de los demás, las usa y está dispuesto a prestarlas cuando sea necesario…

San Josemaría decía que un modo de ver si vivo la pobreza es comprobar si cumples los tres criterios siguientes:

  1. No tener nada como propio.
  2. No tener nada superfluo.
  3. No quejarse cuando falta lo necesario.


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No tener nada superfluo es una meta que puede llevar días y luego hay que revisar contínuamente.

  • ¿Tengo solo lo que necesito para vivir de forma sobria?
  • ¿Sobran cosas en mi casa o en mi armario?
  • ¿Estoy dispuesto a darlas a otras personas?
  • ¿Tiendo a hacer compras compulsivas de las que luego me arrepiento?
  • Con el dinero que gano, ¿pienso siempre primero cuál será su mejor destino?
  • ¿Procuro ahorrar para contribuir a la estabilidad familiar o solo pienso en el presente?
  • ¿Hago que las cosas duren lo más posible antes de desecharlas?

El tercer criterio que propone este autor es no quejarse cuando falta lo necesario. Habla de aquello que no habíamos previsto y que cambia nuestros planes. Un revés económico o una enfermedad grave a veces trastornan la vida de una familia por entero.

Pero otras veces son cambios o golpes menos importantes: una mudanza, un viaje… y de repente nos falta algo (olvidamos el paraguas, las gafas…). Es ahí cuando recibimos una prueba en la que testar nuestro espíritu de pobreza y podemos soliadrizarnos con todas aquellas personas que día sí día también están faltas de muchas cosas.

  • ¿Me quejo cuando algo me sale al revés?
  • ¿Me enfado -interior o exteriormente- porque mi sueño no se cumple como yo quiero?
  • ¿Se entera todo el mundo en el trabajo o en la familia cuando algo me sale mal? ¿Grito, protesto?
HAPPY MAN

Nadino – Shutterstock

El señorío

La pobreza y el desprendimiento tienen mucho de algo maravilloso: el señorío. ¡Qué admirable una mujer o un hombre que manifiestan señorío! Por ejemplo:

  • Me muero de sed y llegamos al bar, pero primero compruebo que todos los que van conmigo también tienen su vaso listo para beber.
  • En temas opinables de la conversación, valoro (con sinceridad de corazón) lo que dicen los demás.
  • Podría emplear mi automóvil pero decido hacer un trayecto en transporte público y el ahorro de gasolina lo doy como donativo.
  • Me hago una lista de la ropa que necesito (así no me dejo llevar por el impulso) y busco la mejor opción de precio, aunque tarde un poco más en lograr algo.
  • Antes de comprar para mí, compruebo que todos los míos están bien atendidos (en ropa, calzado…).

Tener el corazón libre nos permite volar alto, tener otra mirada sobre las cosas. Desprenderse cuesta (decía Teresa de Calcuta que entregarse es dar hasta que duele) pero el sentido que podemos dar al desprendimiento es lo que nos impulsa no solo a admirar la pobreza sino a amarla y buscarla. Todo un reto para alguien del siglo XXI.

 

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