Cómo responder a esta pregunta delicada de forma que nuestros hijos puedan entenderlo al mismo tiempo que respetamos a nuestro cónyuge
Para ayudar a Aleteia a continuar su misión, haga una donación. De este modo, el futuro de Aleteia será también el suyo.
“¿Pero por qué papá no tiene que ir?”, me preguntó mi hija Paige. Es una pregunta que estaba surgiendo casi todas las mañanas de domingo cuando intentaba meter prisa a mis hijos para llegar a tiempo a misa. Veían a mi marido relajado y sin prisas en el sofá y, claro, tenían envidia. “¿Por qué él puede quedarse en casa?”, se quejaba Paige. Ay… ¿Cómo explicarles que Papá no practica nuestra religión, que no tiene ninguna religión en absoluto? Tenía problemas para encontrar la forma correcta de expresarlo. “Papá no se crio como católico ni yendo a la iglesia como nosotras”, dije a mis hijas de 7 y 10 años. “Pero entonces ¿irá al infierno?”, preguntó la mayor. Uf… Esto se estaba complicando.
Cuando mi futuro marido y yo empezamos a salir, me di cuenta rápidamente de que Rich no era una persona religiosa. Fue bautizado en la fe protestante, pero su familia nunca iba a la iglesia. Él tiene una manera científica de ver el mundo y es mucho más de evolución que de creación. Mi fe siempre ha sido muy importante para mí, así que cuando nuestra relación se puso seria, me aseguré de que mi futuro marido estaba de acuerdo en que yo educara a nuestros hijos en la Iglesia. Rich me aseguró que no era ningún problema, pero que él no quería tener nada que ver. Es justo, pensé. Al menos no está en contra de mi religión.
Pasan 15 años, tres hijos y una mudanza a la periferia: ir a la iglesia yo sola en la Ciudad de Nueva York era una cosa. Ir a la iglesia con tres hijos en una parroquia llena de familias, es otra bien distinta. Sinceramente, no me gusta que mi marido no esté a mi lado durante lo que, para mí, debería ser un tiempo familiar. Siento que mis hijos ven a los otros padres en la iglesia y que merecerían tener al suyo allí también. He preguntado a Rich si se vendría con nosotros a la iglesia todas las semanas, pero él se niega en rotundo. “¿Qué te supone una hora en una semana?”, le digo. Siento que debería estar dispuesto a sacrificar eso por mí, por nuestros hijos. Pero no he tenido suerte al intentar cambiarle de opinión y sé que no soy la única con un problema así.
Antes de la década de 1960, en torno al 20 por ciento de las parejas casadas eran uniones interreligiosas. De las parejas casadas en la primera década de este siglo, el porcentaje es del 45%, según Naomi Schaefer Riley, autora de ’Til Faith Do Us Part: How Interfaith Marriage Is Transforming America [Hasta que la fe nos separe: cómo el matrimonio interreligioso está transformando EE.UU.].
En 2010, Riley encargó a la empresa de encuestas YouGov que realizara un sondeo nacional representativo de 2450 estadounidenses, ajustado para producir un sobremuestreo de parejas en matrimonios interreligiosos. Resultó que las uniones de este tipo eran cada vez más comunes, sin relación con la geografía, el nivel de ingresos o el educacional.
De modo que, ¿cómo podemos los que estamos en esta situación intentar convencer a nuestros cónyuges no practicantes para que asistan a los servicios eclesiásticos? “De la misma forma que conseguimos que nuestro esposo o esposa haga cualquier otra cosa”, explica el escritor y terapeuta Gregory Popcak. “Explicamos lo importante que es, insistimos en que se nos tome en serio y nos negamos a dejarlo pasar”. Popcak es director ejecutivo de Pastoral Solutions Institute, una organización que se dedica a ayudar a católicos a encontrar soluciones basadas en la fe para problemas personales, familiares y matrimoniales. Ha escrito más de una docena de libros que integran teología católica y asesoría psicológica, incluyendo Discovering God Together: The Catholic Guide to Raising Faithful Kids [Descubriendo juntos a Dios: la guía católica para criar a hijos fieles].
“La investigación de parejas que experimentan diferencias de fe muestra que cuando hay conflicto sobre la iglesia, rara vez tiene que ver con la religión”, afirma Popcak. “La cuestión de fondo es el respeto. El respeto supone más que ser agradable mutuamente. En última instancia, supone intentar ver la verdad, bondad y belleza en todas las cosas que la otra persona encuentra verdaderas, buenas y bellas. Las parejas que gestionan bien las diferencias religiosas normalmente no están de acuerdo en la religión, pero se esfuerzan mucho para intentar ver lo que su pareja encuentra bueno, cierto y hermoso en sus creencias y prácticas religiosas”.
La clave es ser ejemplo de respeto y generosidad en todos los aspectos de la relación, no solo en la religión, enfatiza Popcak.
El diácono Doug Kendzierski de la archidiócesis de Baltimore, que lleva 27 años casado y tiene tres hijas adultas, se hace eco de este consejo, y dice que es fundamental que haya una comunicación sincera. “Suprimir prioridades y sentimientos no solo es deshonesto, sino que también es dañino al final. Al mismo tiempo, en una buena relación no se trata de ‘convencer’, sino de explicar y comprender”, afirma. “Deberías ser sincero sobre la importancia de la unidad familiar en la iglesia (es decir, unidad pública, ejemplo para los hijos, apoyo, compañerismo, etc.). Cuidado con no ser moralizante, sino simplemente abierto y sincero sobre el efecto para ti y sobre tus preocupaciones en relación al impacto potencial para los niños y la familia. Más allá de eso, la oración es el enfoque más efectivo; no descartes el poder de la oración”.
Sin duda el consejo suena bien y tengo intención de probarlo y de seguir rezando para que mi esposo cambie de parecer.
Pero, ¿qué hay de los cónyuges que tienen sus propias creencias firmes y que practican una religión diferente? Se aplica el mismo principio, afirma Popcak. “Necesitáis ser modelos de diálogo abierto sobre la fe de cada uno, mostrar el mismo respeto al que me referí. Esforzaos por compartir cualquier actividad de fe que estéis cómodos compartiendo y tratad las diferencias de forma abierta, sincera y respetuosa”. Y cada padre debería ser responsable de comunicar su experiencia de fe a los hijos. “Lo digo porque no es extraño que el padre o madre más fiel intente exponer a los hijos a ambas religiones para ser ‘justo’, incluso si la pareja es mínimamente religiosa”, explica Popcak.
Así que, ¿qué les digo a mis hijos cuando pregunten por qué Papá no va con nosotros a la iglesia? “Los niños tienen que entender, ante todo, que esto no es reflejo del amor o el compromiso de Papá hacia ellos, hacia Mamá o hacia la familia. Y que Papá es un adulto y que Dios permite que los adultos elijan cómo pasar su tiempo”, afirma Kendzierski. “Recuérdales la atención y el tiempo que Papa sí les ofrece y anima a tus hijos a tener una relación abierta y sincera con Papá también, pero no a atosigarle sobre este tema. Sobre todo, recuerda a tus hijos que recen siempre por Papá —y por ti—, porque los adultos necesitan que Dios les recuerde qué es lo más importante.
“Luego utiliza esta conversación para pasar a hablar con los niños sobre si ellos han experimentado el amor de Dios y cómo”.
Si los hijos tienen dificultades para articularlo o parecen incómodos hablando de ello, el padre o madre fiel debería entender que hay que trabajar más en facilitar una relación más significativa entre sus hijos y Dios, recomienda Popcak.
Estoy deseando sentarme con mis hijos y descubrir qué tienen que decir. Espero que el llevarles a la iglesia todos estos años —aunque sea sin Papá— les haya ayudado a desarrollar su propia relación especial con Dios. Valoro mucho el tenerles a mi lado en la iglesia y no voy a rendirme y dejar de intentar que su padre se nos una.
Según el sitio web ForYourMarriage.org, de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos:
“El cónyuge no católico no tiene que prometer educar a los hijos en el catolicismo. El cónyuge católico debe prometer hacer todo lo que pueda para que los niños sean bautizados y educados en la fe católica”.